El "Tren a Misiones" de TBA corrió con más pena que gloria, entre diciembre de 2011 y fines de mayo de 2012, momento en que a TBA se le quitó la concesión (en virtud de la intervención técnica/operativa que hizo el Estado Nacional en las líneas Mitre y Sarmiento después de la tragedia de Once). Se podría decir que si bien el problema fue en la línea urbana Sarmiento, el quite de concesión pegó "de rebote" en las demás operaciones, incluida ésta.
- Actualmente el corredor de la Mesopotamia quedó en un "limbo jurisdiccional" en donde no está ni TEA, ni TBA, ni SOFSE (Operadora del Estado) y el final de la compulsa es el menos feliz de todos: simplemente no hay tren. (fuente http://www.sateliteferroviario.com.ar/)
Estuve leyendo esta mañana en el diario, que mucha gente pide y reclama que vuelva a rodar "El Gran Capitán" , aquel tren que unía nuestra ciudad de Buenos Aires, desde la estación Lacroze con la ciudad de Posadas.
En el año 2010,escribí un cuento cuya historia transcurría sobre ese tren, lo comparto con mis seguidores:
Destinos
Contra los vidrios rajados del Gran Capitán
golpeaba la lluvia que los acompañó desde que el tren comenzó su marcha, bien
temprano.
Apenas se veían los pastos secos que bordeaban
las vías. Cada tanto, un resplandor hacía el día en el atardecer otoñal. Una
estampida despertaba a los semidormidos compañeros ocasionales que se habían
acomodado en los asientos del vagón.
Se anunciaba una noche complicada. El tren
bajaba la marcha a cada rato y la oscuridad invadía de a poco los vagones
iluminados por las pocas lámparas que quedaban intactas.
No había demasiada gente ahí. Un par de
hombres con sus cabezas cubiertas por gorras y más lejos una mujer, que llevaba
una caja enorme, atada con trapos en el portaequipaje encima suyo. Del otro
lado, sentado solo, un muchacho absorto en la lectura de un libro de varias
páginas. El, al lado de la ventanilla, observaba a sus compañeros tratando de
adivinar sus destinos.
Los hombres parecían obreros. Las manos
cortajeadas y las uñas ennegrecidas, pero sus ropas impecables. El muchacho de
jeans, camisa y un pulóver atado al cuello, seguía leyendo sin darle
importancia a las luces que cada tanto le iluminaban las hojas de su libro.
Cuando estaba quedándose dormido, apareció el
guarda avisando que el tren se detendría por una hora a causa de la tormenta.
Se notò el malestar en los rostros. El guarda
volvió al otro vagón y desapareció.
Las puertas se abrieron de golpe. Un viento
fuerte atravesó el pasillo arrastrando a la mujer, a los dos hombres y al
muchacho que no había soltado su libro.
Rodando por el piso, cayó al pastizal que
acompañó la marcha durante casi todo el viaje.
Los cinco terminaron al final de una barranca,
empantanados y sin comprender qué había pasado.
Mojados, intentaron sacudir el barro de sus
ropas, pero estaba tan pegado que fue imposible. El muchacho con el libro, no tenía una sola mancha y conservaba
cada página intacta en sus manos. Se levantó y ayudó a cada uno de sus
compañeros a acomodarse sobre el pasto, lejos de la humedad,
-
Síganme- dijo- vamos a intentar
salir de acá. El tren no sale hasta mañana
-
¿Cómo lo sabés? preguntó la mujer
-
Ustedes háganme caso y síganme.
Los llevó campo adentro, siguiendo un sendero
apenas perceptible, que terminaba en una casa de madera, vieja, pero abierta
como si nos estuviera esperando. El fuego estaba encendido, los vidrios
intactos y sobre una enorme cocina a leña, una olla donde hervía un puchero que
olía muy bien. Nadie había abierto la boca. Solamente lo siguieron, entraron y
cada uno se acomodó cerca del fuego para entrar en calor y secarse la ropa.
El sirvió el puchero en platos limpios y
compartieron la cena, mirándose unos a otros sin pronunciar palabra. La mujer,
fue la primera en hablar.
-
Bueno, y ahora qué? El tren mañana
sale, no sabemos a qué hora. Nadie de nosotros se conoce, compartimos una casa
sin saber unos de otros. ¿Alguien puede explicarme cómo sigue esto?
El muchacho apoyó el libro sobre la mesa.
Todos estaban intrigados. Por qué seguía al pie de la letra cada indicación
dando vuelta página por página, y haciendo absolutamente todo lo que según él,
estaba escrito.
-
El libro tiene la respuesta-
decía- Sigamos ese orden. El me indica cómo seguir. Cada uno de ustedes tiene
dedicado un capítulo. Sus vidas están escritas ahí y nada puede cambiar. Yo supe
que al final del camino estaba esta casa, que el tren saldrá mañana, que usted,
por ejemplo piensa vender la ropa al
doble de lo que la compró. Que ustedes dos van a Virasoro a trabajar,
recomendados por un amigo. Usted…usted es el más complicado amigo. Usted no
sabe donde va. Tomó ese tren sin rumbo. Quizá ese capítulo deba escribirlo
usted mismo, porque el libro llega hasta aquí. Al amanecer, volveremos a
caminar, subiremos al tren y emprenderemos la marcha, cada uno a su lugar,
menos usted. Piense qué va a hacer. Tiene aún unas horas. Ahora hay que
descansar. Mañana nos espera un largo viaje. Intenten dormir.
Todos obedecieron. El muchacho esperó
pacientemente a que todos estuvieran dormidos. Pensaba que estaba soñando, o
que habían caído en manos de un loco que los arrastraba a sus locuras.
Su vida o había sido fácil. Además de una
situación personal complicada y varios delitos que hicieron que debiera salir
de la ciudad, a los 30 y pico no tenía definido su futuro, ni siquiera su
presente. Solo sacó ese pasaje para subir a un tren del que no sabía el
destino.
El ruido de un trueno lo sobresaltó. El libro
cayó de la mesa y voló al piso. Miró a un lado y a otro y lo tomó. Una extraña
sensación le invadió el cuerpo. Una paz inexplicable que jamás había sentido.
Un relámpago iluminó la hoja y le permitió
leer las letras verdes del primer renglón:
“Mañana comienza el resto de tu vida. Cada uno
escribe su destino”
Dio vuelta la hoja. Las siguientes estaban en
blanco. Vio que era de día y se levantó. El humo del Gran Capitán se elevaba
hasta el cielo. Salió de la casa, caminó hasta la estación y se sentó. A lo
lejos, caminando por las vías, se acercó el muchacho, sin el libro en sus
manos. Corrió hacia él, lo abrazó y lloró.
-
Perdón. Necesito escribir mi destino.
Se miraron, le puso la mano derecha sobre la
cabeza y solo respondió:
-
Bienvenido, hijo, seguime.
de "Rocío de Palabras"
2012
Silvia
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