El Lic. Rolando Martiñá se desempeñó como maestro normal nacional. Es licenciado en Psicología clínica y educacional. Con posgrado en Orientación Familiar, convenio FundaciónAiglé-Instituto Ackerman de Nueva York. También, Terapeuta-Orientador individual y familiar.
Autor de numerosas publicaciones: “La comunicación con los padres”,Troquel, 2007. “Cuidar y Educar. Guía para padres y docentes”, Bonum, 2006.“Escuela y familia: una alianza necesaria”, Troquel, 2003 (Mención de honor,Fundación El libro, 2004). Segundo Premio de Ensayo, Secretaria de Cultura de la Pcia. de Buenos Aires, por “Una enseñanza para la responsabilidad social” ( 2001).
A partir de 2009, el autor comienza su etapa de publicaciones de literatura deficción, con “La paciente impaciente” (cuentos). Ed. Del Nuevo Extremo. “Cuentos de todos los amores. Experiencias terapéuticas y ficciones del enamoramiento”, Ed. Del Nuevo Extremo, año 2016, y su primera novela “Fin de siglo”, Ed. Dunken, año 2018.
También “Dicho sea de paso. Hojas sueltas”, 2021. Reúne cuentos breves y poesías. Su último libro publicado se llama “Los hijos del viento. Una historia de islas, héroes y princesas”, 2023 (solamente disponible en formato digital). Antes de esto, publicó un libro de poesías “El secreto y las voces”, con J. Fasce. Edición de los autores, año 1966.
Y estos libros de educación: “Hacia una escuela para nuestro tiempo”, Martiñá,Pastorino, Gironella; Ediciones Educando, 1980. “Cómo enseñar matemática en la escuela primaria”, Fasce, Martiñá. Ed. El Ateneo, 1989. “Nosotros educadores. De los problemas de un oficio”, Fasce, Martiñá. Miño y Dávila editores, 1989. “Escuela hoy.Hacia una cultura del cuidado”, Martiñá. Ed. Tesis- Norma, 1992. “Directores y direcciones de escuela”, Martiñá y otros. Miño y Dávila editores, 1993. “¿Qué hacemos con los chicos?”, Martiñá. Ed. Bonum, 1999. “Escuela y familia: una alianza necesaria”, Martiñá. Ed. Troquel, 2003; mención de honor de la Fundación el Libro, Feria del Libro, 2004. “Cuidar y Educar”, Martiñá. Ed. Bonum, 2006. “La comunicación con los padres”, Ed. Troquel, 2007.
Y a la fecha sólo están disponibles: “Cuentos de todos los amores. Experiencias terapéuticas y ficciones del enamoramiento”. Su novela “Fin de siglo”. Último libro decuentos publicados, “Dicho sea de paso. Hojas sueltas”. Y en 2023, “Los hijos del viento. Una historia de islas, héroes y princesas”, en formato digital.
Se pueden
conseguir en Fb e Ig en @librerialibrosdepapel. Correo: librosdepapel2019@gmail.com
En la tienda de la Fan Page de Rolando Martiñá Escritor. Por Amazon. En
Mercado Libre Argentina: https://librosdepapel.mercadoshops.com.ar/
Lic. Rolando Martiñá. Correo: rolandomartina1@gmail.com
¿Quién es su escritor favorito?
En realidad, temo cometer injusticias porque no es uno solo, hay unos cuantos actuales y pasados, argentinos y extranjeros, europeos y americanos, de habla inglesa o de habla española, en fin. Pero si tengo que elegir uno y poder decir porqué, voy a elegir a Jorge Luis Borges. Jorge Luis Borges es una conjunción de los aspectos complejos y sencillos de la palabra, es decir, cualquiera puede leer a Borges si es por el lenguaje, por las palabras, pero lo que él dice y lo que piensa, expresado en lo que dice es muy complejo, porque se trata de hurgar en lo más profundo del alma humana en sus aspectos claros y oscuros. Es un autor que lo puede leer cualquiera, lo cual no quiere decir que cualquiera pueda lograr captar la profundidad de sus pensamientos y sentimientos. No es un sentimental, pero incursiona en el ámbito de los sentimientos humanos.
