viernes, 31 de mayo de 2024

Narrativa: Conversaciones con papá

 

Conversaciones con papá



Me senté a conversar un rato con papá. Cosa rara que él esté sentado, a menos que vea TV Galicia y se enganche con uno de esos programas de paisajes, donde aparecen pueblos como el suyo, ese que dejó hace casi 68 años. Con una memoria prodigiosa, cerró los ojos recordando algunos momentos especiales.

Quería que me contara acerca de sus pasatiempos, cuando era un niño aún. Yo sabía desde chica que él ayudaba a su padre a vender algo de la producción hogareña para poder llevar algo de dinero a la casa. Eran tiempo duros, post guerra civil, y como había vivido con sus abuelos en Pontevedra, estaba ducho en esas tareas. Una vez que su padre regresó de la guerra, su hermana menor María y él, regresaron a la casa materna. Me contaba que, como todo chico quería jugar, pero lamentablemente no estaban en condiciones de comprar juguetes, ya que apenas lograban obtener algo de las ventas para la comida y alguna que otra vez un pedazo de pan de trigo.

El vino, el pan de maíz y el resto de los “lujos” eran solamente en días de fiesta.

En una oportunidad, su padre le encargó la venta de “afrechillo”, las capas externas del grano de trigo, maíz o centeno. Cuando el molino lo muele, una vez que se pasan por el cribo (una especie de zaranda redonda de cuero ordenadamente agujereado y fijo en un aro de madera, que hace las veces de “colador”) ,la cáscara queda arriba y la harina finita cae. Esas cáscaras se juntaban y cuando se llegaba a una buena cantidad, se vendían. Cerca de su casa, había un hotel chico y su padre le encargó vender unos 5 kilos. Iba caminando unos 7  kilómetros desde Carballiño a Orense, con las bolsas. Esa era su oportunidad de sacar unos pesos para él, por lo cual, a esa bolsa le mezclaba un poco de tierra para que pesara más… un kilo más de tierra que se parecía mucho a eso que llevaba para vender.

La señora dueña del hotel pesaba las bolsas y las volcaba en un arca de madera para luego  alimentar a los cerdos. El sabía que ese kilo que valía 4 ó 5 pesetas, era su comisión. Eso le  alcanzaba para alquilar una bicicleta. El riesgo era que alguien se entere, pero recorrer Carballiño con la bicicleta valía la pena.

El resultado de la venta era para comprar pan de trigo, sardinas, enlatados y lo llevaba a la casa. Iba de un lado a otro por una hora a recorrer el pueblo. En ese momento tenía 9 ó 10 años.

También hacía canastos de mimbre que cortaba en el campo. Los ponía en agua hirviendo para pelarlos. Luego sobre una madera y con una navaja hacía tiras finitas para tejer. Los canastos eran un poco más grandes que un ovillo de lana, y las tejedoras se lo compraban para eso justamente: meter el ovillo de lana para que no rodara por el piso. Ese trabajo se lo enseñó su abuelo paterno, que era “cesteiro” , fabricante de canastos. Una sobrina de un pariente en Buenos Aires, tenía no hace mucho en su casa una de esas cestas hechas por él. Eso se vendía a 3 pesetas.

Una pena que no lo haga acá, habría que conseguir la maderita de cedro para el fondo y el mimbre para tejer…

 

Otra  de sus actividades fue fabricar zuecos de madera. Su padrino le enseñó a hacerlos. Con una bellota cortada al medio, le hizo una muestra, de ambos pies. Luego aprendió a tallar la madera con un formón curvado y compraba el cuero para la parte del empeine, que iba engrasado con grasa de cerdo, no solamente para evitar que se reseque, sino para que no pase el agua,  ya que ese calzado era usado durante todo el día en el campo, bajo la lluvia o el sol.

A veces hasta se le ponía una especie de herradura para que no se gaste la madera, claro, en el campo no hacía ruido…

No siempre podía hacer eso con el afrechillo, entonces decidió  hacer su propia bicicleta.

Para eso, decidió hacer una. En su pueblo había muchas pendientes, la mayoría terminaba en el río. Trigás, Orense, era así. Sin curvas, calles directas al río, así que si no frenaba…al agua.

Obviamente le inventó un freno, una especie de manija de madera, que tocaba en las ruedas traseras para parar el envión que traía desde lo alto de la calle. Las ruedas las fabricaba su padrino, ya que tenía una maderera y el material estaba ahí, esperando: madera de pino. Primero hizo un carro para ir hasta el aserradero, con dos ruedas atrás y dos adelante. Las de adelante se manejaban con los pies, y las de atrás, para que no se gastaran, tenían hojas de sierra en lugar de cámaras.

La bicicleta: Tenía unos 10 años cuando la hizo. Se largaba por la pendiente y era toda una diversión intentar frenarla antes de llegar al agua. Ahí era un llano húmedo donde se clavaba la bicicleta. “Alguna vez me caí” , me dijo. Cuando fue creciendo  la desarmó, tendría 13 años . Para cortar la madera iba de su padrino aprovechando que dormía la siesta, y se llevaba algunos listones. A veces pelaba troncos con un hacha para que le hiciera las ruedas (las de atrás eran más grandes que las de adelante).

¡Qué diferente se jugaba entonces! De todos modos, era infancia, y pasaba igual de rápido que ahora. Lo bueno es poder recordarlo tan nítidamente y que aún se llenen sus ojos de luz cuando aparecen las imágenes no solo en su memoria sino también en su corazón.

 

©SILVIA VÁZQUEZ




Cómo tejía la canasta, cómo calaba los zuecos y la herradura de abajo

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