viernes, 11 de enero de 2019

Nika Turbiná, una poeta de ocho años- Por Yevgueni Yevtushenko

El poeta de ocho años se llama Nika Turbiná. Nació el 17 de diciembre de 1974 en Yalta y, por una maravillosa coincidencia, en esa ciudad va a la misma escuela donde una vez estudió Marina Tsvetáieva. El abuelo de Nika –Anatoli Ignatievich Nikanorin– es poeta y autor de varios libros de poesía. Pero muchos estudian en la escuela de Tsvetáieva y muchos tienen abuelos poetas.

No es accidental que llame poeta a Nika y no poetisa.1 En mi opinión, un poeta de ocho años es algo raro y quizá hasta un milagro. Una vez un niño escribió estos versos: “Ojalá siempre haya sol/ ojalá siempre viva mamá/ ojalá siempre viva yo”, que después se volvieron el estribillo de una canción famosa.2 Poeta es quien escribe versos que forman una unidad, que es su propia figura, su imagen. Para los adultos, un niño todavía no es un poema, sino sólo su primer verso. ¿Es posible que algo que todavía se está formando constituya una imagen? Rara vez, pero es posible. La mayoría de estos ejemplos provienen de la música: el primero y más famoso es Mozart. El director de orquesta italiano Willi Ferrero se hizo famoso en todo el mundo cuando aún no tenía diez años, pero ni él ni nuestra violinista Busya Goldshtein, que dio sus grandes conciertos precozmente, se convirtieron en genios como se esperaba. Son profesionales muy sólidos, eso sí, lo cual no es poca cosa.
¿No dieron, ya de grandes, la inexplicable alegría del milagro a los adultos que los escucharon? La voz de Roberto Loretti perdió con la edad su divino encanto, pero aún hoy la sutileza con que cantaba “Santa Lucía” resuena en nuestros recuerdos más adorables.
Cuando te encuentras con un raro y precoz talento en los niños, no hay que preocuparse de antemano por si son mimados con una atención excesiva. Es más peligroso no prestar atención a tiempo. Si es necesaria para los adultos, ¿por qué no dársela a los niños? Debemos admitir que en el caso de la artista Nadia Rusheva la aclamación llegó tarde a su vida. No por hostilidad, sino por desconcierto ante sus dibujos que nada tenían de “infantiles”. Hemos creado condiciones fantásticas en nuestro país para el desarrollo del arte y la cultura en los niños, pero a veces organizamos demasiado ese desarrollo. Lo abordamos con paradigmas preconcebidos típicos de los adultos y comenzamos a montar a los niños en toscas canciones de guarderías, con versos mal elaborados, escritos en un lenguaje artificial.
La revista Komsomolskaya Pravda ha tratado con precisión este tema en más de una ocasión. Por algún motivo, buscamos estimular una cultura infantil en los niños y nos espantamos ante el menor gesto de madurez en ellos. Pero la madurez en los niños es un fenómeno que requiere la más cuidadosa y discreta capacidad para no interferir, combinada con un apoyo igualmente cuidadoso y discreto.
Nika Turbiná fue descubierta por Komsomolskaya Pravda, que publicó su trabajo cuando tenía ocho años, y luego la televisión central la invitó a leer su poesía ante una audiencia de millones de espectadores cuando aún no cumplía nueve años. Debo admitir que me perdí la publicación y que tampoco la vi en la pantalla, pero por todas partes me llegaron diversas reacciones, algunas de asombro y otras cautelosas: “Espero que no vuelvan loca a esa niña, transformándola en un prodigio.” Otros, abiertamente desconfiados, decían: “Ella no pudo haberlos escrito. Son demasiado maduros.”
En la preparatoria Tsvetáieva escribió: “Como a los vinos más hermosos, a mis versos les llegará su hora.”
Pero Tsvetáieva tenía quince años y aquí tenemos a una niña de ocho. En el contexto actual, donde se eleva catastróficamente a cuarenta años la edad promedio de los poetas jóvenes, es casi increíble que Maiakovsky escribiera La nube en pantalones con la hermosura de sus veintidós años.3 Y ahora tenemos a uno de ocho… Es un salto inesperado, que cubre el enorme vacío de varias generaciones. ¿Será que la ansiedad de nombres nuevos y brillantes nos lleva a valorar algo por error?
Me mantuve escéptico hasta el verano de 1983, cuando conocí a Nika en la casa de Pasternak en Peredelkino. Había ido allá con mi traductor al inglés Arthur Boyars y con Marion Boyars, mi editora, después de visitar la tumba de Pasternak. Les pregunté si les gustaría ver también su casa, que gracias a su nuera se había conservado intacta. Por casualidad, Nika Turbiná y su madre también estaban de visita desde Yalta. Mientras tomaba una taza de té, le pedí a Nika que nos recitara sus poemas. Después de las primeras líneas se borró toda duda: sus poemas no eran fruto de la mistificación literaria. Sólo los poetas pueden leer así. En su voz pude sentir un tono especial y, diría yo, sostenido. Más tarde, a petición mía, su madre me pasó todo lo que había escrito y me di cuenta de que lo que tenía ante mí no eran simples poemas sueltos, sino un libro, porque todo concurría a la imagen de una personalidad.