No es un intelectual artificioso, pero tiene las palabras justas para las ideas justas. Nunca me aburrí con Borges y esto es un buen elogio para un escritor. Por supuesto, hay algunas cosas de él que me gustan más y otras no tanto, pero no hay ninguna que me disguste, eso es un poco el motivo por el cual lo elijo. Nunca sentí que me estaba diciendo lo mismo que en el libro anterior, a pesar de que se parecen mucho los temas que él aborda, pero siempre uno va descubriendo mundos cuando lo lee y me interesó mucho cuando lo empecé a leer en mis años mozos porque era como que uno sacaba patente de inteligente, pero no haciendo alardes ni alharacas, sino describiendo con las palabras más sencillas del lenguaje castellano las cosas más profundas del hombre.
¿Cuál es su obra literaria favorita?
Mm, qué tema, lo mismo cuando me preguntaron por mi autor favorito, siento que puedo cometer injusticias al elegir una sola de esas obras, pero este tiene una característica que espero que ustedes van a descubrir rápidamente, aunque al final lo vamos a redondear.
Estamos en 1957, en un aula de la escuela normal Mariano Acosta, en un momento de recreo, nos encontramos cuatro amigos, que además de compañeros de la escuela compartíamos algunas otras aficiones deportivas y culturales en general. Ese día, uno llegó un poco más tarde y esgrimiendo un pequeño libro en la mano, dijo “che, tengo un libro del tipo que ganó el Nobel”. Nosotros no sabíamos que había salido el Nobel en esa época, pero sonaba importante. Éramos muchachos comunes que jugábamos a la pelota en el recreo, pero a veces solíamos compartir el gusto por cuestiones más cultas, como el cine, teatro. El compañero que esgrimía el libro estaba tan entusiasmado que decidimos turnarnos para leerlo y así poder comprobar si era una cosa tan rutilante como él la presentaba. Habíamos acordado no comentar antes de terminar la ronda, entonces, cuando me tocó a mí, creo que fui el segundo o tercero, me zambullí un sábado entero en el libro y expresé mis sentimientos finalmente diciendo “no puede ser, no puede ser”.
Mi madre me escuchó decir eso y pensó que vaya a saber qué barbaridad decía ese autor. “¿Qué es lo que no puede ser?”, me pregunté a mí mismo. “Este tipo me conoce, no puede ser que escriba un libro donde dice las cosas que me pasan a mí. Este tipo me conoce”, me respondí en silencio. Cuando volví al día siguiente a la escuela, comenté esto con mis compañeros y creo que no es casual que ese mismo año para el Día de la Primavera, yo participara en un concurso literario escolar y ganara un segundo premio en Categoría Cuento. No fue casualidad, esa obra dejó un sello indeleble en mi corazón por diversos motivos. Invito a los que me leen que lo experimenten con el libro en sus manos.
Seguramente, hubo y habrá algunas otras afamadas, importantes, pero el impacto, la caída que me produjo fue único e iniciático, acerca de un amor por las palabras. Yo sentí que el tipo al que yo no conocía y él no me conocía a mí habíamos tendido un hilo invisible, pero sentido hasta lo profundo de las entrañas acerca de la historia que él contaba en su pequeño libro. Y por eso lo elijo como mejor para mí, “este tipo me conoce, escribe para mí”. En ese altar sigue estando el libro La caída, y otros libros del autor. Y el autor que fue un personaje del pensamiento existencial que después pude redondear en mi cabeza en el curso de los años. La caída, de Albert Camus.
¿Con qué autor tomaría un café?
