viernes, 23 de febrero de 2024

Escritora invitada: Raquel Pietrobelli, desde Chaco

 Perlitas de viaje III. El celular.



Todos sabemos que nuestro santo celular destila nuestra vida, nuestras ilusiones, condensa todas nuestras emociones, es nuestro tercer ojo… ¡Bah! Es el oxígeno mismo.
Sabemos también que no hay nada, nada más doloroso en el mundo, que perderlo. Te duele aún más que las viejas heridas en los días lluviosos; aún más que tener hambre, abrir la heladera, y ver que está desierta; aún más que tu suegra venga a pasar las vacaciones en tu casa; aún más que ver cómo la grúa te está llevando el auto al depósito municipal. Eso ya es mucha desgracia junta… ¿No?

Hay gente, que se levanta y se acuesta con el ojo allí. (Yo). En ese adictivo agujero negro de nuestra retorcida galaxia, antes siquiera de ver si su cónyuge está durmiendo al lado, o se fue con otra. En mi caso, ya antes de tener este adminículo demoníaco, él ya se había ido con otra, así que yo nunca tengo nada que corroborar. Ergo, mi celular es mi único fiel amor.
Ya mucho antes de viajar, le di arresto domiciliario, cuando yo salía. No vaya a ser que me lo afanen, afuera. ¡Horror! Y, obvio, que sería mi amoroso, incondicional, inigualable, compañero de viaje.

En los días previos al viaje, me fui varias veces a la compañía telefónica a averiguar algunas cosas, no vaya a ser que el celu enmudeciera por allí.

Cómo se hacían las llamadas desde el exterior, el asunto del crédito, si se llenaba mi chip de fotos, el cambio de horarios, etc, etc.

Por fin, llegó el día de la gran partida.

Como es mi costumbre…La mitad de lo que me recomendaron, lo olvidé. Llegando a la conclusión, de que lo único que tenía que cumplir, mi inseparable compañero, era sacar buenas fotos.

Los primeros días, se portó espectacularmente.
Apenas llegábamos al hotel, andábamos como locos indagando el código del lugar, para habilitarlo, para enterarnos de los chismes, de los whatsApps, de los mensajes, para ver las fotos del día, que atesorábamos como lingotes de oro puro… ¡Eran la única prueba de que viajamos y estábamos al borde de la felicidad extrema!
Todo fue muy bien, hasta que sobrevino el hundimiento del “Samsung”. Real. Fue el día nefasto, que casi, casi, ennegreció mi destino.

Mi celu estaba enchufado en el baño, sobre la mesada del lavabo. ¡Craso error!
Un día, me levanto, y medio dormida, intento desenchufarlo… La fatalidad estaba en ciernes… Mi príncipe consorte estaba enchufado, justo, justo…Arriba del inodoro.
Nunca supe cómo, pero fatalmente mi negro se me resbala y se zambulle en el peor lugar de la casa... ¡Síiiiiiiii! Estás pensando bien. En el inodoro.

Mis ojos, con horror, vieron la caída en picada… ¡Y arremeto a salvarlo! Lo saco, y vuelve a caer, ignominioso, en las impuras aguas.
Esta vez sí, me desperté de golpe. Y lo rescaté a mi tesoro. Estaba todo mojadito y apichonado, por tamaño bautismo.

Lo acaricié con la toalla, al borde de las lágrimas. No existían palabras para pedir perdón, para disculpar mi torpeza. Con el corazón en la boca, y dejando todo en manos de la Justicia Divina, partimos a la excursión programada.
Ese día visitábamos la Catedral de Notre Dame, en París.

A eso de las diez de la mañana, con la sensación de que hasta el puto jorobado se estaba riendo de mí, saco a mi accidentado marido virtual. Y lo prendo. ¿Quéeeeeee?... Solo me respondió una nube negra y deforme. Yo las comparé con las nubes de las parrillas del mismísimo infierno.

Una catarata de preguntas me atenazó la garganta… ¿Perderé todas las fotos? ¿Cómo me voy a arreglar en soledad el resto del viaje? ¿Quién me va a creer que viajé, si no hay pruebas de selfies? ¿Perderé para siempre el amor de mi vida? ¿Mi familia creerá que me caí del avión, si no contesto los mensajes? ¿Cómo me voy a entretener antes de dormir, en este pedazo de mundo, que no me conoce ni los perros? ¿Perderé ese hilo de oro, que me conecta con mi universo, con mi gente? Es más… ¿Cómo podré dormir por las noches, sin él?

Lo volví a probar. ¡Nada!. Seguía en una pertinaz nebulosa. Es más… Comenzó a temblar, a tiritar como un pájaro herido de muerte, y a emitir sonidos rarísimos. Yo pensé: Está pidiendo la Extremaunción, sin dudas. Serán sus últimos suspiros…
Cuando dejó de bailar, yo me dije, compungida. “En paz descanses, Samsung de mi vida. Te quise tanto…Pero justo en mis vacaciones, tenías que irte, desgraciado…”
Claro, ubíquense. Soy mujer. Y sabemos que una mujer abandonada, despechada, a la par de las lágrimas y los suspiros dolientes, va sacando del baúl, las peores puteadas inimaginables. Que no vienen al caso aquí.

Me dejó en el peor momento. Nunca jamás me repondría de esto. ¡Nunca!

Vi algunos fieles, silenciosos, recoletos, prendiendo velitas en el altar, juntando las manos, elevando plegarias al cielo. Yo, que soy un poco apóstata, observaba nomás de lejos, triste por el deceso de mi “nigger”.

En eso, viene mi compañera y me dice:

_ ¿ Vos no prendés una velitas?...Andá, y pedí por los tuyos…

Para no parecer tan hereje, prendí un cirio. Cerré los ojos. Pedí por los míos. ¿Y saben qué?...¡Síiiiiiiiiiiii! Recé por el desgraciado. Le pedí a Dios que no me abandone en ésta.
Que no parta mi negro, menos en esta situación.

A la noche, cuando volvimos al hotel, un poquitín destruidos, como siempre, le expliqué al conserje lo que me había pasado.
Con total pericia y rapidez, sacó el chip del muerto, lo sopló….Lo colocó de vuelta…Y ¡Voilá! ¡El “nigger” renació!

Si hubiera sacado el Quini 6, no estaría más contenta. La sangre, cantarina, volvió a correr por mis venas, de pronto. Mil colores explotaron en el éter, cual Año Nuevo en Times Square.
Juré, allí mismo, nunca más reírme como una marrana cuando escuche que a alguien se le cayó en celular en el inodoro.

A mí me pasó. Y fueron horas tristes, créanme.

PD. A este negro, le perdoné su abandono de unas horas, en Europa.

Al otro… Nunca, como corresponde.

Raquel Pietrobelli

(fotos subidas por la autora)

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