Encontré algunas ingenuidades en sus poemas, pero no quería imponer mis correcciones a Nika, quería que ella misma las hiciera. Nika defendió sus poemas con la dignidad de una pequeña reina que siente el peso de una corona de metal sobre su cabeza. Así que, por ejemplo, no pude convencerla de que la palabra ortiga (krapíva) no llevaba el acento en la última sílaba. Le sugerí que la reemplazara por tryn-travá. Nika se resistió. “He oído a los campesinos decir krapivá.” Nika sabe lo que vale. Pero nunca lo sentí como la presunción de una niña malcriada: era sólo la dificultad natural de pensar en su delicado oficio. Cuando Nika llegó a convenir algo, no se dio con facilidad, como si debiera ser aceptado moralmente, reevaluado en el interior. Todavía no tiene la malicia de un escritor profesional, pero sí un respeto profesional por el oficio del poeta. Este libro sólo se logró editar con su participación.
El libro de Nika Turbiná es un fenómeno único, no sólo porque lo haya escrito una niña de ocho años. Este libro nos muestra que los niños en general perciben el mundo de una manera mucho más adulta de lo que pensamos, pero no todos los niños saben cómo expresarlo y Nika sí. Hay mucho en este libro que es puramente privado, como un diario. Pero aun así, uno debería detenerse a pensar en sus múltiples entonaciones trágicas, ya que otros niños deben tener el mismo agudo sentido de la contemporaneidad, la vívida sensación de la mentira y la suciedad, y una dolorosa inquietud por nuestro planeta.
El diario poético de Nika, en su sincera fragilidad, es el diario de todos los otros niños, aquéllos que no escriben poesía.
¿Algún día Nika será poeta profesional? Quién sabe…
Ella misma respondió la pregunta con seriedad y cautela: “No lo sé. Eso lo dirá mi destino… Pero no creo que eso sea lo importante.”
“¿Qué es lo importante para ti?”
Después de meditar su respuesta: “Lo importante es la verdad… Empecé a escribir versos en voz alta cuando tenía tres años… Golpeaba el piano con los puños y escribía… Los poemas llegaron como algo increíble que viene a ti y luego se va… Aunque por ahora no se ha ido. Es como un sueño que aún no se va. Cuando escribo, siento que una persona puede hacer todo lo que quiera… Hay tantas palabras adentro que te pierdes. Una persona debe comprender que su vida no es larga. Y que si la valora, entonces su vida será larga, y que si esa persona lo merece, será eterna, incluso después de la muerte.”
Debo admitir que su respuesta a la pregunta de quién era su poeta favorito me sorprendió.
“Maiakovsky.”
Estallé. “Pero si tú no eres como él…”
“Eso no importa. Su poesía me da fuerza. Y con esa fuerza puedo ir cada vez más lejos”, respondió Nika.
Nika y yo tomamos el título para este volumen de uno sus poemas. Un niño de ocho años es en cierto modo un primer borrador de una persona. A medida que las formas de pensamiento poético nacen y se expanden en un borrador, las características de la futura madurez moral se van desarrollando en el niño.
Espero que cuando los lectores levanten este libro delgadito y lo abran, entren en el complejo mundo secreto no sólo de una niña de ocho años, sino de un poeta de ocho años, y que piensen una vez más en las riquezas espirituales de las que nuestros hijos están dotados y en el hecho de que debemos protegerlas de la amenaza destructiva que pende sobre las cabezas de los niños de este mundo.
* * *
 Hasta hace poco, de la poeta Nika Turbiná (1974-2002) prácticamente no teníamos noticias en nuestra lengua. Pero desde hace seis o siete años, Natalia Litvinova (una destacada poeta y traductora bielorrusa que vive desde su infancia en Argentina) la viene traduciendo en su blog “Animales en bruto” y recién publicó una primera antología, La infancia huyó de mí, bajo el sello de Llantén, que ella misma codirige en Buenos Aires. Antes, sólo en dos números de la revista SputnikSelecciones de la prensa soviética, fechados en 1983 y 1986, encontramos información de esta poeta, con poemas traducidos por Ana Varela y una nota de Lev Riabchikov.