Me gusta la idea de tomar un café con algún escritor, pero hay que ponerle algún contenido, por ejemplo, tomamos un café y hablamos de algo. A mí se me ocurrió elegir a Julio Cortázar y que nos sentemos a tomar un café en el Café Cortázar con él y yo le pregunte algunas cosas sobre su novela Los premios, que comienza su relato en otro café, en el café “La London”, en el centro. Quizá puede ser interesante esto, no muy larga la charla, algunos comentarios que pudiéramos intercambiar, yo le hago preguntas porqué esto, porqué aquello, cómo se le ocurrió tal cosa, etc., y después hacer un cierre breve.
¿Cuándo comenzó a escribir?
Si bien fue en la época que comienzan a escribir todos los chicos, lo mío tiene una cosa curiosa, yo vivía en una casa de las típicas casas con varias habitaciones, un patio; vivíamos dos familias, dos tíos solteros y varios chicos. A menudo me divertía yo ahí porque tenía dos primos que eran mayores que yo porque me enseñaban cosas, pero otras veces me sentía como abrumado, había mucho movimiento, mucho ruido, a veces había discusiones. Y cierta vez buscando una forma de huir de ese clima un tanto agobiante, me acerqué al dormitorio de mis padres donde estaba la única radio que había.
Busqué la forma de encenderla y empecé a mirar todos esos signos, letras y números que había en una lista y que indicaban que yo estaba cambiando, cuando movía la perilla, había otra persona que hablaba, etc. Rápidamente para mi edad, me di cuenta de que ahí había un juego interesante y, a raíz de eso, poco a poco, empecé a descubrir que, según en qué lugar ponía el dial, RL4, LS1, esos signos indicaban que cambiaba la persona que hablaba, y como yo escuchaba atentamente al locutor porque además me gustaba escuchar hablar bien,como se decía “hablar bien”, no como era habitual en mi casa… El asunto es que empecé a darme cuenta de que estos señores no solo hablaban bien, sino la perilla en donde la ponía era otra persona, mujer u hombre, que hablaba.
Ese jueguito me interesó, así que me aficioné bastante a estar ahí, pegado al receptor. Después empecé a prestar atención a lo que decían los locutores, entonces me di cuenta que nombraban el dial, y empecé a descubrir que eso tenía que ver con los signos que estaban escritos en el dial. Bueno, así aprender a leer, escuchando la radio. Era un juego interesante para mí y entretenido. Me daba la posibilidad de escaparme un poco del mundo ruidoso y agobiante de la casa. Esto fue antes de entrar a la escuela primaria. Poco tiempo después, ya estaba con ese bagaje y rápidamente me zambullí en ese mundo de letras, de números y empecé a aprender escribir bien, más o menos.
Esto me lleva a una nueva pregunta después de lo narrado en la pregunta anterior, ¿cómo aprendió a escribir como “escritor”?
En realidad aprendí como todos los chicos, a partir de la copia, de lo que el pizarrón mostraba, pero a escribir como escritor, digamos así, con toda modestia, aprendí a partir de ciertas circunstancias que les voy a contar brevemente. Yo como les dije vivía con mi abuelo, nos queríamos mucho, mi abuelo era muy cariñoso, me tenía una cierta, quiero creer, preferencia. Un día yo salía corriendo por el patio de la casa para ir a comprar verdurita para el caldo y casi lo atropello al pobre abuelo que estaba sentado ahí en el escalón.
Me preguntó a dónde iba tan apurado. Yo le dije a las corridas que iba a comprar verduritas. Y él entendió “figuritas”, con lo cual se enojó como buen inmigrante, él me quería mucho, pero sabía lo que costaba ganar un peso. “Otra vez figuritas”, comenzó a decirme. Se armó mucho lío. Yo insistí diciéndole “verduritas”. Cuando volví, conté el episodio a los otros adultos que estaban en la casa, a mis tías, mi madre, etc., y se rieron mucho. Lo valoraron, dijeron “qué interesante”.
Entonces, como vi que se habían reído, que les había gustado, que no les pareció una falta de respeto hacerle notar al abuelo que se había equivocado, etc., a los pocos días en la escuela, ya estaba en segundo grado, nos piden que escribamos una composición tema libre.
