Astillas
La mañana se había hecho tarde,
el sol, amaneció
dormido,
y la tristeza le
invadió el corazón.
El desenterró los
recuerdos del dolor
y los amontonó sobre
una mesa .
Ella vio en su boca, la
tristeza de su sonrisa.
Lo abrazó , y la fría
calidez de ese abrazo
decía todo.
Era el momento de
confesar su agonía:
El bailaba con la
música muda de su locura,
y ella lo supo.
El segundo agridulce de
las palabras,
decían que aquella
mujer era una astilla
que él nunca pudo sacar
de su corazón,
y con las manos heladas
de sudor,
le acarició el cabello,
y se fue,
lentamente a ese lugar
donde podía ser feliz,
en la lúgubre memoria
de su amor perdido.
Le dolió morir, y no de
amor…
©Silvia M. Vázquez
(del libro CONTRALUCES)
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