El nido
Sentada en una de las sillas del patio, observo cómo los
pájaros van y vienen . Uno lleva en su pico, ramitas pequeñas que trajo vaya a
saber desde donde, para completar el nido que está haciendo en la palmera del
jardín.
Arriba, otro pájaro (supongo que hembra) espera y se dispone
a trabajar minuciosamente las plumas recogidas y los palitos que su pareja le
dejó antes de retomar el vuelo.
Las acomoda perfectamente en forma redondeada, y salta para
ver si son lo suficientemente fuertes para soportar el peso de más de dos esta
vez.
Voy a buscar un vaso de agua fresca, ya que este enero se
vino complicado, y veo que ahora son los dos los que están manos a la obra
apurando la cosa.
Pían y se mueven en lo alto de la rama pegada a la pared. De
pronto, una llovizna suave los espanta. Afortunadamente es fugaz y a los pocos
minutos están trabajando en las alturas.
Se hizo el silencio. Cayó la tarde. A la mañana siguiente se
lo ve al señor pájaro revoloteando el nido ya terminado. Unos días después,
escucho desde la ventana de primer piso, el piar de varias bocas. La familia
está completa. El señor va y viene trayendo esta vez pequeños bichitos para
alimentar a su gente y la mamá pacientemente espera a que abran sus picos para
darles el alimento.
Una semana más tarde, bajo una lluvia inesperada, el nido
cae al jardín. Se deshace entre el agua y el viento.
Sobre la pared medianera, estaban los pájaros más grandes y
sus crías ya dispuestas a volar.
Esta vez no se quedaron en la palmera. Los vi volar con
rumbo al bosque de eucaliptus de la estación de trenes.
Quizá alguna de estas tardes, cuando me siente en el patio
observando pájaros que vienen y van, los vuelva a encontrar.
©Silvia Vázquez
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