Llevame atada a
tus manos. Como aquellos once pájaros silvestres que te acompañaron en tu
partida.
Llevame atada a
ese manojo de libertad, la misma que proclamaste cuando decidiste partir.
Te despediste de
tu flor, de aquella que creía ser la mejor, la más bella, la soberbia y
engreída.
Como me gustaría
estar en ese cielo, que te acompañaría eternamente.
Porque creo que
estás ahí, en el cielo, ese que jamás te abandonó. El mismo que fue tu copiloto
cuando llevabas sobres marrones a sus destinos.
Quién sabe
cuántos mensajes habrás llevado, cuántas noticias, cuántos regalos.
No quiero nada
como herencia. Solo que me ates a los hilos de tu imaginación y me remontes a
ese cielo.
Quiero abrir mis
alas, rozar con ellas la brisa de un día pleno de sol. Abrirlas y cerrarlas,
aletear sin rumbo, donde quiera que vayas.
Quiero cerrar los
ojos y despertarme en el mismo desierto que aterrizó tu avión. Ahí, donde conociste
al príncipe feliz, el que siempre preguntaba.
Quiero limpiar
volcanes, hacer cuentas, domesticar zorros y encender faroles. Quiero subirme a
lo alto de una montaña, y jugar con el eco. Repetir una y otra vez que lo esencial
es invisible a los ojos, que algunos volcanes parecen extinguidos pero hay que
cuidarse de ellos…
Me gustaría conseguir
una píldora para ahorrar cincuenta y cinco minutos de mi vida, y correr hacia
una fuente para beber el agua cristalina.
Quiero escuchar
el canto de la roldana cuando sube el balde y asoma el agua fresca en medio del
desierto.
Treparía a pared,
así no me alcanza la serpiente que habla, la que desaparece ante el más
insignificante ruido.
Quisiera saber si
el cordero se ha comido la flor, si por fin el zorro fue domesticado, si sigue
solo el hombre vanidoso, si seguirá dando órdenes el rey sin súbditos…
Atame a tu manojo
de pájaros. Súbeme a tu avión desvencijado y colócame tu bufanda, a veces, hace
frío.
Despegá en la
pista imaginada, esa misma que utilizaste cuando partiste aquel año, sin saber que
jamás regresarías.
Invitame un café,
en tu buhardilla de la Galería Güemes, y asomémonos por el mirador, para ver la
costa de Colonia.
Contame de
Consuelo, del ese amor, de esa mujer…de tu rosa, y de sus volcanes nicaragüenses,
los mismos que dibujaste en el libro.
Mostrame tu
medalla de honor, dibujame un sombrero, que en realidad no era.
Arranquemos juntos
los baobabs, caminemos por el desierto, con agua en los bolsillos.
Olvidemos ese mes
de julio, donde jamás te volvimos a ver, y embarquémonos en otro viaje, pero no
por el Mediterráneo, el eterno, el que nos mantenga siempre en el aire. Vos más que nadie,
sabés que caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos.
Me pregunto si habrás
encontrado tu estrella, esa que te ilumine y sea propia.
Te invito a que
ates mis manos a tus pájaros. Prometo no volar muy lejos. Prometo, eso sí,
hacer lo que dijiste, en caso que algo suceda,dejar una nota escrita en casa
que diga : “Si alguna vez no vuelvo, no me llores. “ y agregaría, “Estoy con Antoine,
si, el del Principito, volando en su avión, ¿viste que los sueños se cumplen?”
Silvia
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