Yo escribí el relato de lo que había pasado con mi abuelo. Tuve mis quince minutos de fama, porque la maestra me felicitó, me abrazó, me mandó a la dirección para que la directora hiciera lo propio, bueno, las chicas, mis compañeras, estaban embobadas y yo más porque nunca me había pasado eso de ser famoso y entre tantas mujeres. El asunto es que saqué un premio afectivo. Fui a casa y lo conté, me felicitaron y demás, o sea, que esto de escribir como leer estaba resultando ser algo muy placentero por varias razones, así que empecé a descubrir el placer adicional que leer y escribir tiene en la vida de las personas, que es el efecto que producen en los demás. Y cuando uno es chico ya sabemos que eso es muy importante en la vida. Esto fue así, y creo que fue el primer puntapié inicial del largo partido que llevo jugando en el papel y con las palabras.
¿Por qué decidió ser escritor?
Porqué decidí ser escritor, la verdad que no sé si se podría llamar una decisión, en el sentido racional y práctico del término. Yo era un chico bastante tímido, remiso a los grandes esfuerzos físicos, pero no estaba ajeno a lo que sentimos todas las personas, chicos o grandes, a lo largo de su vida, al deseo de ser reconocido, a que alguien dijera “mirá lo que hace este tipo”. Entonces yo creo que lo pasé fue que fui descubriendo, a lo largo de la primera infancia, que tenía facilidad para jugar con las palabras, digamos así, facilidad para jugar con las palabras y no solo eso, sino que cuando yo producía algo con mis palabras, era aceptado y valorado por los demás, ya sea mi familia o mis compañeros de la escuela, entonces se unía el sentido práctico, al sentido lúdico y al principio del placer, que, como diría Freud, que siempre guía nuestros deseos: yo quería ser valorado, me costaba ser valorado en otras cosas y yo veía que con las palabras podía jugar, divertirme, descubrir cosas, promover cosas y a los demás le gustaba, así que estaba completo el círculo. A mí me resultaba relativamente fácil, podía hacerlo y a los demás le gustaba. En realidad, en la adolescencia se produjo un cambio, porque como suele pasar la adolescencia es una época de la vida de grandes ideales en el bueno y en el no tan buen sentido, el asunto es que mis escritos y todo lo que pensaba y decía empezó a tener un cariz de ambiciones mundiales, quería cambiar el mundo, por decirlo como se decía en esa época.
Pero bueno, ese fue un peligro que tuve que sortear para no perderme en esos meandros de los ríos de la vida. Sintéticamente es eso, yo descubrí que tenía en mis manos un potencial que me granjeaba la admiración y aprobación de los demás, sobre todo de los demás entre los cuales había personas muy admiradas por mí, por ejemplo, mi abuelo, mi padre, mi madre, o mis compañeritas del colegio. Por lo tanto, dije “esto tiene que ir”.
Luego, cuando ya era más grande intervino un factor importante, estaba estudiando psicología y descubrí un texto de Irvin Yalom, psicoterapeuta y escritor estadounidense, al cual leí con mucho placer y con mucho interés y que influyó decisivamente en que yo que había pensado estudiar psicología dijera y por qué no psicología unida a literatura; al fin y al cabo es la magia de las palabras y de la vida humana. Daría para mucho más, pero la idea está. El día que Nietzsche lloró fue la novela que yo podría indicar como la apertura de una etapa. Yo con mi experiencia como psicólogo tengo más elementos que los que tenía antes para escribir y eso hice. Y al poco tiempo, escribí mi primer libro de cuentos La paciente impaciente, que estaba claramente inspirado en la obra El día que Nietzsche lloró, de Irvin Yalom, juntando la filosofía, la psicología y la literatura.
¿Qué le diría a alguien que quiere comenzar a escribir un libro?
