El fanatismo y el odio al semejante
“La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo: si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.
Mariano Moreno
El fanatismo, la intolerancia y el odio hacia el semejante, ha ido creciendo en muchos países. La intolerancia criminal se ha extendido, como oposición a los derechos humanos y a los valores democráticos, a la par de los fundamentalismos e integrismos ideológicos, religiosos y políticos.
Como escribieron historiadores, sociólogos y filósofos, hasta se podría hablar de la mundialización del odio. Luego de haber escrito ensayos sobre el nazismo y la educación para el odio, considero que es una de las profecías más próximas a realizarse si los llamados intelectuales no hacen nada por evitarla. Lo digo porque mientras los grupos neonazis, racistas y neofascistas en occidente y las células yihadistas más los diversos grupos religiosos que se disputan el mundo entre sí, algunos supuestos intelectuales, también litigian por detentar el poder.
Sobre los fanatismos y la negación de la realidad.
El fanatismo es más antiguo que cualquier religión y más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político. ¿Por qué? El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, “un gen del mal”, según el escritor Amos Oz.
Amar a Dios, a la patria, a un ídolo por encima de todo, caracteriza al fanático. El fanatismo, consistente en la negación de la realidad y en el sometimiento incondicional al líder, se caracteriza por darle rienda suelta a la irracionalidad junto con un sentido de pertenencia extremadamente egoísta.
La fe ciega, el amor o el odio incondicional y exaltado hacia un determinado símbolo o hacia una determinada idea, tanto como la creencia delirante de estar en posesión de la verdad absoluta, justifica y predispone a actuar, no con la flexibilidad y la tolerancia que aconsejan el sentido común, sino con la intolerancia criminal de un ideólogo paranoico, de un conductor insensato, de un Führer fanático.
Etimología de la palabra fanático y de fanatismo.
Fanático, del latín fanaticus, inspirado, exaltado, frenético, hablando de los sacerdotes de Belona, Cibeles y otras diosas, los cuales se entregaban a violentas manifestaciones religiosas; Propte: valía “perteneciente al templo”. Deriv. del latín fanum “templo”, que deriva de fanatismo.
La tolerancia es un principio democrático que, según la UNESCO, fomenta el respeto y la aceptación del otro, del diferente, junto con la valoración de las culturas de nuestro mundo. La tolerancia es la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino una obligación social y política. La tolerancia es la virtud que hace posible la paz y que contribuye a la sustitución de la cultura de guerra por la cultura de paz.
En toda la historia del ser humano no hubo época que no haya conocido el fanatismo y la ceguera propia del mismo, que supo arrastrar pueblos y civilizaciones enteras. Tanto artistas, escritores como médicos, abogados, ingenieros y muchos otros profesionales no lograron escapar al fanatismo. Incluso, pocos individuos pudieron liberarse de los asaltos del fanatismo proveniente del propio Inconsciente.
Los acontecimientos de los últimos años en Argentina, confirman lo poco que ha cambiado el sujeto y cómo ciertas tendencias psíquicas continúan agazapadas, al acecho para estallar en cualquier momento.
El amor y el odio son emociones básicas del ser humano vinculadas desde el comienzo de la vida a las experiencias de satisfacción y de frustración. Estas emociones básicas, ambivalentes, estarán entre sí en constante interacción hasta el final de la existencia.
El amor, es el sentimiento que le da sentido a la vida y, como lo trabajamos cuando hablamos del amor, anhela junto al ser amado reintegrar la unidad perdida.
S. Freud, en “Introducción al narcisismo” (1914) y en obras posteriores, concibió la idealización como un proceso que se funda con la fascinación (el fascinum ciega, encandila, no permite ver) y con el enamoramiento, proceso por los cual los objetos amados son engrandecidos y exaltados imaginariamente. La experiencia demuestra que la renuncia al narcisismo primario, favorece la apertura al mundo externo y a la realidad, necesarios para el desarrollo del Yo adulto y maduro.
