Lo llamaban “sucio” por su piel.
Pero Kahlil Gibran, nacido en la pobreza en el Líbano en 1883, no tardó en encontrar su voz. No con gritos, sino con arte, con letras, con alma.
Su madre lo trajo a EE. UU. en busca de una vida mejor. Se instalaron en el South End de Boston, hogar de una comunidad sirio-libanesa. En su infancia perdería a una hermana, a su medio hermano y, más tarde, a su madre. Su otra hermana, Mariana, lo mantendría a ambos cosiendo en un taller.
Pero Kahlil escribió:
“Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes; los personajes más masivos están marcados con cicatrices.”
Y desde ese dolor nació El Profeta (1923), un libro que vendió decenas de millones de copias y fue traducido a más de 100 idiomas.
Es el tercer poeta más leído de todos los tiempos, solo después de Shakespeare y Laozi.
Sus palabras han sido citadas en bodas, discursos, funerales…
John F. Kennedy, Gandhi, Lennon y Bowie encontraron inspiración en sus frases.
Y también lo hicieron millones de corazones anónimos.
Pero su éxito no fue fácil. Fue censurado, perseguido, incomprendido.
Aun así, defendió la paz, la libertad, la mujer, la dignidad humana.
De su madre escribió:
> “La palabra más hermosa en labios de la humanidad es ‘madre’…
Ella es nuestro consuelo en el dolor, nuestra esperanza en la miseria y nuestra fuerza en la debilidad.”
A los nuevos inmigrantes les dejó un mensaje claro:
> “Aquí estoy. Un joven. Un árbol joven.
Cuyas raíces fueron arrancadas de las colinas del Líbano.
Sin embargo, soy profundamente arraigado aquí. Y sería fructífero.”
Y en El Profeta, regaló una de las más bellas reflexiones sobre el amor:
> “Amaos, pero no hagáis del amor una atadura.
Que sea un mar en movimiento entre las orillas de vuestras almas…
Porque solo la mano de la Vida puede contener vuestros corazones.”
Tomado de la red. Créditos a quien corresponda.
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