Para abordar el tema del poder, es importante considerar cuestiones como autoridad y autoritarismo, indicadores esenciales para evaluar la calidad de vida democrática en una sociedad. También, la importancia de evaluar las actitudes de la población respecto del poder.
El sociólogo Max Weber, a comienzos del siglo XX, habló sobre el poder como una relación social donde se verifica una imposición aceptada de uno sobre él o los otros. También Foucault destacó que el ejercicio del poder no se realiza solamente desde la cúspide de la sociedad hacia abajo, sino que, en sus términos, hace una microfísica vigente en toda la trama psicosocial, independientemente de que sea democrática o no. Sin embargo, en la medida en que el poder sea el tipo de vínculo más determinante, más pobres serán las mediaciones simbólicas entre los sujetos en la vida pública.
Si retomamos la definición de Weber, el poder aparece como la eventual imposición de la voluntad de uno sobre otro/s. Sin embargo, según Benbenaste, el poder es algo estructurante de la subjetividad porque no se trata sólo de algo puesto en juego por la propia voluntad de hacerlo, sino que es la disposición a un tipo de vínculo, disposición que puede ser más intensa según el desarrollo afectivo y cognitivo de cada persona, además de las condiciones sociales de un cierto momento histórico y lugar.
Génesis del Poder
Desde el hombre de Cromagnon hasta la actualidad, se constata la presencia del poder. Como el recién nacido carece de la capacidad para simbolizar sus necesidades y, menos aún, operar sobre la realidad externa, se lo erigirá en el ejemplo de lo que, en el ámbito político-social, se llama poder.
El primero, el inmediatismo, se refiere a la insuficiencia del recién nacido para simbolizar sus necesidades o impulsos cuya satisfacción o no, dependerá de los que padres lo hacen por él.
Es que la indefensión del infante es significada por el adulto. Por ejemplo, la madre interpreta el llanto o los gestos como indicadores de ciertas necesidades según el momento del día o la situación.
El poder para el Poder
El Poder es un tipo de vínculo, psíquicamente hablando, que demanda muy poco esfuerzo. Dado que se genera desde el nacimiento es, por lo mismo, una disposición en los sujetos. En épocas de crisis sociales, los individuos sienten que se desorganizan y suelen devenir en “masa disponible”; la masa permite, entonces, que alguien advenga para que la organice, de ahí que, los sujetos con menor posibilidad o disposición para simbolizar la realidad externa, propendan a buscar sentido ubicándose en un vínculo de Poder.
La posesión de bienes o status social suscita un goce que deviene de las diferencias asimétricas respecto a los que no las poseen o las poseen. Este gozar al otro por lo que no tiene, fuertemente arraigado en el hombre, se relaciona con la envidia y su proyección.
La envidia es un “mal ver”; el envidioso no tolera lo valioso en el otro. La proyección de la envidia, se exalta y legitima en más o en menos, según las condiciones y el valor predominante en una sociedad.
Autoritarismo y autoridad.
Una conducta autoritaria, lo es en la medida en que, directa o indirectamente, promueve el empobrecimiento del otro.
En una cierta relación pueden coexistir un vínculo de autoridad y otro de autoritarismo. Por ejemplo, en el carril semántico puede, transcurrir el vínculo de autoridad mientras que el vínculo autoritario se hace a través de “la dimensión pragmática de la lengua”, como cuando el jefe le hace una indicación técnica al empleado, pero lo hace con un tono imperativo o de desvalorización.
Además, la autoridad: conjuga el poder con las condiciones para simbolizar. Así, en el vínculo de autoridad se conjugan dos aspectos de la condición humana: la marca de la indefensión y la aptitud innata de la especie para simbolizar que, a través de una práctica de milenios, se ha ido objetivando en forma de pautas normativas o culturales en general. Estas, a su vez, presionan y regulan a los seres humanos para que los vínculos de autoridad puedan ser utilizados para potenciar las actitudes autoritarias.
Opiniones de gente célebre sobre el poder
Maquiavelo consideraba a la política como la búsqueda del poder a cualquier costo, con total independencia de toda consideración moral lo que, en gran parte, está muy ajustado a la realidad. Es la virtud, que en el lenguaje del florentino, se traduce por la voluntad de alcanzar el poder.
Freud no sólo se limitó a estudiar la psicología humana individualmente, sino que vio con suma claridad los efectos que la libido, podía tener sobre los individuos como parte de una masa que adopta conductas colectivas. Sus investigaciones de la conducta colectiva de las masas, lo llevaron a descubrir que los humanos realizan una verdadera regresión hacia las formas de vida de la horda primitiva, donde las pulsiones agresivas y de hostilidad, de amor o de sumisión podían adoptar formas peligrosas para la vida civilizada.