Según Freud, la idealización de las cosas de este mundo, pero sobre todo la idealización de la imagen que el sujeto tiene de sí mismo, junto a la fuerza de las pulsiones presentes en todos los seres humanos, ayuda a transformar al propio Yo, total o parcialmente, de la mejor o peor manera. .
La envidia, el odio y el fanatismo.
El ser humano, desde que nace, se caracteriza, por la extrema dependencia a la madre, quien lo concibió y lo dio a luz. También se caracteriza por su lento desarrollo.
Es la madre la que le otorga un significado al llanto del hijo y si lo entiende bien, o sea, le da el pecho porque se da cuenta de que tiene hambre o le cambia los pañales porque intuye que está molesto, esa mamá logra traducir su llanto. Pero hay madres que, al no poder interpretar la necesidad del bebé, lo malentiende y lo llena de leche cuando no quiere el pecho o lo cambia cuando sólo quiere que lo alcen y paseen. Por este vínculo con la madre y, también con el padre, transitan tanto las experiencias de satisfacción como las de insatisfacción.
En la educación hay variaciones de orden individual y cultural. Los padres y, luego los maestros, recurren a la aprobación y la desaprobación, a través de los premios y castigos, despertando en el pequeño sentimientos de amor en un caso y de odio en el otro. Este proceso culmina con la internalización del ideal y la instauración de la conciencia moral o del Super Yo.
La pérdida de la omnipotencia narcisista abre el camino a la aceptación de las diferencias y al reconocimiento de la existencia del otro. Como contrapartida, las frustraciones y las situaciones de violencia, experimentadas en la infancia, generan sentimientos de odio de modo tal que el potencial tanático de los individuos, al alcanzar así su máxima expresión, desencadena una violencia atroz, sobre todo cuando el líder que encarna el ideal, encauza el odio hacia quienes son designados como la corriente del mal, susceptible de ser encarnado en otro grupo religioso o político con la consigna de que debe ser destruido.
Quien está convencido de una idea, bien puede ser considerado un idealista llevado por el amor, pero quien encuentra en el homicidio la solución, es un fanático, cargado de odio.
Justamente, José Ingenieros escribió en El hombre mediocre: "Cuando pones la proa visionaria, y tiendes hacia él, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en tí el resorte misterioso del Ideal".
En contraposición, el fanático es un individuo que sostiene que sus creencias están por encima de las leyes y que su fanatismo es la única ley que debe obedecer. Además, muchas veces, la envidia, guía sus actos. Es más, la envidia y el resentimiento suelen ser socios para la destrucción del otro pero, también, para la autodestrucción. La frase “muere de envidia”, remite a alguien muriendo a causa de esa pasión que a fuerza de querer destruir o dañar a otro se torna autodestructiva y a que el sufrimiento causado por la envidia, conlleva algo mortífero.
Pese a que los pueblos sin cultura o analfabetos, pueden ser presa fácil de cualquier fanatismo, no hay que olvidar que la cultura y la ciencia también pueden ser puestas a su servicio. Que el progreso artístico y el político van de la mano es una verdad. Por ejemplo el gran poeta italiano Ezra Pound, supo apoyar ciegamente, a Mussolini y que una de las novelas más revolucionarias del siglo XX saliera de la mente de un francés antisemita supo generar ríos de sangre. Justamente, fue Destouches, a quien me refiero, el que dijo que cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración, se había quedado horrorizado, pero que, en realidad, nunca fue capaz de decir “lo lamento”. En realidad, según su opinión, eran los judíos los que habían incitado a la guerra y que él, por lo contrario, siempre hubiera querido evitarla.
Quiero concluir con esta reflexión del escritor francés Denis Diderot:
“Del fanatismo a la barbarie, sólo media un paso”.
Y con este pensamiento del dramaturgo, poeta y novelista español Fernando Arrabal:
“Los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, poeta y ensayista.
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