Las ánimas iban desapareciendo del lugar, dejando mesas
libres. Una y otra y otra. El mozo las limpiaba como un autómata, acomodaba
nuevamente los manteles blancos y encima los negros. Ponía el azúcar en el
medio y acomodaba las sillas.
Al fondo del salón unos pocos miraban el partido, sin
volumen y casi al lado de la puerta, un grupo de hombres de mediana edad
charlaba sobre política. Y él, solo, sentado tomando el café. El merecía eso,
estar solo.
Tantos años habían pasado desde que se conocieron, tantos
que ni se acordaba cuántos. Eran pibes, apenas adolescentes alegres sin
problemas que resolver, sin angustias, sin deudas para pagar, sin…
El solo merecía eso, estar solo. Fue duro escuchar esas
últimas palabras después de estar juntos más de dos décadas. Si, más o menos
era ese el tiempo que habían convivido.
Esa noche, la del final era la peor. Jamás se había sentido
tan humillado, tan vacío, tan solo.
Seguía sentado ahí, con el cigarrillo casi apagándose y el
café a medio tomar, viendo como la gente pasaba caminando refugiándose de la
lluvia debajo del techito del bar.
Ella entró. Sacudió el paraguas y buscó un lugar para
sentarse. Había muchos disponibles, pero elogió la mesa al lado de la suya. La
que estaba al lado de la ventana. Dejó la cartera sobre una silla y llamó al
mozo. “Un café por favor”, le dijo.
Acomodó el abrigo en la otra silla y apoyó la cabeza sobre
sus manos acodadas en la mesa.
Lloraba despacio, como queriendo que el tiempo pasara lento.
Se secó las lagrimas y ahí vi sus ojos, tan brillantes, tan profundos , tan
tristes…
Se levantó y fue hacia ella. “Perdón, te sentís mal?”, le
preguntó. “¿Puedo ayudarte en algo?”.
Ella lo miró, profundo, como se mira un paisaje, lejos, al
horizonte. Casi le pareció que le había sonreído. “No, gracias, no necesito
nada, solamente estar sola. Merezco estar sola, me dijeron”. El le tomó de las
manos, se sentó a su lado y la abrazó. Ella dejó de llorar, y la lluvia se
detuvo para que pudieran mirarse bien a los ojos.
“No es bueno estar solo”, dijo él, y la volvió a abrazar.
©Silvia Vázquez
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