viernes, 7 de febrero de 2025

Escritora invitada: Raquel Pietrobelli

 La gallina egipcia de los huevos de oro



La claridad dominguera fue asomándose tímidamente entre las cortinas
vaporosas de voile.

Lo primero que me dijo mi mente es que ese domingo no vendrían (milagrosamente) mis hijos, ni nietos, ni parientes, ni novios, ni novias, ni amiguitos, ni amantes que, lamentablemente, no eran míos.
Estábamos en enero, y se habían ido de viaje, a alguna quinta, a algún complejo, o a algún telo, Dios sabe dónde… Quiero a mi familia, pero hay veces que la quiero bien lejos. Hay un intríngulis dual, que lo tendré que dirimir con mi psicólogo.

Me sentí, como hace tanto no me sentía. La última habitante de la Tierra a quien acudirían si hubiere una bomba atómica dando vueltas; (VIP, que le dicen), me sentía como alguna reina de Egipto, rebelde y feminazi, hundida en un féretro de oro y zafiros, en el último culo de alguna pirámide que aún los paleontólogos no habrían podido descubrir. Nadie me vendrá a molestar hoy. ¡Aleluya!...
Tengo 72 años, jubilada, todavía algún que otro desahuciado me suele mirar cuando paso, lo que me produce algo contrario al placer, siento una especie de espanto, porque me pregunto si será alguien de la policía secreta, o alguien a quien no le pagué alguna cuenta, tal vez algún chorro que me viene siguiendo, o quizás me quieren raptar para vender mis vísceras. Eso también debo consultarlo con mi psico, creo que no es normal. Bueno, bueno… ¿Quién es normal hoy día, no?

En eso suena, entrometido, mi celu. ¿Quién puede ser que se atreva a molestarme en este mi día libre, lleno de gloria, sumergida en el infinito placer de estar en la cama, despatarrada, con halitosis, y con los pelos como para espantar hasta al mismo Frankenstein, sintiéndome igual que Angelina Jollie en su día de descanso en el set?


—¿Hola?

—¡Hola abu! ¡Buen día, abu! ¿Cómo amaneciste?—Era Graciana, mi nieta más chica. Nunca, jamás, en mi vida creería que mi nieta me llame un domingo para ver cómo estaba yo. Eso era menos creíble que los cuentos de Lovecraft.

—¡Ay , abu, hace tanto que quiero ir a verte, pero estoy tan ocupada con los exámenes!... Apenas pueda, me voy y me instalo unos días en tu casa, ¿Querés?...

—Pero sí, tesoro, le contesté yo, cruzando los dedos. Ya la tuve algunas veces, y fui su sirvienta, su camarera, su lavandera, su valet, su cocinera y su cajero automático… Porque su madre jamás le enseñó ni a levantar una taza.
(Se viene el mangazo, me dijo mi otro yo, que es bastante inteligente, perspicaz y afinado con los años).

—Estaba pensando… (Dale, pedime nomás lo que me vas a pedir, sátrapa).

—Vos sabés que este año tengo que recibirme, sí o sí. (Sí, querida, ya tenemos los huevos al plato de mantenerte, hace doce años estás hibernando en la facultad).

—No me vas a creer, abuelita, que se me rompió la compu. ¡Qué desgracia Justo en estos momentos en que mamá y papá están llenos de cuentas.

Y yo me pregunto… No sé…Y discúlpame el atrevimiento. Pero… ¿Me podrías ayudar, abu, a comprarme otra?...Una baratita nomás, no necesito algo extraordinario, pero vos sabés que es imposible hacer arquitectura sin una compu.

Se produjo un silencio mortal. Sentí la estocada sangrienta en mi billetera.
Estoy segura que si la pobre tuviera vida, estaría llorando de pena… Una vez más.
Carraspeé un poco, porque pareciera que de pronto se me fue la voz…

—Bueno querida, voy a investigar mis finanzas y te contesto ¿eh? Eso lo dije por decir… Ellos sabían muy bien que con lo que me dejó el finado, estaba más que bien. Y jamás su abu diría alguna vez en su existencia un “no”, a algún pedido de algún nieto.
Claro, me faltó agregar que a los pedidos de los nietos, se fueron acoplando los pedidos de los padres de ellos, los adoptados, entenados, futuros maridos, pretendientes, toy boys, touch and go,y alguno que otro descosido.

Por muchos motivos que pasaré a explicar, cada vez me estaba sintiendo más, la Mrs Forra de la familia.

Los domingos venían en bandada, como una horrible marabunta, a comer “los fideos que nadie hace como mami”. Venían a la una con caras mal traqueteadas por la juerga , me abrazaban, y me decían, dulcemente…

—Mami, sos una genia. ¿Qué haríamos sin vos? ¿Querés que te ayude en algo?
Gracias, tesoro, ya limpié la casa, ya hice las compras, ya llené la heladera, ya me rompí el culo amasando los fideos, ya estacioné la salsa, ya puse la mesa,
ya compré los vinos. Pero discúlpenme, hoy no hice un postre, compré helado nomás…

—Ay, mami…¿Cómo no nos avisaste así traíamos algo dulce?... (Sí, Juan, decía yo para mí misma… ¿Hacía falta que te mendigue un postre, pelotudo a cuadritos?).