En mi opinión, hay que tener en cuenta la anomia en la masa que logra que el sujeto al diluirse en la masa, no se responsabilice de sus actos.
Reflexiones sobre las ansias de poder
Voy a insistir en una cuestión, sobre la que me he expresado en muchas oportunidades. Todos sabemos que, aunque la verdad sea no sólo deseable sino exigible, ésta sólo puede medio decirse porque la palabra no alcanza y puede significar otra cosa que lo que pretende decir. Justamente, un ejemplo interesante nos lo plantea la palabra revolución.
Cuando volví a escribí la palabra revolución, término que unió y entusiasmó a varias generaciones, recordé su significado, que se puede leer en el diccionario etimológico de Joan Corominas.
Desde el punto de vista jurídico designa los actos destinados a resistir y cambiar un orden vigente, pero, para la astronomía, la revolución no es ni más ni menos que retornar al punto de partida.
Etimológicamente deriva de "volver" y, a su vez, del latín revolutio, regreso. Entonces, podemos formularnos la siguiente pregunta: ¿Hacia dónde "regresan" las revoluciones?
Sigmund Freud, en El Malestar en la Cultura, analiza la cuestión del comunismo según el cual el motivo de la corrupción de la naturaleza humana radica en la propiedad privada, por lo tanto, si desaparecieran las desigualdades económicas, la bondad, inherente a su naturaleza, le sería restituida.
Suponer que las mejoras económicas conllevarían un cambio en la naturaleza de los seres hablantes, fue la ilusión positivista del marxismo.
Las tendencias agresivas son parte de la naturaleza humana y, por lo tanto, existen antes que la propiedad privada. Por otra parte, el hombre siempre se resistió a renunciar a la satisfacción de las mismas. Es por esto que no es factible que un cambio económico, por sí solo, pueda traer aparejado otros cambios en los lazos sociales.
Considero que es necesario recordar, por ejemplo, a Simón Bolivar, sobre el cual Carlos Marx escribió notas denunciándolo como un miserable, déspota y traidor. En una carta que Marx le escribió a Engels en 1860, dijo que la fuerza creadora de mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres siendo el ejemplo más notable el de Simón Bolívar”
En referencia a las “independencias” de las antiguas colonias españolas en América, según el estudioso Ramón Calvo Trenado, se fueron tejiendo una serie de mitos sobre presuntos libertadores de pueblos.
Terratenientes esclavistas, comerciantes librecambistas, militares de origen español… muchos de ellos agentes políticos y comerciales a sueldo del Imperio Británico, a cuyo servicio trabajaron y cuyos soldados y marinos alquilaron como mercenarios en sus guerras contra el Imperio español y entre ellos, los llamados Libertadores de América constituyen una galería de personajes en general poco recomendables, que fueron denunciados como lo que realmente eran, criminales sin escrúpulos en su mayoría.
El caso de Bolívar resultó ser paradigmático. Convertido desde hacía dos siglos en icono y referencia mítica de cualquier revolución americana, Simón Bolívar resultó ser en realidad una figura histórica aborrecible por los hechos por él cometidos, que no excluyeron crímenes y felonías: traición, asesinatos, masacres y despotismo que quedaron al descubierto cuando en los años treinta del pasado siglo se recuperó un texto breve de Karl Marx, en el que el mito de Bolívar quedó destrozado.
Fue en 1858, cuando Marx escribió un duro alegato contra Simón Bolívar bajo el título “Bolívar y Ponte”. El artículo respondía a un encargo de Charles Dana, director del New York Daily Tribune, quien le pidió un texto para la New American Cyclopaedia, donde Marx se refirió según él, al mal llamado Libertador.
En una carta a Engels fechada el 14 de febrero de 1858, Marx escribió que Dana le había pedido ese artículo, escrito en un tono prejuiciado y con fuentes precisas.
Bolívar es el verdadero “Soulouque", escribió Marx, “un ex esclavo que se proclamó Emperador de Haití y ejerció el poder mientras le duró de un modo enloquecido, despótico y cruel”.
"Cobarde, brutal y miserable" son ciertamente adjetivos duros, pero Marx no los usó porque sí. En su artículo para la enciclopedia, repasó las miserias de un personaje criminal, tan temido como odiado en su tiempo.
De su etapa de gobierno como dictador dijo Marx que Bolívar, por su inconstancia, su cortoplacismo y sus cambios continuos de dirección, provocaron su desastrosa acción de gobierno cuando tuvo ocasión de ejercer el poder.
