viernes, 7 de junio de 2024

Narrativa: Él solo merecía eso




El sólo merecía eso. Estar sentado en la mesa de un bar, mirando la nada, con el cigarrillo en la mano y tomando un café Se lo había dicho. El merecía eso. Una y otra vez esa frase retumbaba en su cabeza.

Las ánimas iban desapareciendo del lugar, dejando mesas libres. Una y otra y otra. El mozo las limpiaba como un autómata, acomodaba nuevamente los manteles blancos y encima los negros. Ponía el azúcar en el medio y acomodaba las sillas.

Al fondo del salón unos pocos miraban el partido, sin volumen y casi al lado de la puerta, un grupo de hombres de mediana edad charlaba sobre política. Y él, solo, sentado tomando el café. El merecía eso, estar solo.

Tantos años habían pasado desde que se conocieron, tantos que ni se acordaba cuántos. Eran pibes, apenas adolescentes alegres sin problemas que resolver, sin angustias, sin deudas para pagar, sin…

El solo merecía eso, estar solo. Fue duro escuchar esas últimas palabras después de estar juntos más de dos décadas. Si, más o menos era ese el tiempo que habían convivido.

Esa noche, la del final era la peor. Jamás se había sentido tan humillado, tan vacío, tan solo.

Seguía sentado ahí, con el cigarrillo casi apagándose y el café a medio tomar, viendo como la gente pasaba caminando refugiándose de la lluvia debajo del techito del bar.

Ella entró. Sacudió el paraguas y buscó un lugar para sentarse. Había muchos disponibles, pero elogió la mesa al lado de la suya. La que estaba al lado de la ventana. Dejó la cartera sobre una silla y llamó al mozo. “Un café por favor”, le dijo.

Acomodó el abrigo en la otra silla y apoyó la cabeza sobre sus manos acodadas en la mesa.

Lloraba despacio, como queriendo que el tiempo pasara lento. Se secó las lagrimas y ahí vi sus ojos, tan brillantes, tan profundos , tan tristes…

Se levantó y fue hacia ella. “Perdón, te sentís mal?”, le preguntó. “¿Puedo ayudarte en algo?”.

Ella lo miró, profundo, como se mira un paisaje, lejos, al horizonte. Casi le pareció que le había sonreído. “No, gracias, no necesito nada, solamente estar sola. Merezco estar sola, me dijeron”. El le tomó de las manos, se sentó a su lado y la abrazó. Ella dejó de llorar, y la lluvia se detuvo para que pudieran mirarse bien a los ojos.

 “No es bueno estar solo”, dijo él, y la volvió a abrazar.

©Silvia Vázquez


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