viernes, 27 de diciembre de 2024

Narrativa: Caricias violentas

Caricias violentas




Veo mi silueta de mujer en el espejo, apenas puedo distinguirla. No quiero encender la luz. 

Mejor así, me asustaría notar mis ojos hinchados y mis labios rotos.

Anoche fue terrible. Llegó nuevamente ebrio y no vaciló en demostrar su hombría.

Caminó hacia la cocina y se me abalanzó con una  mezcla de odio y pasión.

Yo intenté calmarme. Seguramente si hacía fuerza para  zafarme se ponía peor. Dejé que 

sus manos me golpearan, evitando esta vez que mi rostro sea el blanco. 

Odio salir temprano con los lentes de sol y que todos  pregunten si me pasó algo.

El ruido de las ollas sobre el piso, asustó al gato que estaba durmiendo en su canasto, en el 

rincón del comedor. El pobre animal saltó hacia el patio trasero 

para no ser una víctima más.

Bueno… a veces pienso si no está trabajando duro  últimamente, está nervioso y no puede 

contener la ira…

Anoche fue terrible. Recuerdo que sin mediar palabra, me lanzó el saco a la cara, y me 

empujó contra la mesada de la cocina.

Yo traté de serenarme. Cerré los ojos y le supliqué que  dejara de golpearme. Se retiró hacia 

atrás. Creí que lo había vencido el sueño, pero no, tomó impulso y me dio un puñetazo en el 

estómago. Bueno, al menos ese golpe no es tan visible…

Cuando se movió hacia el costado de la mesa, tropezó con una de las sillas y cayó.

Quedó tendido en el piso, boca abajo. Aun así podía  sentir su aliento a alcohol y a cigarro 

negro. No podía levantar la cabeza. 

Yo, mirándolo petrificada, tomé la decisión. Manoteé el celular del estante de la alacena y 

marqué el número que Elena me había anotado. Una voz amigable me respondió del otro 

lado. Apenas llegué a darle la dirección del departamento, cuando caí del otro lado de 

la puerta. Solo recuerdo que la sirena de la ambulancia se escuchaba fuerte, que mi cuerpo 

yacía sobre la camilla fría y que él, sentado en el sillón, repetía una y otra vez, que esa era la 

última, mientras que el policía  esposaba sus manos y lo llevaba hacia el frente.

Hoy, aún tengo morados los ojos, y estoy rodeada de  aparatos extraños. Me vendaron la 

cabeza y me hace compañía una señora muy cordial que no deja que nadie 

se acerque a mí, al menos por ahora.


©Silvia M Vázquez
del libro "Abraxas"

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