jueves, 3 de marzo de 2016

CUENTO: Alas de octubre

Alas de octubre

Mara se despertó esa mañana, con el corazón alegre, con una delicada sonrisa en los labios. Se desperezó, estiró cada músculo de su cuerpo e intentó sacudir la modorra de las primeras horas del alba. El sol se filtraba  por las hendijas de las persianas , y  llegaba a rozar apenas el borde de la cama.
Había amanecido hacía apenas una hora, y le costó bastante despegar sus ojos y sacar  los pies de entre las sábanas. Esa sensación de paz, no era frecuente; hacía rato que no podía conciliar el sueño con facilidad, y las vueltas en la cama hasta entrada la madrugada eran su única compañía. Pero recordó el motivo de su tranquilidad, estaba segura que esa mañana de octubre él vendría nuevamente a visitarla, haciéndola sentir importante y querida y con la certeza de que no le fallaría. Jamás lo había hecho.
Mientras se acurrucaba en sus pensamientos, lo vio, parado al lado de las cortinas de voile, que apenas se movían con la brisa mañanera y hacían estremecer su cuerpo aún tibio. El lucía como siempre una figura esbelta y delgada  y una paciente mirada. Tenía los brazos cruzados, el pelo ensortijado y los ojos brillantes y vivaces.
A pesar ser miedosa, Mara no se asustó, por el contrario, le sonrió y lo saludó con la cabeza. El se le acercó, como lo hacía todos los años, y le preguntó una vez más:
- “Te asusté, tía?”
La respuesta negativa lo hizo sonreir. Mara se sentó a su lado en la cama y le contó acerca de su familia, de sus amigos, sin olvidar lo mucho que lo extrañaban todos. Sabía que él ahora estaba feliz, y eso la reconfortaba. El la  tomó de las manos, la llevó hasta la ventana y ahí lo vio mejor.
Mara notó que el ángel ya tenía alas, tan blancas y limpias que la blancura le hacía doler los ojos. No eran para nada suntuosas, pero resaltaban de su piel oscura y brillante. Ella tenía todo el tiempo del mundo para escuchar cómo las había conseguido, aunque  sabía que los ángeles solo tienen sus alas cuando logran que los recuerden con alegría, y no con lágrimas...Pero él se lo prometió para la próxima vez  y cuando se ponía terco nadie podía con él.

Mara se alegró por la novedad, él había logrado su gran objetivo, y se sintió encantada de haber sido la primera en verlo. Mara era la única persona con quien él tenía contacto en este mundo, a  través de la cual podía conocer cada secreto de quienes había amado de verdad, de quienes con sus lágrimas habían regado el rosal que vivía junto a su cuerpo, el rosal que cada primavera daba vida a la rosa roja que Mara recibía,  después de despedirse con un abrazo tierno y cálido, sin dejar de recordarle que la rosa debería llegar a destino... Entonces él, soltándole las manos, y besándola en la mejilla, le dijo:
- “Adios tía, ya no necesito volver... todo lo que desee saber, lo voy a
ver sin necesidad de venir hasta aquí... Me han bendecido con la magia de mis alas, ellas me acompañarán siempre (modestamente, dicen que se las dan solo a quienes hicieron felices a alguien, tan malo no debí ser ,no?)”
Mara sintió un dolor que le atravesaba el pecho y a la vez un alivio celestial que le rozaba la cara.
Y lo vio desaparecer entre las cortinas , tan lentamente como había  aparecido, once años atrás, con la misma sonrisa abarcando su carita morocha y brillante.
Cada octubre, alguien recibía una rosa en su casa, una rosa que Mara entregaba con puntualidad, simplemente con una tarjetita celeste que solo tenía escritas tres palabras que llenaban un hueco en el corazón de una madre, quien jamás olvidaría a ese ángel.

Las únicas palabras que esta vez le llegaban al alma: te quiero mamá ...  

Silvia

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