martes, 13 de octubre de 2015

RELATO: Crónica de un partido de domingo de sol, gritos y euforia


Un domingo espectacular de sol pleno. Poco probable eso a mitad de agosto, pero debe ser por los pedidos de la gente que tuvo la suerte de salir el fin de semana largo, que el sol calentó más de lo debido. Ideal para salir a tomar aire y por qué no acompañar a mi hijo y mi marido a la cancha a ver a su amado “Racing”.
Si bien el socio no tuvo problemas para ingresar, la acumulación de gente sobre las veredas intentando alcanzar las ventanillas era desaforada. Todos querían llegar primero para conseguir aunque sea una entrada allá arriba y no perderse un solo instante del segundo partido, esta vez  contra San Lorenzo, luego del impass del campeonato, debido a la desaparición del jefe de todos los jefes (en el fútbol hablo, claro).
Instantes después que mi marido logró llegar a la ventanilla a fuerza de empujones, apretujones y un par de codazos malintencionados ( creo que si existiera la posibilidad de embarazo en los hombres, esa era la oportunidad exacta), logró su objetivo. Con las entradas en la mano comienza la otra parte del calvario: hacer la fila separando mujeres de hombres. Me sorprendió la cantidad de féminas que estaban presentes en ese lugar, y no para acompañar hasta la puerta del estadio a sus 
maridos, novios, hermanos e hijos, sino para ingresar con el mismo ímpetu deportivo que los varones racinguistas. Claro está, que solamente ingresaban los locales, por razones ya conocidas.
Una vez arribados al portón del estadio, manos policiales femeninas inspeccionaban nuestro cuerpo, haciéndome recordar al no tan bien aceptado control anual en el ginecólogo. No soy exagerada, solo faltaba que me revisaran la ropa interior antes de entrar a ver el partido. Tal vez no ocurrió dada la importante cantidad de gente presente y el poco tiempo disponible. En la fila, tres turistas irlandesas se sorprendían ante la cantidad de gente, diciendo en un muy pronunciado español “qué quilombo!”. Luego de hacerles unas sugerencias en cuanto a la seguridad, se reunieron en el playón con sus acompañantes masculinos.
Tuve que esperar a que los muchachos llegaran a la puerta once. La fila de ellos era un tanto más larga, por ende tardaban más tiempo en una revisación poco minuciosa para prevenir ingreso de elementos non sanctos.
Les confieso que me llamó mucho la atención la cantidad de tatuajes que se exhibían . Les recuerdo que el sol estaba a pleno, eran las dos de la tarde y los chicos en cuero ostentaban abdómenes excedidos, y otros sus espaldas con enormes tatuajes de su equipo favorito. En la variedad está el gusto, decía mi abuela. A las pruebas me remito con las fotos que saqué sin permiso alguno de quienes portaban dichos tatuajes.
Mi hijo ya estaba ubicado en su lugar, y nosotros intentábamos hacer lo propio. Luego de unos minutos y de pasar por los molinetes logramos conseguir dos asientos cerca de la escalera, antes que la multitud que pugnaba por entrar, nos los robaran.
Las mujeres a quienes me gustaría describir en este contexto, estaban tanto más enfervorizadas que los hombres. Cigarrillo en mano, agitaban sus brazos entonando los cánticos tradicionales de cancha (¡cuántos saben!).
Ya en ese momento, no se podía distinguir a las femeninas de los masculinos Ambos portaban remeras idénticas y una de las formas de reconocer las diferencias era que los chicos mostraban sus pectorales con libertad.

Me senté, esperando a que salieran los jugadores.
El fervor se hacía aún más intenso y comenzó a caer sobre mí, una bandera enorme ,celeste y blanca que tapaba toda la platea. Con la misma velocidad fue recogida y ahí comenzó el partido. No interesa en este momento el detalle del mismo, sino la cantidad de cantos que aprendí, los gritos desaforados de mi compañero de la derecha, repetidos cada quince minutos , que no puedo escribir acá.
Seguí tomando fotos de tatuajes, y de paso veía el partido. Cuando faltaba un minuto, un tal Lollo hace el gol y todos vuelven al vestuario.
No voy a ahondar en detalles, ya que no conozco a ninguno de los jugadores que corrían por el campo, excepto a un tal Hauche que firmó la camiseta de mi hijo días antes, y otro de San Lorenzo que fue muy nombrado por haber jugado muy bien en el partido donde salieron campeones de no se qué cosa.

Finalmente, casi ya terminando el segundo tiempo, otro gol de Racing, gracias a Castillón, daba por terminado el encuentro. Un vaso de gaseosa tan caro como dos botellas con envase retornable que podemos comprar en el super, fue nuestro almuerzo, hasta que a las seis de la tarde pudimos ingresar al estómago un sandwichito de carne mirando la reserva ecológica.
En conclusión, el partido lo entendí porque mi marido conectó los auriculares del celular y escuché por la radio quien era el que llevaba la pelota. Me gustaron el espectáculo, los colores, la alegría del Racing ganador. Pero la verdad, la próxima lo miro por la tele…y no me pega el sol de frente durante 90 minutos. De paso me van diciendo quien lleva la pelota y repiten los goles que me pierdo de ver. Eso si, saqué dos docenas de fotos y tengo un par de videos que seguramente atesoraré, como recuerdo de un domingo de sol y lo más importante, en familia.
 Silvia


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