Voy a hablar de mi propia experiencia, hubo un momento en el que yo era joven (risas), y esa juventud coincidió con la juventud de un gran amigo, ese año yo hice el servicio militar y él no por sendas razones. Cuando terminé el servicio militar tuve una especie de sensación de libertad, de júbilo, que compartí con él y que él se asoció, a pesar de no haber vivido la experiencia en directo. Pero él sí tenía otra experiencia que estaba viviendo de similar expresión de la libertad y de necesidad de que eso fuera trasmitido. En el mundo hay muchas palabras, textos, pero cuando uno escribe un libro, aunque sea pequeño, como el que les voy a contar ahora, está introduciendo un nuevo universo dentro del universo de la palabra escrita, algo que no existía, es un acto creativo, recibimos palabras en la casa, en la escuela, en la calle y en algún momento decimos por qué no dar palabras, pero qué motivo tiene que haber y mi experiencia es que para que uno tenga la energía suficiente para hacer ese traspaso de recibir a dar, es bueno que haya sentimientos fuertes, por ejemplo, el de la recuperación de la libertad y la alegría por producir, de introducir una novedad en el lenguaje. Esto sería lo principal para alguien que quiere escribir, que se pregunte, “ahora yo, ¿por qué quiero escribir?, ¿De qué me alegro? ¿Qué quiero celebrar? ¿De qué me lamento? ¿Qué sentimientos me van a dar la energía para que escriba?”. De todos modos, si esto está claro, tampoco quiere decir que uno tenga que tener claro todo el universo de cosas que se juegan cuando uno escribe, de antemano no. Borges dice en algún lugar que no se puede leer por obligación, porque leer es una forma de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz. Esto es lo mismo, cuando uno vivencia alguna forma de felicidad y el logro de una felicidad por estar compartiéndolo con un querido amigo, cuando uno vivencia eso es cuando el texto tiene carne y espíritu. Yo diría: “Amigo mío, si va a escribir, escriba. Dese el gusto nomás, no se ponga ni demasiado crítico de lo que escribe ni demasiado complaciente, siempre faltará algo, pero siempre habrá algo que celebrar, aunque sea el mero hecho de que usted con un simple gesto usted está cambiando el idioma, está introduciendo un nuevo rasgo del idioma con el que nació y que le venía dado, así que ni mucha crítica ni romper el papel cuando no sale como uno quería ni andar mostrándoselo a todo mundo como si fuera una obra maestra, con calma, los placeres se degustan mejor con calma, aunque parezca una contradicción. Y poco a poco, uno le va encontrando el profundo gusto a esto de recibir palabras de sus padres, maestros, de sus otros libros, y sentir que uno puede incorporar ahí, en ese mundo de la palabra escrita, sus palabras. Es un acto creador, un parto, es gestar una nueva vida en el universo cultural. Buena suerte, amigos que quieren escribir, vayan y dense el gusto, yo me lo di y no me fue mal”.
Para ir terminando, ¿quisiera agregar algunas palabras?
Sí, quiero enviar un agradecimiento a todos los que llegaron hasta esta parte de la entrevista y por la posibilidad amistosa de intercambiar palabras y sentimientos. Un agradecimiento especial a Stella Roque que con su enorme dedicación hace posible estas cosas, también a la periodista Silvia Vázquez, y mi deseo profundo de que a través de los libros todos, ustedes, yo y los demás podamos comunicarnos y ser un poquito más felices cada día.
Una vez más debería decir “gracias a la vida” y hasta cualquier momento porque volveremos a encontrarnos. Un abrazo a todos y espero puedan sacar algún provecho de estas inspiraciones que me generó la entrevista. Hasta pronto, gracias.
Nota de la editora: Leí "Dicho sea de paso..." y hay solo una palabra que puedo decir al respecto:"sublime". Me encantó la simplicidad con la que expresa cada emoción.
©Silvia Vázquez
Entrevista muy interesante. Muy vital. Un "gracias a la vida" muy reconfortante.
ResponderEliminarEs magnífico, el maestro Rolando Martiñá.
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