El Ferroclub
Argentino es una Asociación Civil sin fines de lucro fundada en Agosto de 1972,
que nuclea a todos aquellos que tienen en común la pasión por el ferrocarril,
unida a la inquietud por la tradición ferroviaria Argentina.
En acción
conjunta con el Museo Nacional Ferroviario, Ferroclub Argentino preserva y
restaura en sus Centros de Preservación, los exponentes del rico patrimonio
histórico, labor que se desarrolla sin subsidios ni aportes oficiales, contando
solo con donaciones particulares y la participación activa de sus miembros.
El actual predio
que ocupa el CDP Lynch posee una superfice aproximada de 7 hectareas con un
tendido de xxx m de vías de las cuales 410 son cubiertas. Originalmente
perteneció al galpón de locomotoras del Ferrocarril Nacional Gral Urquiza y
parte de la playa de Cargas Cnel. Lynch. Dentro de las instalaciones se pueden
citar una cochera con ocho vías, mesa giratoria, tanques y manga para carga
rápida de agua en locomotoras, grúa portante para la carga de leña, talleres
para la reparación ligera de unidades.
Fuera del predio
citado y en inmediaciones de la estación se encuentran las ex dependencias de
la Policía Ferroviaria que hoy ofician de museo, sala de exposiciones de
elementos menores y sala de ferromodelismo.
Este próximo
22 de julio desde las 10 hasta las 18 hs
habrá una exposición ferroviaria abierta al público, donde se podrá viajar en
un tren histórico a vapor y conocer la historia ferroviaria.
Comparto con
ustedes un relato de mi autoría. Y ojalá alguna vez podamos ver pasar al Gran
Capitán…otra vez.
Destinos
Contra los vidrios
rajados del Gran Capitán golpeaba la lluvia que los acompañó desde que el tren
comenzó su marcha, bien temprano.
Apenas se veían los
pastos secos que bordeaban las vías. Cada tanto, un resplandor hacía el día en
el atardecer otoñal. Una estampida despertaba a los semidormidos compañeros
ocasionales que se habían acomodado en los asientos del vagón.
Se anunciaba una noche
complicada. El tren bajaba la marcha a cada rato y la oscuridad invadía de a
poco los vagones iluminados por las pocas lámparas que quedaban intactas.
No había demasiada gente
ahí. Un par de hombres con sus cabezas cubiertas por gorras y más lejos una
mujer, que llevaba una caja enorme, atada con trapos en el portaequipaje encima
suyo. Del otro lado, sentado solo, un muchacho absorto en la lectura de un
libro de varias páginas. El, al lado de la ventanilla, observaba a sus
compañeros tratando de adivinar sus destinos.
Los hombres parecían
obreros. Las manos cortajeadas y las uñas ennegrecidas, pero sus ropas
impecables. El muchacho de jeans, camisa y un pulóver atado al cuello, seguía
leyendo sin darle importancia a las luces que cada tanto le iluminaban las
hojas de su libro.
Cuando estaba quedándose
dormido, apareció el guarda avisando que el tren se detendría por una hora a
causa de la tormenta.
Se notò el malestar en
los rostros. El guarda volvió al otro vagón y desapareció.
Las puertas se abrieron
de golpe. Un viento fuerte atravesó el pasillo arrastrando a la mujer, a los
dos hombres y al muchacho que no había soltado su libro.
Rodando por el piso,
cayó al pastizal que acompañó la marcha durante casi todo el viaje.
Los cinco terminaron al
final de una barranca, empantanados y sin comprender qué había pasado.
Mojados, intentaron
sacudir el barro de sus ropas, pero estaba tan pegado que fue imposible. El
muchacho con el libro, no tenía una sola
mancha y conservaba cada página intacta en sus manos. Se levantó y ayudó a cada
uno de sus compañeros a acomodarse sobre el pasto, lejos de la humedad,
- Síganme- dijo- vamos a intentar salir de acá. El tren no
sale hasta mañana.
- ¿Cómo lo sabés? preguntó la mujer.
- Ustedes háganme caso y síganme.
Los llevó campo adentro,
siguiendo un sendero apenas perceptible, que terminaba en una casa de madera,
vieja, pero abierta como si nos estuviera esperando. El fuego estaba encendido,
los vidrios intactos y sobre una enorme cocina a leña, una olla donde hervía un
puchero que olía muy bien. Nadie había abierto la boca. Solamente lo siguieron,
entraron y cada uno se acomodó cerca del fuego para entrar en calor y secarse
la ropa.
El sirvió el puchero en
platos limpios y compartieron la cena, mirándose unos a otros sin pronunciar
palabra. La mujer, fue la primera en hablar.
- Bueno, y ahora qué? El tren mañana sale, no sabemos a qué
hora. Nadie de nosotros se conoce, compartimos una casa sin saber unos de
otros. ¿Alguien puede explicarme cómo sigue esto?
El muchacho apoyó el
libro sobre la mesa. Todos estaban intrigados. Por qué seguía al pie de la
letra cada indicación dando vuelta página por página, y haciendo absolutamente
todo lo que según él, estaba escrito.
- El libro tiene la respuesta- decía- Sigamos ese orden. El
me indica cómo seguir. Cada uno de ustedes tiene dedicado un capítulo.
Sus
vidas están escritas ahí y nada puede cambiar. Yo supe que al final del camino
estaba esta casa, que el tren saldrá mañana, que usted, por ejemplo piensa
vender la ropa al doble de lo que la
compró. Que ustedes dos van a Virasoro a trabajar, recomendados por un amigo.
Usted…usted es el más complicado amigo. Usted no sabe donde va. Tomó ese tren
sin rumbo. Quizá ese capítulo deba escribirlo usted mismo, porque el libro
llega hasta aquí. Al amanecer, volveremos a caminar, subiremos al tren y
emprenderemos la marcha, cada uno a su lugar, menos usted. Piense qué va a
hacer. Tiene aún unas horas. Ahora hay que descansar. Mañana nos espera un
largo viaje. Intenten dormir.
Todos obedecieron. El
muchacho esperó pacientemente a que todos estuvieran dormidos. Pensaba que
estaba soñando, o que habían caído en manos de un loco que los arrastraba a sus
locuras.
Su vida no había sido
fácil. Además de una situación personal complicada y varios delitos que
hicieron que debiera salir de la ciudad, a los 30 y pico no tenía definido su
futuro, ni siquiera su presente. Solo sacó ese pasaje para subir a un tren del
que no sabía el destino.
El ruido de un trueno lo
sobresaltó. El libro cayó de la mesa y voló al piso. Miró a un lado y a otro y
lo tomó. Una extraña sensación le invadió el cuerpo. Una paz inexplicable que
jamás había sentido.
Un relámpago iluminó la
hoja y le permitió leer las letras verdes del primer renglón:
“Mañana comienza el
resto de tu vida. Cada uno escribe su destino”
Dio vuelta la hoja. Las
siguientes estaban en blanco. Vio que era de día y se levantó. El humo del Gran
Capitán se elevaba hasta el cielo. Salió de la casa, caminó hasta la estación y
se sentó. A lo lejos, caminando por las vías, se acercó el muchacho, sin el
libro en sus manos. Corrió hacia él, lo abrazó y lloró.
- Perdón. Necesito escribir mi destino.
Se miraron, le puso la
mano derecha sobre la cabeza y solo respondió:
- Bienvenido, hijo, seguime.
de "Rocío de palabras" 2012
©Silvia
Vázquez
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