O cuando tuve que pagar la membrana para el techo de la casa de Juani, porque les llovía todo; o cuando le tuve que pagar la cuota del auto de Euge, por la inflación, el costo de vida, las cuotas del colegio de los hijos, las clases de Cross Fit de la nena, y la mar en coche.
O cuando tuve que colaborar en cercar la casa de Koki, en Nordelta, porque los carpinchos ya se hicieron huéspedes ilustres de la casa.

En eso…volvió a sonar el teléfono. A mi billetera le agarró ataque de pánico, y a mí se me aceleró el pulso.

—¿Hola?, dije, disimulando mi terror.
—¿Hola, mami? ¿Cómo estás?... (Así comienzan todos los tsunamis). No te quiero molestar, mami, pero hoy nos invitaron a pasar el día en una quinta…Y vos sabés que con este calor, no podemos llevarlo al Pinchi con nosotros, es muy chiquito, pobrecito. Digo yo… ¿No?... ¿Será posible que vos los cuides unas horitas? Tengo miedo que se insole con estos calores.
Yo empecé a ver borroso, y me di cuenta que estos no me dejarían en paz, ni estando en una tumba, en Egipto, escondida debajo del féretro de Tutankamón.

— Aparte, mami, sé que este domingo vas a estar muy solita, así que el Pinchi te va a hacer compañía… (Si… Aparte el Pinchi me va a pinchar bien las pelotas… Mamaderas, siesta perdida, pañales con caca, y yo haciendo de Piñón Fijo ad honorem por unas cinco horas, para que no se aburra…)

Mis dendritas se movieron a la velocidad de la luz. Mis neuronas se movilizaron, y mis células sensoriales especiales se pusieron en guardia…

—¡Ay, cielo! ¡No sabés cuánto lo siento! ...Yo no estoy en casa en este momento, le contesté. Como nadie vendría hoy, estoy tomando un drink con una amiga. Disculpame, ¿eh? ¡Con lo que me gusta cuidarlo al Pinchi!

(Estoy con los huevos al plato de ser tu niñera), dijo mi otro yo.

Me miré al espejo… El hijo de puta no pudo ser más despiadado. Desgreñada, pelos de carpinchos del Delta, en esa bata descolorida y virgen, que nadie me la sacaba a tirones, desde el hundimiento del Titanic, con ojeras… Era lo más parecida a Emma Thompson haciendo de Tronchatoro en “Matilda”.

Las ideas me explotaron de pronto. ¿Cómo puede ser? ¿Que una gallina con los huevos de oro tenga tan mala apariencia? Tenía que organizar mis ideas. Urgente. Algo no estaba funcionando en mi vida. El tren bala descarriló. La Torre de Pisa se cayó por fin del todo para un costado.

“Algo huele mal en Dinamarca”, ya lo dijo el Willy.

¿En qué cosa me había convertido, solucionando la vida de los demás? Extraordinaria forra polifacética: contadora, cocinera, niñera, jardinera, billetera del estado, psicóloga gratis, proveedora incondicional de tantos zánganos inútiles caraduras.

Me puse churra y salí a tomar un té. Mis ojitos me relampagueaban. ¡Mi vida tenía que cambiar! Ya. Now. (Todavía no tenía prevista en mis planes una fosa para mí, mi última morada, yo y mi bendita billetera bajo tierra).

Pasó un tipo, y me tiró un piropo… Le sonreí. Esta vez le creí. No sé si estaba dopado, o con una enfermedad terminal. Y después de todo ¿por qué no, carajo? Si me lo merecía. Y me merecía muchas cosas más. Muuuuuuchas más.

Al otro día, temprano, me fui a la peluquería, me hice las uñas, las cejas, las pestañas, renové mi provisión de cremas, renové mi mohoso guardarropas,tiré mis bombachas viejas, me compré un buen lote de “Victoria Secret” (Siempre hay que estar preparada para alguna que otra batalla), agarré mis mejores sombreros, mis perfumes, y me saqué un pasaje a las Bahamas.

A los dos días les envié una foto a mi familia, tostada, en la playa, con un negronazo sirviéndome una copa de champán, y mis pelos de carpincho al viento… Y les puse este mensaje cariñoso: “Chicos, no se preocupen por mí. Decidí tomarme un descanso (de ustedes). No me esperen muy pronto, ya que la estoy pasando bomba. Y no creo que vuelva hasta no hacer bolsa hasta mi último peso del Banco. Los quiero mucho. Bye, bye.” Mami.
Creo que jamás había gastado mi plata tan sabiamente como esa vez.

Me sentía una gallina reluciente, empoderada, que ya no pondría más los huevos de oro, para los otros. De paso, viajaré a Egipto, para decirle a Tutankamón que ya necesitaría de su protección. Y que estaba muy feliz.

©Raquel Pietrobelli

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