Nació en Rosario el caricaturista y escritor Roberto Fontanarrosa. Y el 18 de julio de
2007 fallece en esa misma ciudad. Sus cuentos son auténticas puestas en escena
populares. Boggie el Aceitoso, Inodoro Pereyra entre otras figuran como sus
principales obras como caricaturista. Autor también de varias novelas, entre
ellas Área 18. El icónico bar El Caito, frecuentado por el escritor y sus
amigos, conserva la mesa a la que llamaron “de los galanes”. No solamente fue
sitio de reunión sino que actualmente posee una enorme vitrina con libros y
recuerdos, y un buzón donde se acoda Fontanarrosa, para que los turistas tomen
las fotos de recuerdo. Tuve el placer de estar ahí hace un par de años y les
sugiero que prueben el café, es exquisito!
Fontanarrosa
era fanático del fútbol, por lo cual escribió varios cuentos relacionados a
este deporte. Gracias a un acuerdo judicial entre sus herederos, se está publicando en
libro su obra inédita. Planeta se encargó de lanzar al mercado “Quiero verte
otra vez” y “Manual del hincha”. Ahora fue el turno de “100% Negro”, el tercer
tomo de rescates.
De esta
nueva publicación, anticipamos el relato “El que gana tiene razón”, una ironía
contra el resultadismo y a favor del fútbol como el arte que es. Si ahondáramos
en viejas grietas futboleras, podríamos ver que el genial rosarino está
hablando de la guerra entre César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo. El
primero, un cultor del buen juego y del espectáculo, el segundo, del resultado
duro y puro, sin importar ni las formas ni las mañas para ganar. De ahí, el
paralelismo con el mismísimo Adolf Hitler, “ganador” en la invasión a Polonia
que desató la Segunda Guerra Mundial en 1939
"El
que gana tiene razón", por Roberto Fontanarrosa.
Es sabido
que la mejor manera de ganar un clásico es de forma injusta. Con un gol sobre
la hora, viciado de nulidad y después de haber sido peloteados todo el partido.
Pero, dejando de lado los clásicos, donde el fanatismo conspira malamente
contra el buen gusto, alegrarse por ganar de cualquier manera es como ponerse
contento cuando uno va al cine a ver una película que resulta horrible pero
donde, finalmente, gana el muchachito.
Yo recuerdo que una vez, un plateísta que estaba detrás de mí en la oficial de Central, le decía a su acompañante: “A mí me gustaba el Central de Griguol, porque nosotros no hacíamos goles, pero ellos tampoco los hacían”. Aparte de lo inexacto del aserto (hubo un Central de Griguol, con Bóveda, Cabral y Kempes, que se cansó de hacer goles) la frase me llevaba a preguntarme: “¿A qué carajo viene este tipo a la cancha?”.
Porque los
ingleses diseñaron el campo con dos arcos en cada extremo, y para algo están
esas estructuras. El fútbol se nutre de goles o, al menos (dadas las mezquinas
épocas en que nos toca vivir), de situaciones de gol. Ocurre que nos hemos
convertido en una raza pusilánime, donde el temor al sufrimiento nos hace
rehuir de la emoción. Devenimos en seres endebles que anhelan 90 minutos sin
sobresaltos de ninguna especie para, finalmente, llevarnos el halago de un
puntito a nuestra casa (seamos locales o visitantes). Y hay técnicos que
interpretan ese sentir. Trabajan para quitarle trabajo a Favaloro. Ningún
respingo para el corazón, ningún susto para las coronarias. Se amparan en los
recovecos de un reglamento que no estipula en ningún lado que está prohibido
poner nueve tipos adentro del área propia. Para colmo, en una de esas, después
aciertan con un contraataque feliz, capitalizan un rebote afortunado y terminan
llevándose los tres puntos. “Inteligente planteo”, dirá la prensa. “Ellos saben
lo que vienen a hacer”, llorará el hincha perdidoso. En tanto, el equipo que
salió al frente, que fue a buscar el resultado, el que arriesgó para defender
el espectáculo y devolverle la guita de la entrada a la gente será “apenas
voluntad” y “deshilachados esfuerzos”.
“Solo interesa el resultado”, dirán los que se llevaron el pozo de arrebato. Y, de ser así, ¿para qué se juegan los partidos? Si solo interesa el resultado, ¿por qué la AFA no los sortea? Que la AFA los sortee, ya está. Que se tire una moneda al aire. Si sale cara y gana Central, yo salgo con el auto a tocar bocina por el centro. Por otra parte, cuando el equipo gana jugando mal y uno dice “ganamos, pero jugamos mal”, no lo hace por quejumbroso, o por ser un exagerado de apetito estético sino porque, por lógica, lo más probable es que, jugando así, al domingo siguiente perdamos.
“La gente solo recuerda a los ganadores”, afirman los pseudo–yuppies que se rigen por el consejo yanqui de “pisa fuerte y escupe lejos”. Y es mentira. Hay otro valor que pesa en el mercado: lo que queda en el recuerdo de los pueblos. ¿Por qué, aún hoy, la gente se acuerda de Eduardo Lausse, si nunca llegó a campeón mundial? ¿Por qué nos acordamos de Canceco, Pando, Carceo, González y Sciarra, si aquellos “bichos colorados” no alcanzaron la vuelta olímpica? ¿O acaso Holanda del 74 fue campeón mundial? ¿O Camerún, El que gana tiene razón en Italia? ¿Por qué ellos tienen el privilegio de ser rescatados en cualquier conversación sobre el tema mientras que, de otros equipos (Argentina, subcampeón del 90, por ejemplo) ya es difícil, incluso, acordarse cómo formaba?
Por suerte,
el fútbol es un negocio. Y, habiendo plata de por medio, los dueños del show
saben que (para que dé dinero) un espectáculo puede ser cualquier cosa menos
aburrido. El fútbol es, hasta ahora, el único negocio del espectáculo que se
permite autodestruirse. Cuando todo el mundo esperaba apreciar el arte de
Maradona, su marcador (Gentile, por ejemplo) tenía permiso para pegarle 47
patadas en un mismo partido. Es como contratar a Mercedes Sosa y admitir que se
le corte el micrófono, se le quemen las luces y se le hunda el escenario. Pero,
para esperanza de aquellos que amamos el fútbol, hoy la FIFA parece tomar
medidas para salvar a la gallina de los huevos de oro. Tres puntos al ganador,
sanciones a los violentos, prohibición de entregar permanentemente la pelota al
arquero. Por otra parte, los equipos modelo, el San Pablo, el Barcelona, el
Milan, salen mirando el arco de enfrente, toman riesgos, apuestan fuerte,
saltan a la cancha con audacia y autoridad, como dicen los españoles. Y ganan
jugando el fútbol que le gusta a la gente. Porque la gente sabe distinguir
entre fútbol bien jugado y fútbol meramente lindo. Entre el jugador en serio y
el jugador calesitero. Nadie supone que tirar un caño, hacer un sombrero o
tener la pelota sobre el empeine catorce minutos sin crear ni una sola opción
de gol en el arco contrario sea jugar bien. De ser así, todos los pibes que
acortan el tedio de los entretiempos haciendo jueguito con la pelota llegarían
a figuras. Y no lo consiguen.
“El que
gana tiene razón”. No sé quién dijo esa frase. Pero la podría haber dicho
Hitler luego de invadir Polonia.
©Roberto Fontanarrosa
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