viernes, 26 de octubre de 2018

Microficción:Ataque final



El bajó los brazos y la miró a los ojos. Detrás los edificios aún humeaban y las ratas corrían de un lado a otro de la calle, chillando, desesperadas en busca de comida.
Habían pasado cuatro días desde la última visita de aquellos seres pálidos y ojicelestes.

El se había rendido. Ya no tenía sentido ocultarse. Jamás estuvo de acuerdo con aquello. Era especial. Lo reclutaron contra su voluntad y lo subieron a la nave a empujones.
Cuando sus compañeros asaltaron la escuela, él la vio por primera vez.

Estaba dictando clase de historia y la tropa irrumpió en el aula. Los alumnos habían estado preparándose para ese omento. Se escondieron debajo de los pupitres y no gritaron.
El era alto, no demasiado delgado pero llamaba la atención su palidez. Ella se había acostumbrado a verlos. Tenía información desde que se metió en su notebook a investigar el por qué de su visita. Hasta había algunas fotografías de los líderes.

A pesar de todo, no tuvo miedo. El le pidió que se calme, que solo iban a llevarse los archivos que necesitaban y no iban a hacerles daño. Le creyó.

Abrió el armario y sacó varios discos. Los guardó en una mochila y salió.

Un día después, aparecieron ni bien amaneció, en la plaza frente al colegio. No terminaba de entender  tanta violencia. El no había sido violento. Las bombas sonaron en sus oídos y a muchos kilómetros.

La ciudad estaba destruida, escombros por doquier y olor a humo. Alcanzó a llevar a sus alumnos al sótano. Allí estarían seguros. Salió por la puerta de atrás con el arma que había dejado el hombre de vigilancia la noche anterior.Parado en el medio de la avenida estaba él. Mirándola, con las manos en alto. Ella le apuntó, lo miró fijo pero no disparó. 

el soltó su arma y corrió hacia ella. La abrazó. La besó. Su piel pálida tomó un color rosáceo y al separarse y abrir los ojos, ella desapareció. Ya estaba hecho. Los archivos seguros en la nave, y su cuerpo corría sangre humana. Solo restaba introducir el chip con la información. El dominio era inevitable. Cerraron la puerta y partieron. En el cielo explotaban las nubes y una llovizna pesada cayó sobre la ciudad.

©Silvia Vázquez
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