CUARENTENA
Vacía.
La escuela está vacía.
El timbre del recreo está dormido
en un descanso sin final.
No hay murmullos
ni gritos
ni risas
ni corridas…
ni el humo de la leña en el fogón
para el mate cocido
ni el aroma del café de los profes.
Las pizarras, mudas,
entrecruzan sus miradas
con el trozo de tiza
que quedó tirado en el piso.
Ni las palomas están en el patio.
No hay nadie.
La escuela está vacía.
No retumba la carcajada
de “las chicas del fondo”
ni de los tacones de Noelia.
Está ausente la música del celular
de los preceptores,
que hacía más amena la tarea.
El mástil, cabizbajo,
ensaya su postura
para el día del reencuentro.
No hay nadie.
La escuela está vacía.
¿Adónde se fueron todos?
Es la pregunta que se hace,
mientras espera
en un sueño aletargado
en una soledad interminable
en una tristeza sin fronteras…
que alguien venga para abrir sus puertas.
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