Turbiná nació en Yalta, una ciudad de la República de Crimea, y murió en Moscú a los veintisiete años. Muy pronto, cuando tenía menos de ocho, ganó notoriedad por su poesía y tres años más tarde obtuvo en Venecia el León de Oro, que sólo había ganado antes otra poeta rusa, Ana Ajmátova, a los sesenta y cinco años. A los tres o cuatro años de edad, Turbiná solía pararse en la madrugada para decir sus versos. Su abuela cuenta que una noche el murmullo la despertó y que al preguntarle dónde había aprendido esos poemas, respondió: “Me están siendo dictados.” A los nueve años, en un poema le escribe a su madre: “Te necesito, anota todas mis frases, si no, vendrán noches sin sueños y todos mis poemas se convertirán en desgracias.”
En 1983 conoce al poeta Yevgueni Yevtushenko, quien la ayuda a preparar su primer libro y le escribe una introducción. Ese libro, titulado Primer borrador, salió en Moscú en 1984 y más tarde en Estados Unidos. The New York Times registró su visita a ese país en 1987.
Después del éxito vino la ruina. Tal como informa Litvinova, cuando la poeta tenía doce años el interés por ella se apagó y ese golpe coincidió con otro, la Perestroika. A los catorce años se mudó sola a un departamento en Moscú y a los quince participó en una película, en el rol de una niña que se tiraba por la ventana. “Nadie imaginó que no era una simple escena, sino una profecía” y que algo de ello estaba ya en un poema escrito a los siete años. “A los dieciséis sufrió un colapso nervioso y se fue a Suiza, donde la recibió un psicólogo italiano de setenta y seis años, con quien se casó y vivió durante casi un año.” Luego cayó en la depresión, comenzó a tomar alcohol y decidió volver a Rusia. Atribulada por las depresiones, no tenía cabeza para estudiar en la Universidad de Cine, donde se había inscrito, y volvió al alcohol. Una tarde cayó del quinto piso, pero un árbol la amortiguó y pudo sobrevivir. Tiempo después elaboró un guion para una serie, cuyo tema giraba en torno al suicidio, pero la televisión rechazó el proyecto. Unos años más tarde cayó de nuevo de un quinto piso, pero esta vez no sobrevivió…
A quien dude de la veracidad de esta poeta, como en su momento lo hicieron muchos, le queda la magnífica oportunidad de verla en video. Hay algo encantador o invocatorio que no deja lugar a dudas. Como afirma Yevtushenko: “Sólo los poetas pueden leer así, en su voz hay un tono especial y sostenido.” Lo que compartimos aquí es precisamente la vieja introducción de ese poeta ruso, un texto de difícil acceso, traducido del inglés y de la versión en italiano de Federico, que es un especialista en Turbiná l
Nota y traducción del inglése italiano de Iván García.
 Notas:
1. Tal como me explicó Litvinova, Yevtushenko le decía “un poeta”, no “una poeta”. En italiano, Federici conserva este aspecto [n. del t.].
2. Se refiere a la canción “Que siempre haya sol”, compuesta en 1962 por Lev Oshanin y que fue muy famosa en Rusia y Cuba. Después se supo que estaba inspirada en cuatro versos de Kostya Barannikov, un niño de cuatro años que los había compuesto en 1928 [n. del t.].
3. Alude a unos versos de ese poema de Maiakovsky: “Hago retumbar el mundo con el trueno de mi voz / y avanzo en la hermosura de mis veintidós años” [n. del t.].
 Tres poemas
La lluvia. La noche. La ventana rota
 La lluvia. La noche. La ventana rota.
Y los trozos de cristal
congelados en el aire
como las hojas
que no alcanza el viento.
Y de pronto, el estrépito...
Exactamente así
se rompe la vida de una persona.

El nacimiento del poema
 Son pesados mis poemas:
piedras cuesta arriba.
Las llevaré
hasta el pie del monte,
caeré con el rostro en la hierba,
no habrá lágrimas suficientes.
Romperé la estrofa
y llorará el verso.
La ortiga
se clavará con dolor
en mi mano.
La amargura del día
se convertirá en palabras.
 (1982)
 Traducción de Natalia Litvinova
 * * *
 ¿Quién soy?
¿Con los ojos de quién
miro este mundo?
¿Con los de mis amigos? ¿familiares?
¿Con los de los árboles y pájaros?
¿Con los labios de quién
atrapo el rocío de una hoja
que cae en el asfalto?
¿Con los brazos de quién
abrazo este mundo,
tan frágil e indefenso?
Pierdo mi voz entre las voces
de los campos, las lluvias, los bosques,
las noches y las tormentas de nieve.
Pues ¿quién soy?
¿Y en dónde he de buscarme?
¿Cómo respondo a todas estas voces
de la naturaleza?
(de http://semanal.jornada.com.mx/2018/12/30/nika-turbina-una-poeta-de-ocho-anos-7949.html?fbclid=IwAR3YhHodN5O-hT40RcCkuw9BBD6EXHuyXbzaXbXsob6slHMaYK5z3oYyD7M)
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