jueves, 7 de abril de 2016

RELATO:CIELO TURQUESA

Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en 1994 en Rwanda

La decisión de declarar el 7 de abril de 2004 Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en 1994 en Rwanda se originó en una recomendación del Consejo Ejecutivo de la Unión Africana. En marzo de 2003, el Consejo recomendó que las Naciones Unidas y la comunidad internacional, en conmemoración del genocidio cometido en 1994 en Rwanda, proclamara un día internacional de reflexión y de renovado compromiso de lucha contra el genocidio en todo el mundo.

Comparto con ustedes este relato de mi autoría:

" Me llamo Macayle.
No tienen idea de lo que me costó decir esto por primera vez, en este país. No sabía una sola palabra cuando abandoné mi Ruanda natal. Mi nombre significa “ de fuerte voluntad, ardiente” . Y si, debe ser así porque si hay algo que tengo en esta vida es la voluntad. De otra manera no hubiera llegado donde estoy. Soy alta, morena y de ojos grandes, mi pelo está enrulado y largo, y siempre estoy sonriente.
Seguramente ustedes escucharon pocas veces hablar de Ruanda. Es tan lejos…
Yo nací allí, en un lugar llamado Gishwati, donde alguna vez hubo un bosque muy hermoso, repleto de libélulas brillantes que revoloteaban a nuestro alrededor. Nuestra casa, una humilde choza de madera, fue construida por mi abuelo, Modou Rufugi. Eramos una familia muy pobre, pero teníamos la instrucción necesaria como para sobrevivir en nuestro país, a pesar de los problemas que se venían desarrollando por aquellos años. Por esa época yo era apenas una niña.
Lago Kivu (Victoria)
El grupo de los tutsis, estaban en pelea constante contra los hutus. Muchos de nuestros amigos y familiares debieron huir para no ser asesinados. Ese odio era antiquísimo, y lo mantenían vigente sin pensar en las trágicas consecuencias.
Familias enteras muertas en sus propias casas, mujeres violadas y más de 5000 niños nacidos de esas violaciones, también asesinados.
Todo se había transformado en un infierno, en el que no quería vivir. El año 1994 se convirtió en el Apocalipsis y muy pocas partes del mundo se hacían eco de nuestro dolor.
Cien días transcurrieron desde el comienzo de las matanzas, cien días con el olor a muerte sobre nuestros cuerpos, cien días con hambre, rodeados de soldados que intentaron evitar aquel genocidio y mantener la paz .
Romeo Dallaire
Se escuchaba hablar de un hombre, llamado Dallaire. El sería el enviado para enfrentarse a Paul, el comandante rebelde tutsi responsable de las matanzas.
Tengo en mi memoria las tardes en el lago, recogiendo los peces que veíamos en el agua transparente, las montañas allá a lo lejos que nos hacían soñar con un mundo diferente. Siempre pensé que abandonaría mi pueblo siendo mayor, jamás por una guerra tan inútil. Y acá estoy, tan lejos de mi tierra, pero feliz. Ahora digo eso, claro, cuando ya me establecí en esta enorme ciudad tan diferente de Gishwati. Diferente no solo por su paisaje, sino por su gente.
El hecho de ser una persona de color, no me facilitó para nada las cosas, pero con el paso del tiempo, se acostumbraron a mi “extraño tostado africano”, como me dice mi amiga Jennifer.
Cuando estaba en aquel avión , imaginaba cómo sería este lugar, del que tanto me habían hablado los oficiales del consulado. Había sido becada para estudiar, por mis altas notas en la escuela y por la extrema pobreza de mi familia. Ellos, quedaron allá, con la esperanza de que algún día pudieran reunirse conmigo.
Cuando llegué a Buenos Aires, me llevaron directo a la Embajada. Allí me recibió muy amablemente un señor que me explicó las razones por las cuales no había podido viajar la familia completa. Días más tarde, ya estaba sumergida en ese mar de gente que caminaba sin mirarse a los ojos, apabullada por el ruido de bocinas y luces de colores que me perseguían hasta enceguecerme.
La gente del consulado me reunió con una profesora de español que había estado viviendo en Kigali, la capital de Ruanda, hasta que comenzaron las matanzas. Ella decidió escapar  a Argentina, trayendo una larga lista de amigos a quienes hoy sigue contactando, pero con un gusto amargo, de haberlos dejado en aquel lugar de cuerpos inertes que habitaban las calles.
Han pasado ya diez años, y logré mucho. Establecida en una pequeña casita a pocos kilómetros de la gran ciudad, con un trabajo estable que me permite vivir dignamente y pudiendo expresarme de forma correcta en el idioma que años atrás no comprendía. Cuánto tiempo me costó entender a la gente que me hablaba en otro idioma en aquella casona de estudiantes. Algunos creían que era muy tímida porque apenas abría la boca. Mi mayor miedo era decir algo inconveniente por no saber .
El lugar donde vivo ahora es tranquilo, las casitas son bajas, muchos habitantes son descendientes de europeos: italianos, españoles, alemanes. La mezcla casi ni se nota. Todos están ya establecidos y generalmente sus familias viven cerca unas de otras. Son muy amables y me hicieron sentir muy cómoda a pesar de las diferencias culturales. Al principio, claro, no fue fácil ver una “negra” en un lugar donde no existían, pero ya formo parte del barrio. Hace poco supe que había una familia africana viviendo cerca de casa, que había estado en Madrid hasta hace un año atrás, cuando se quedaron sin trabajo y decidieron viajar aquí a probar suerte
Agradezco mucho haber conocido a quienes hoy son mis amigas, que mi familia esté un poco mejor y que ya quede en el recuerdo aquel mundo de violencia. 
Anoche viendo tele, supe que habían arrestado a cuatro hombres en Gran Bretaña, por el genocidio de 1994, y fueron extraditados para ser juzgados. ¡Cómo me gustaría estar sentada descalza, en el borde del lago Victoria, y sentirme una ninfa entre esos pequeños dragones de luz !… Ya vendrá el tiempo en que volvamos a estar juntos, y poder recordar solamente los buenos momentos , intentar olvidarnos de lo malo, de todo lo que pasaron ellos …y yo. Por ahora sigo haciendo mi vida aquí, esperando poder terminar de juntar el dinero para traer a los míos. Se que no se van a quedar mucho tiempo. Es muy difícil para ellos dejar aquello, que es su vida, su tierra. El abuelo, a quien todavía están intentando convencer de volar, sigue firme a sus raíces, a su mundo, y dudo que alguna vez vuelva a verlo. Mis padres y mis dos hermanos menores están expectantes (creo que no pasará mucho tiempo más para que estén conmigo).
Pienso en formar mi propia familia, de hecho estoy saliendo con  Emmanuel, el menor de los hijos de quienes  viven cerca de casa. Quiero vivir aquí, quiero que mis hijos nazcan aquí, no olvidar mis costumbres, me gente y mi lugar. Me siento feliz por haber hecho todo lo que hice, pero extraño mucho a los míos y los quiero tener cerca.
Me llamo Macayle, doctora Macayle Rufugi, y pertenezco a  una agencia de ayuda a refugiados y desde aquí, cada día de mi vida, ayudaré a quienes necesiten, por que yo también alguna vez sufrí todo eso, la guerra, el olvido, la pobreza."

                                                          
Silvia 

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