El libro de recetas
Se sentó al costado de la mesada. En el estante estaba el
libro de recetas. Jamás se había animado a abrirlo. Era volver atrás aquellos
días en familia.
Se acercó y abrió el libro. Había estado guardado en el
estante de la alacena por mucho tiempo. Tiempo de mamá en casa y la mesa
completa. Papá y dos hermanos menores. ¡Lo bien que cocinaba la vieja!. Nunca
se permitió dudar del menú que íbamos a disfrutar en cada comida.
El libro ya estaba amarillo y algunas hojas se habían
despegado. No era una buena encuadernación pero seguía siendo útil como el
primer día.
Nunca lo había abierto a pesar que ella le dijo que lo
heredaría cuando recibió su título de chef. Hacía ya 2 años. A nadie le gustaba
cocinar como a él y a su madre. Sus hermanos eligieron las carreras
universitarias y no sabían cocinar más que lo básico. Por eso se deleitaban con
sus " manjares" como decían una vez hecha la sobremesa.
El padre ya no estaba. No había soportado la ausencia de la
mamá y partió meses más tarde. No solo heredó el libro sino también la casa.
Siguió viviendo ahí a pesar que los otros dos le ofrecieron venderla o cambiarla
por un departamento más chico. Para el solo era suficiente. Pero dijo que no.
Aquella noche " le pintó" cocinar algo diferente
a lo que solía hacer. Y por eso buscó en el estante el libro de su mamá. Su
heladera siempre tenía lo necesario, igual que las alacenas. Entonces no dudó.
Abrió el libro y apareció la receta. El pollo relleno que tanto les gustaba a
todos estaba ahí mostrándose en una fotografía perfecta, en colores. A pesar de
lo poco dificultoso que le parecía decidió hacerlo. Era como volver a las
noches de viernes antes de salir a bailar. El pollo relleno, las papas al horno
y sus dos hermanos sentados a su lado. Mamá y papá frente a ellos y las risas
mezcladas con los gritos que decidían quien ponía la mesa y quienes lavaban y
secaban.
La.receta estaba ahí. Se lavó las manos y comenzó la tarea.
Mientras estaba el.pollo en el horno puso la mesa y un par de velas . Unas
flores que había cortado del jardín del fondo y los cubiertos que se usaban
para “ciertas ocasiones”. Esta era una de ellas.
Se sentó y se sirvió un café corto, de la cafetera
eléctrica y lo tomó. Se dio un baño, se perfumó y se puso la camisa y el pantalón
que había comprado por la tarde. A las 9 verificó el horno. Lo apagó y se
dispuso a colocar el pollo sobre la bandeja, con la perfección que había
heredado de su maestro chef.
Pocos minutos después él timbre sonó. Detrás de una hermosa
sonrisa apareció ella, vestida de rojo.
- “Pasá por
favor”,le dijo. “Está todo listo ya”.
- Ella
lo miró y dejando la cartera sobre el sillón
dijo...mmm ese olorcito a comida de
madre me puede.
Creo que exactamente esa noche fue el comienzo de un amor
de años. al finalizar la cena repitió el café. Está vez, dos pocillos.
©Silvia Vázquez
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