El fin de año trae aparejado que muchas instituciones tomen vacaciones. Una de ellas son las
escuelas. De modo placentero los niños descansarán algunos, de levantarse temprano y
tener que cumplir con tareas varias.
De pronto, lo que tenía que ser un sencillo acto escolar de despedida se convierte en un gris
ausente. Sí , ha llegado un mal a nuestras vidas: la violencia.
Atrás han quedado las revistas “Billiken” o “Anteojito” que te regalaban esos calendarios y
pseudos papiros para que uno firmase con sus compañeros el cansino año escolar. Un
recuerdo con palabras y firmas. No había golpes ni maltratos de nadie. Estaba todo vedado.
Si un niño tenía problemas era derivado al gabinete psicológico y toda la familia aceptaba
que pasaba algo. Los docentes eran santificados, casi. Su palabra escuchada y respetada.
Pero de repente un día, sin previo aviso un padre tomó represalias por X tema y ya no hubo
vuelta atrás. Los episodios se han repetido invariablemente con el correr de los años.
Estudié en la década de los 70-80. No todos mis docentes eran por mí admirados. Algunos
han dejado su huella preciosa con su impronta en la cultura y en el consejo de la vida.
Reconozco que era tímida y que a veces he sido quizá no entendida por mi modo de ser.
Pero no por eso iba a descargar ni yo ni mis padres algún golpe o actitud de rechazo.
Sé que los tiempos de las redes sociales, modos de llamar a nuevos eventos –hablo de
streaming y todos sus parientes-han cambiado el curso de nuestra vida. Son los momentos
de otras actividades que en el pasado no existían. Por eso que los adolescentes de hoy han
crecido con otras herramientas que no eran de nuestro mundo del pasado. Allí se pueden
aislar durante horas.
Todo es inmediatez. Las leyes están pero se las atropella. Un docente ha invertido tiempo
para estudiar y prepararse.
Muchas madres trabajan y los niños se ocupan de un celular que reemplaza muchas veces
momentos familiares.
Muchas madres trabajan y sus hijos pasan sus horas haciendo tareas y tomando clases de
muchas actividades que les da alegría a sus almas.
Todo padre tiene derecho a quejarse de algo que le trae disconformidad. Y la escuela donde
concurren sus hijos debe saciar o al menos intentar evacuar esas dudas. Caso contrario se
debe hacer consultas a otros organismos que ayuden a salvar esos momentos. Pero todo en
conjunto:padres y docentes.
Los hogares muchas veces son formados de situaciones donde los niños no demuestran sus
tormentas personales, descargando así esas broncas en la escuela con alguien indefenso.
Que no se sabe defender. El maestro debe toparse con insultos, golpes, maltratos. Intentar
disuadir entre alumnos que no se llevan bien.
No estoy hablando de ningún caso en particular. Solo nombro a ese amigo silencioso que
ejerce poder: la violencia.
Vas manejando te tocan el auto y cuando bajas de tu vehículo, a reclamar documentación el
otro saca un arma. Discuten en negocios, elevan voces, creen todos en tener razón.
En la escuela te enseñan valores. Algunos chicos encuentran contención en ese lugar. Son la
mayoría que toman esas vivencias y se desarrollan de modo activo.
En cambio los niños que ven a sus padres ser violentos quizá, imiten su modo. O quizá se
aparten de esas actitudes.
Ojalá que no salgan en tv más casos de una sociedad que te dice: no salgas vestido así. No
vayas a bailar. No vuelvas tarde. No uses celular a la vista de todos. No te vistas así. Todos
son mensajes es en pos de que te puede pasar algo.
Y el mundo sigue andando. Nadie parece reparar en eso. Esperemos que la sociedad sí lo
haga.
©Mirta Serrano
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