viernes, 16 de noviembre de 2018

Escritora invitada: Susana Grinberg

La escritora Susana Grinberg, quien además conduce un programa junto a Alfredo, su marido,, en Radio Sentidos, ha escrito esta interesante nota sobre la envidia. Imposible no sentir que alguien a nuestro lado, muy cerca o más lejos, esté reflejado en sus palabras. Lamentable defecto, que a diario observamos en la gente. Comparto con ustedes esta genialidad.

“La envidia y el resentimiento van de la mano.” Susana Grimberg nota para Radio Sentidos.

“El resentimiento se deleita de antemano con un dolor que querría que sintiese el objeto de su rencor”. Albert Camus. (El hombre rebelde)

EL crimen original 

Efectivamente, la envidia y el resentimiento, suelen llevarse muy bien, hacen una buena pareja casi sin malentendidos, con hábitos tóxicos que empantanan la vida de los demás, compinches en lo que se refiere al deseo de destrucción del otro. La frase “muere de envidia”, remite a alguien que muere por causa de la pasión que, a fuerza de querer destruir o dañar a otro, se torna mortífera para el mismo sujeto que la siente. 

La envidia, tema tomado por los filósofos, sociólogos, educadores y escritores, está entre los siete pecados capitales. Es más, en el Génesis, leemos que fue por celos y envidia que Caín no sólo mató a Abel sino que, con este crimen, paradojalmente marcó el inicio de su existencia en la tierra.
Podríamos pensar el nombre, como la marca del destino. Nombre "al que nos sentimos unidos como a nuestra piel" dijo Freud. Como Caín, que no es sin Eva, porque es ella la que lo nombra como lo adquirido de Dios. Caín deriva del verbo hebreo canitti, cuyo significado es "adquirí, compré".
Leamos el Génesis IV, versículo 1). El hombre conoció a Eva, su mujer, ella concibió y parió a Caín; ella dijo: Adquirí (canitti) un varón de Dios". 

Desde el comienzo hay un tropiezo. Algo hace obstáculo entre el hombre, Adán, y Eva-Madre-Mujer. Él creyó que conocía el mundo luego de haber probado del fruto del árbol del conocimiento, fruto prohibido y por eso deseado. Sin embargo, la introducción de Abel atenta contra ese conocimiento porque el mismo nombre conlleva un factor letal. Su nombre quiere decir “Nada, soplo, fugacidad”. El texto explícita una división de tareas para Caín y para Abel. Caín, el agricultor. Trabajar la tierra, penetrarla, surcarla, nos da la pista, de que algo del orden de un ideal viril activo, se puso en juego.
Dice Lacan en "La ética en psicoanálisis" que las relaciones instrumentales, de las primeras técnicas, de los actos mayores de la agricultura, la de abrir el vientre de la tierra, se encuentran tan naturalmente metaforizados alrededor de algo muy preciso que es “el órgano sexual femenino, más exactamente la forma de abertura y de vacío".

Abel, el pastor, según algunos historiadores era el que ejercía un trabajo pasivo, delicado, en profundo contraste con la rudeza del agricultor. En "Los mitos hebreos" de Graves y Patai, Eva nombró a Abel, según será "su" destino. 

Caín fue tomado por un sentimiento de despersonalización cuando el padre, lo interroga. Esta pérdida de "ser querido" por el otro, está al comienzo del acto de Caín, ubica el crimen. 

Crimen etimológicamente, es falta y el crimen como falta, ubica la entrada en la existencia de Caín. Dios no se volvió, no miró el presente que Caín le había ofrendado, le dio vuelta la cara. Caín se abatió y cayó. Caín perdió su Edén.

A una voz recriminadora ¿"Qué hiciste...?". La respuesta fue incriminadora ¿"Acaso soy el guardián de mi hermano”? El nombre, Hashem, uno de los sustitutos metafóricos para nombrar a Dios, es el que, no sin ira, decide el castigo de Caín. "Errante serás sobre la tierra". "¿Quién me protegerá?" preguntó Caín. Sólo una marca en la frente.
Si el pecado original afectó al hombre por "saber" del árbol del conocimiento del bien y del mal, el crimen original, da cuenta del pecado de existir. 

Después de la caída, el exilio. Errar no sin error. La errancia es de la palabra, pasión del significante que hace a la condición humana, que vacía lugares, para poder ir a otros y volver aún, pero habiendo partido. 

Andando por la historia

En la Grecia antigua, Platón hace hablar a Sócrates sobre la envidia y así la define: “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos”. “La envidia se tapa la cara con la risa burlona, aunque el alma se duela”. 

El término envidia procede del latín invidia, derivado de invidere, que significa "mirar con malos ojos, con envidia" y éste, de videre, “ver”. (Diccionario etimológico de Joan Corominas). Quien está invadido por este sentimiento, mira con “malos ojos” las cualidades, éxitos o posesiones de los demás, lo cual le lleva a acumular un profundo resentimiento respecto de lo que él supone son los logros del otro. Por otra parte, el afectado por la envidia (digo afectado por es casi una afección), oculta sus emociones y finge no importarle lo que sucede a su alrededor, dado que se resiste a aceptar el despecho que le produce que otro sea merecedor de algún reconocimiento. 

Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, amable que, a lo sumo, es capaz de defenderse si lo atacan, sino que le atribuye a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad.
S. Freud, dice claramente que el prójimo no es sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, se pregunta S. Freud, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.

La existencia de esta inclinación agresiva, inherente a la hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución, dice Freud.
Tengo que insistir, como escribí en otras notas, que es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir el deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros? 

Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función. Esta función es la que pone en juego el No. El “No” como límite. Necesaria prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. Es a partir del “No” que puede sostenerse el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.
Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí misma.

Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura”, nos plantea que uno de los reclamos ideales de la sociedad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; no deja de despertar, un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué hacer eso? ¿De qué valdría? ¿Cómo llevarlo a cabo? 

El amor es algo valioso y no se puede desperdiciar sin pedir cuentas. El sujeto humano piensa que si ama a otro, ese otro debe merecerlo de alguna manera. Y lo merece sí, en aspectos importantes, puede amarse a sí mismo a través de él. 

Desde una edad muy temprana, son los padres los que enseñan a sus hijos a valorar lo propio y a luchar por alcanzar las metas que se proponen. De no suceder de este modo, el niño descalificado por sus padres, puede llegar a sentirse tan devaluado, que aspire en demasía, a ser y a poseer lo que los otros tienen.
No puedo desestimar que la envidia se manifiesta, también, en las situaciones en las que los mismos padres compiten con los hijos. Envidia que claramente, lleva la marca de la autodestrucción como padre y como madre pues un padre es el que se siente realizado con los logros de los hijos y, si rivaliza con ellos ya sea por la edad o por el éxito en lo que emprenden, se autodestruye como padre, porque a lo que él debería aspirar es a que el hijo lo supere, que tenga los elementos necesarios para ser, incluso, mejor que él.

En nombre de la igualdad 

Si pensamos en la universalidad del mal de ojo, llama la atención que en ninguna parte haya la menor huella de un buen ojo, de un ojo que bendice. Por otra parte, la envidia está emparentada con los celos y el odio: no se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta en el mundo. Además, de que el odio al envidiado se pronuncia por no poder ser como é, ese odio conlleva el odio hacia la propia persona por ser como es.
Si un rey o el príncipe provocan envidia no es sólo por sus privilegios, sino porque el que lo envidia querría ser el rey. 

S Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo, dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales no habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices”. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo”. La justicia social o el igualitarismo, apunta a que cada uno debe denegarse muchas cosas para que “también los otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas”. 

Igual núcleo tiene la bella anécdota del fallo de Salomón. Si el hijo de una de las mujeres ha muerto, tampoco la otra ha de tenerlo vivo.

Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los estados totalitarios que no contemplan la igualdad de posibilidades sino que conducen a rechazar las diferencias intrínsecas a cada sujeto. No hay que obviar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, pero todos claman por un líder, el que los mantiene unidos.

Los poderes que se le atribuyen a la envidia como secar la leche y de traer enfermedad y desdicha, es lo que la gente nombra como estar ojeado. El psicoanalista Jacques Lacan, en el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales” desarrolla el tema de la envidia y dice que al hablar del mal de ojo, hay que tener en cuenta que la mirada en sí, no sólo termina el movimiento, también lo fija. El mal de ojo es el fascinum, aquello cuyo efecto es detener el movimiento y, literalmente, matar a la vida. También, dice Lacan que había pensado que “en la Biblia tenía que haber pasajes en que el ojo diera buena suerte” pero, definitivamente, no. Lo referido al ojo, nunca es benéfico sino que, siempre, es maléfico. En la Biblia, no hay ojo bueno, pero malos, por doquier.


Es interesante pensar en que, cuando se hace referencia a la envidia, se puede asociar con el hecho de que se puede inocular o inyectar veneno a través de la mirada. Lo que no se espera es que el retorno de ese acto movido por la envidia pueda ser una vuelta contra sí mismo.
Emparentada con los celos y el odio, no se envidia tanto lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor de ese bien. 

El mal de ojo, también se relaciona con temas basados en la superstición y en la creencia del sujeto de que, por haber sido objeto de la envidia de otro, la mirada de ese otro pudo haberle producido síntomas como un fuerte dolor de cabeza, náuseas y toda clase de molestias. 

Quiero concluir con esta frase de Nelson Mandela:
“El rencor es como tomar veneno y esperar que mate a tus enemigos”.
Y con este pensamiento de Friedrich Nietzsche.
“Nada en la Tierra consume a un hombre más rápidamente que la pasión del resentimiento”.



Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
http://www.radiosentidos.com.ar/programacion/a-la-vuelta-de-la-esquina/
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3 comentarios:

  1. Mi agradecimiento, querida poeta Silvia Mabel Vázquez, por el lugar privilegiado que le has dado, en tu excelente Blog, a mi nota sobre la envidia. Un afectuoso abrazo!

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  2. Excelente nota querida Susana Grinberg, un placer leerte!

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  3. Es un gusto para mí, querida poeta Martha Ayala, que esta nota, dada a conocer por Silvia Mabel Vázquez, te haya interesado de verdad! Un abrazo desde una Buenos Aires muy luminosa!

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