Jorge Bermúdez
Jorge se sentó en uno de los bancos del parque. Era un típico hombre de unos sesenta años, la barriga que le caía, una escasa cabellera blanca, el rostro que lucía derrotado por el tiempo, pertenecía a la clase trabajadora, con una mujer en casa, hijos que ya eran grandes e independientes, algunas pertenencias que no eran dignas de mencionar. A pesar de los años, de tener estudios universitarios, no había logrado la comodidad económica, y aunque le faltaban pocos para la jubilación, sabía que no le alcanzaría para vivir holgadamente, así que tendría que seguir ´remándola´, como se decía popularmente en su país. Estaba ensimismado, mientras le daba la espalda a los árboles, la laguna y a los niños jugando en la distancia, con su cuerpo inclinado hacia adelante, su rostro apuntando al suelo, veía las manchas de suciedad, la basura levantada ocasionalmente por el viento, el polvo de la ciudad, una caca de perro.
Se preguntaba cuál era el sentido de la vida, cuál era su propósito entre tantos miles de millones que habitan en el planeta. Había hecho todo lo que creía que debía hacer como persona: cumplir las leyes, estudiar una carrera, trabajar, tener una familia, criar a los hijos, tratar de ´salir adelante´. Era un engranaje más en una maquinaria colmada de las mismas piezas que hacían exactamente lo mismo. No estaba conforme, no había logrado nada extraordinario. Cuando él y sus conocidos muriesen, no volvería a ser recordado, su nombre no vencería las fronteras impuestas por la memoria colectiva, sería un número más en un documento de identidad que no volvería a ser utilizado.
Levantó la cabeza, miró hacia los autos que circulaban, si su vida no tenía valor, podría suicidarse, esperar a que un incauto pasara con la suficiente velocidad para asegurar un golpe certero, correr hacia el vehículo y acabar de una buena vez con su biografía.
En eso, el rebotar de una pelota lo sacó de su cavilación, la misma fue a dar al tráfico, inmediatamente después apareció un niño que saltó de la acera a la calzada para recuperar el balón. En un acto reflejo, Jorge se abalanzó sobre el pequeño, jalándolo hacia atrás para ponerlo a salvo.
Jimmy A. Castro Zambrano
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