Como figura histórica, Bolívar fue un miembro de la oligarquía criolla con ínfulas aristocráticas que, por su origen mestizo, lo llevó a albergar un fuerte resentimiento contra la aristocracia blanca de origen peninsular. Terrateniente, propietario de esclavos y déspota tropical, Simón Bolívar no "liberó" nada, escribió Marx. Por el contrario, contribuyó a que indígenas, negros, mestizos y blancos pobres, siguieran siendo explotados por la misma burguesía criolla que ya los había explotado durante la colonia.
Si la burguesía criolla rompió sus vínculos con España no fue obviamente para "liberar" a sus compatriotas más desfavorecidos, sino para explotarlos en su solo beneficio y mejor de lo que lo hacían las lejanas e ineficientes clases dominantes españolas.
Sobre la personalidad patológica de Bolívar y los impulsos xenófobos y genocidas que guiaban sus actos habla por sí solo el “Decreto de Guerra a Muerte”, firmado por quien se autoproclama “Libertador de Venezuela” el 15 de junio de 1813, una pieza cuya lectura aún estremece hoy incluso conociendo la tradicional falta de respeto a la vida humana presente en todas las guerras coloniales.
En realidad, Bolívar no podía soportar la cercanía de aquellos, cuya sola presencia, le recordaba sus orígenes “manchados”, y cuyos soldados acababan de derrotarle militarmente.
Escribió Ramón Calvo Trenado: "El mito Simón Bolívar ha sido utilizado por unos y otros para justificar el paso de la dominación colonial a una nueva dominación social, además de respaldar a esta última. Criticarle se ha convertido en una ofensa a la patria, el semidios es perfecto y poner en solfa alguno de sus planteamientos es una herejía. El Napoleón de Las Américas está por encima de cualquier juicio histórico y su megalomanía marca la pauta."
Perseguir al que piensa distinto
Cuando se creó la ex URSS, sus dirigentes, en nombre de nobles ideales revolucionarios, sometieron a la oposición represión tan feroz como la que habían sufrido ellos mismos, argumentando que era necesaria para poner en marcha una nueva sociedad.
S. Freud, en "Una concepción del universo", escribió que no le parecía factible que con represión y desatando una brutal censura, se pudieran llevar adelante los ideales marxistas.
La revolución no podía más que volver al punto de partida por no haber sabido dar lugar, o por haber rechazado, la posibilidad de poner en juego las diferencias.
También es necesario decir que, a pesar de las adversidades económicas y del argumento de las circunstancias, cada pueblo y cada persona es responsable de los hechos acontecidos en el propio país y, también, en el mundo.
S. Freud, expresó, también, que es notable cómo, teniendo tan escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como una lamentable opresión, los sacrificios que la cultura impone, para posibilitar la convivencia.
Es desconcertante que la misma cultura deba ser protegida contra los individuos, y que sus normas e instituciones deban cumplir esa tarea para no sólo apuntar a una mejor distribución de los bienes, sino poder conservarlos.
“Las creaciones de los hombres son frágiles, y la ciencia y la técnica que han edificado pueden emplearse también en su aniquilamiento”, dice Freud.
Es parte de la desigualdad innata, y no eliminable, entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos. Estos últimos, que constituyen la inmensa mayoría, necesitan de una autoridad que tome por ellos las decisiones que, muchas veces, acatarán incondicionalmente. ¿Por qué? Por la promesa de una mayor igualdad que, fundamentalmente, se sostiene en el rechazo a las diferencias.
Los totalitarismos, decididamente, no sólo rechazan la alteridad sino que apuntan a la eliminación de cualquier otro que, por ser distinto, pueda hacerles tambalear sus “verdades supremas”.
Además, como sus seguidores se mueven en bloque, terminan conformando un solo cuerpo (el corpus de la masa), con una sola cabeza, la del jefe que piensa por ellos. Esto sume a esa mayoría, en el anonimato: dejan de ser sujetos para ser una masa aglutinada, consecuencia por demás buscada por la gratificación que implica.
En Latinoamérica, el caudillismo, el liderazgo extremo, la concentración del poder, unidos al culto a la personalidad, son efectos de la misma cuestión: el narcisismo de los gobernantes y la necesidad, por parte de la masa, de un líder del que aceptan, con naturalidad, que una vez que llegan al poder, decidan no rendirle cuentas a nadie más que a sí mismos.
“El Estado soy yo”, diría el rey de Francia Louis XIV.
En la Argentina se lo transmitió en muchas oportunidades y es lo que debe evitarse.
La gente, que no es ajena a ese discurso, cuando lo permite, es cómplice porque termina promoviendo la doble moral que caracteriza a algunos políticos.