viernes, 14 de julio de 2023

Escritora invitada: Leonor Pires- Dos cuentos para leer el fin de semana

 PUEBLO CHICO

 

Un kilómetro es la extensión del pueblito, una calle principal, la única. En un extremo la Panadería  y  a lo largo de la misma los otros comercios, peluquería, mercería, almacén de Ramos Generales con oficina telefónica y  Estafeta Postal, la escuelita, el Club Social, la Comisaría manejada por un oficial y un sargento, una Usina de Lácteos y la carnicería con su propio matadero totalmente "artesanal",  desde la calle se puede apreciar la faena desde el principio hasta el final, las demás viviendas están dispersas por el campo cercano. 

En este  pueblito tan peculiar convergen dos  líneas ferroviarias, lo que hace que sea concurrido por chacareros , tamberos y pobladores cercanos. Cuenta cada FFCC  con un tren por la mañana y que regresa a las cuatro de la tarde en el que se traslada  un comerciante llamado "el viajante"  a quien se le encarga alguna mercadería especial, como por ejemplo ropa publicada en los catálogos de las importantes tiendas de Buenos Aires. En estos trenes llega también la correspondencia y los diarios. Hay poca actividad social, aunque no faltan los boliches que seducen a los parroquianos que van a calmar su sed, juegan a las cartas, a la taba o  a algunos  otros juegos "non santos"  y dejan el dinero ganado en la semana con el sudor de su frente. 

Una" Fonda y Pensión" , tapera con aspiración de hotel, había también en el pueblito, donde algunos de los empleados de la panadería  y de la Usina láctea, no mas de cuatro o cinco)vivían, (es una forma de decir).

Los pisos de machimbre, resecos y crujientes por el paso del tiempo y que jamás conocieron la cera, ni el agua siquiera. En el salón las cinco mesitas  se estremecían sobre el piso desparejo. La barra, mostrador para quedarse charlando y degustando alguna bebida espirituosa eran del tiempo de Juan Moreira y un espejo que para lo que menos servía era para mirarse.

En el fondo del largo terreno el chiquero de los cerdos , y las gallinas paseando por cualquier lugar de la casa ofrecían un toque pintoresco. El caballo percherón  (para todo servicio)  permanecía largas horas a un añoso  eucaliptus.

En éste ámbito peculiar vivían los dueños, personajes característicos, si los había."El viejo Roque Perez" (así lo llamaban todos),   hombre alto, sumamente delgado, siempre ataviado a la usanza gauchesca, con botas de  caña alta, a la que de vez en cuando pasaba grasa de potro y que lucían graciosas en sus piernas chuecas. Pantalones viejos y sucios que cubría con un chiripá  negro con algunos bordados que alguna vez fueron blancos, reservados para lucir en fiestas patrias, junto a su valiosa rastra de monedas de plata que usaba cuando competía en las carreras de sortija, haciéndose famoso por no acertar nunca a "la punta de la vara".

Desgarbado y con poco equilibrio, porque la copita de caña o de grapa, que tenía aferrada permanentemente en su mano, se lo hacía perder. Nadie lo conoció sobrio, su edad era un misterio, el sombrero negro estaba mas tiempo en el piso, al lado del perchero que en su cabeza, y el pañuelo de cuello, de color "isabelino", no se lo quitaba ni para dormir.

Su mujer grandota, gorda, de cabellos renegridos y desgreñada, renga, con un canino que le salía por debajo del labio superior de la boca, siempre cerrada. Mirando su delantal se podía leer como en una carta de "  restaurante" lo que había cocinado durante toda la semana. Ambos personajes parecían sacados de una lámina de "Molina Campos". 

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María Julia vivía en el campo, después de su paso por la escuela primaria, como a todos los habitantes del lugar, se le terminaron las oportunidades de seguir estudiando. Iba al pueblo a caballo o en sulky acompañada por su mamá para hacer algunas compras, recoger la correspondencia, llevar "La Prensa, la revista Billiken, Patoruzú, Para tí  y Radiolandia, a las que ambas eran adictas. Consultaba los aviso clasificados donde se anunciaban algunos cursos por correspondencia y su madre le obligaba a estudiar "corte y confección", pero María Julia tenía otras aspiraciones, no quería dedicarse a la vida de campo y prefirió estudiar "contabilidad". 

El  " viajante", los días viernes, era quien llevaba y traía los viernes en el tren las tareas que la Academa le asignaba  y después de tres años viajó a Buenos Aires a dar el examen final y a retirar su título.

Cuando en la Usina Láctea necesitaron una empleada, ella se presentó y la tomaron. Los días de lluvia no podía ir y venir a su casa en el campo por el estado intransitable de los caminos y pernoctaba en la "fonda del viejo Roque Perez" igual que su hermano que también trabajaba en la Usina desde hacía tres años.

María Julia era hija de vascos, buena moza, altanera, de carácter fuerte y modales algo bruscos, pero lucía con gracia la ropa que ella misma confeccionaba. Estas  "cualidades" despertaron en Don Roque Pérez, sentimientos y deseos casi olvidados y no perdía la oportunidad de acercarse a ella, cuando su mujer estaba lejos, por supuesto. La tembladera de sus manos, le jugaba una mala pasada, porque nunca llegaba el zarpazo al lugar que se proponía y esto lo enloquecía.

María Julia al principio no le dio importancia, pensando que lo hacía sólo porque estaba ebrio. Pero una noche cuando todos se retiraron a dormir se apareció en su cuarto, con la copita en la mano y sin mediar palabra intentó abalanzarse sobre ella. Sus largas piernas no lo pudieron sostener y cayó cuan largo era  al lado de la cama, tirando al suelo el farol de kerosene que felizmente estaba apagado. 

El grito de María Julia y el estruendo despertó a doña Ramona. La mujer era de pocas palabras pero de armas llevar, enceguecida de celos entró al cuarto, pateó al viejo y levantó a la muchachita de la cama para pegarle, pero Don Roque comenzó a sangrar y lo tuvo que atender. Lo arrastró sin pedir ayuda hasta la pocilga donde dormían y con su mugroso delantal le limpió la sangre, le tiró un poco de grapa sobre la herida y el hombre gritó de dolor.

María Julia trancó la puerta y a pesar del susto se dispuso a descansar.

A la mañana siguiente, cuando se fue a su trabajo él aún dormía "la mona" y para esquivar a la mujer se fue sin desayunar.

Al regreso llegó tranquila pensando que todo había pasado. Pero cuando entró a su cuarto se encontró con Doña Ramona que portaba un palo para pegarle, María Julia corrió hacia la calle, pero la mujer le arrojó una soga y la enlazó, la arrinconó, le sacó a tirones la ropa, la llevó hasta el sulky que estaba atado al palenque y la obligó a subirse al pescante al lado de ella, la ató desnuda, la paseó por el pueblo diciendo que había seducido a su marido.

Rápidamente se corrió la voz y todos salieron a la calle. Ningún habitante del pueblo creyó que María Julia deseara tener un "affaire" con el viejo, pero nadie se privó del espectáculo nunca visto en el pueblo ni más allá. 

Doña Ramona la llevó hasta la estación del FFCC, la bajó a sopapos y allí la dejó, como Dios la trajo al mundo, hasta que su hermano la rescató. La despechada mujer esa noche durmió en el calabozo y María Julia y su hermano tuvieron que buscar trabajo en otro lugar. 

Leonor Pires.

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Colaboraciones:Ezequiel Cámara

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