Galicia meiga, profundo en el
corazón
El cruceiro de piedra anuncia imponente el comienzo del pueblo. El
hórreo sobre los pilares abrazados de
musgo .Un sendero largo y angosto rodeado de casuchas bajas, con techos de
tejas, paredes de piedras y ventanas pequeñas es el paisaje repetido a medida
que me interno lentamente en él. Detrás de unas bajas colinas desgastadas por
los años, el sol despierta a la mañana. Unos pocos vecinos viven ahí. Los
suficientes para alborotar un poco la jornada calma.
Tímida se asoma una viejecita con zuecos de madera, cabellos plateados y un
delantal negro que le llega a los tobillos. Un pañuelo oscuro atado a su cabeza
y las manos repletas de arrugas, que hacen juego con los surcos de un rostro
cansado y feliz. Su atuendo delata su viudez eterna. Al lado, el sonido de un
carro de ajada madera que se presta para enganchar una yunta de bueyes viejos
pero fieles. Un pájaro se atreve a improvisar un canto en medio de la
mañana.Todo es silencio. De a poco aparece la vida detrás de cada puerta
pesada. Tres bueyes salen acompañados de un perro . Un mocito con boina, chicote en mano, se prepara para la
tarea. Sabe que hasta el anochecer no regresa. Lleva en sus bolsillos los panes recién horneados, solo eso, para
mitigar el hambre de un día completo de labor Los zapatos gastados por el
tiempo, pero limpios y acordonados. Su traje de fajina heredado lo acompaña
largas horas. Camina mirando hacia abajo, esquivando las piedras musgosas desparramadas
en el camino. Tal vez lo sorprenda la lluvia fría, igual debe seguir cerca de
los animales . Regresará con los bolsillos vacíos y la ropa húmeda. Así día
tras día. Así año tras año, hasta que como hermano mayor, decide cambiar el
destino. Alguien tenía que hacerlo. No fue una decisión fácil. Luego de la
partida de su padre, era quien seguiría abriendo camino para el resto. Debía
dar el ejemplo.
Frente al portón pesado del corral lo despiden las manos de parte de la
familia. Su madre oculta una lágrima (ella debe ser fuerte). El más pequeño se
refugia detrás de las piernas temblorosas del viajero. Algunos decidieron
quedarse adentro de la enorme casa que desde aquel día estaría más vacía. Ya
habían decidido quien tomaría su lugar. Era parte de la tradición familiar. Lo espera un inmenso mar,
interminable. Altisimas olas golpearán la cabecera de su cama y lo despertarán
por la madrugada, recordando a su familia, su casa, su lugar…por muchos días. Un
extraño sabor amargo en la boca, una nueva arruga en su rostro, delatarían el
dolor. El suave movimiento del barco haría de canción de cuna y no extrañaría
tanto la voz de su madre cuando niño, le cantaba antes de dormir, aquellas
nanas inolvidables.
Allá lejos, tierras extrañas lo cobijarán y serán las encargadas de armar
el rompecabezas de su futuro. Nuevos rostros, nuevos lenguajes, nuevos
paisajes. Estaba dispuesto a enfrentarlos con la valentía que heredó de su
padre.
Aquella gitana, en la última fiesta de la Virgen del Carmen, había leído en sus manos el salado olor al
mar. Todavía así, la ansiedad de llegar podía más. Se sentía capaz de ir contra
el mundo y así lo haría.
Los años pesan. La vida fue dura, pero supo esquivar los momentos bravos y
seguir adelante. Hoy recorro yo aquella aldea de la que tantas veces me habló y
distingo cada detalle tan bien contado.
Galicia lo sigue deslumbrando a la distancia. Galicia es magia para él. La
recuerda a cada instante. Sus retinas siempre llevan grabadas aquella bicicleta
de madera que bajaba por la pendiente hacia el río. Aquel que corría con prisa,
donde reposaban sus fantasías. Una caña improvisada para cambiar el menú, un
monte de pinos verdes que le iluminan la mirada y lo llevan a viejos bailes
parroquiales, donde por fin, podía probar una buena copa de vino tinto , donde
el pan de Cea aún humeaba y la moza más
guapa lo esperaba para sonreirle y hablarle al oído.
Sus ojos reservan el dolor. No es de hombre demostrarlo. Galicia entera lo
abraza, como lo abrazó . Se enorgullece de ser gallego, de haber llenado sus
manos de tierra fértil, de haber corrido bueyes y vacas, de haber saboreado
aguardiente de hierbas y pulpo casero. Su enorme corazón está
aquí, también allá, subido a la rama de un árbol para ver de cerca los huevos
de los pichones recién nacidos, aunque luego recibiera el reto de su maestro.
Galicia está dentro del corazón. Galicia es meiga pero es fuerte.
Y el también. Porque toda su mochila de tristeza por el abandono de su tierra
hoy se llena de cariño. Nietos e hijos. Todos están junto a él, para hacerlo
sentir feliz de haberse animado a partir.
Silvia
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