Conversaciones
con papá
Me senté a conversar un rato con papá. Cosa rara que él esté sentado, a menos que vea TV Galicia y se enganche con uno de esos programas de paisajes, donde aparecen pueblos como el suyo, ese que dejó hace casi 68 años. Con una memoria prodigiosa, cerró los ojos recordando algunos momentos especiales.
Quería que me
contara acerca de sus pasatiempos, cuando era un niño aún. Yo sabía desde chica
que él ayudaba a su padre a vender algo de la producción hogareña para poder
llevar algo de dinero a la casa. Eran tiempo duros, post guerra civil, y como
había vivido con sus abuelos en Pontevedra, estaba ducho en esas tareas. Una
vez que su padre regresó de la guerra, su hermana menor María y él, regresaron
a la casa materna. Me contaba que, como todo chico quería jugar, pero
lamentablemente no estaban en condiciones de comprar juguetes, ya que apenas
lograban obtener algo de las ventas para la comida y alguna que otra vez un
pedazo de pan de trigo.
El vino, el pan
de maíz y el resto de los “lujos” eran solamente en días de fiesta.
En una
oportunidad, su padre le encargó la venta de “afrechillo”, las capas externas
del grano de trigo, maíz o centeno. Cuando el molino lo muele, una vez que se
pasan por el cribo (una especie de zaranda redonda de cuero ordenadamente
agujereado y fijo en un aro de madera, que hace las veces de “colador”) ,la
cáscara queda arriba y la harina finita cae. Esas cáscaras se juntaban y cuando
se llegaba a una buena cantidad, se vendían. Cerca de su casa, había un hotel
chico y su padre le encargó vender unos 5 kilos. Iba caminando unos 7 kilómetros desde Carballiño a Orense, con las
bolsas. Esa era su oportunidad de sacar unos pesos para él, por lo cual, a esa
bolsa le mezclaba un poco de tierra para que pesara más… un kilo más de tierra
que se parecía mucho a eso que llevaba para vender.
La señora dueña
del hotel pesaba las bolsas y las volcaba en un arca de madera para luego alimentar a los cerdos. El sabía que ese kilo
que valía 4 ó 5 pesetas, era su comisión. Eso le alcanzaba para alquilar una bicicleta. El riesgo
era que alguien se entere, pero recorrer Carballiño con la bicicleta valía la
pena.
El resultado de
la venta era para comprar pan de trigo, sardinas, enlatados y lo llevaba a la
casa. Iba de un lado a otro por una hora a recorrer el pueblo. En ese momento
tenía 9 ó 10 años.
También hacía
canastos de mimbre que cortaba en el campo. Los ponía en agua hirviendo para
pelarlos. Luego sobre una madera y con una navaja hacía tiras finitas para
tejer. Los canastos eran un poco más grandes que un ovillo de lana, y las
tejedoras se lo compraban para eso justamente: meter el ovillo de lana para que
no rodara por el piso. Ese trabajo se lo enseñó su abuelo paterno, que era
“cesteiro” , fabricante de canastos. Una sobrina de un pariente en Buenos
Aires, tenía no hace mucho en su casa una de esas cestas hechas por él. Eso se
vendía a 3 pesetas.
Una pena que no
lo haga acá, habría que conseguir la maderita de cedro para el fondo y el
mimbre para tejer…
Otra de sus actividades fue fabricar zuecos de
madera. Su padrino le enseñó a hacerlos. Con una bellota cortada al medio, le
hizo una muestra, de ambos pies. Luego aprendió a tallar la madera con un
formón curvado y compraba el cuero para la parte del empeine, que iba engrasado
con grasa de cerdo, no solamente para evitar que se reseque, sino para que no
pase el agua, ya que ese calzado era
usado durante todo el día en el campo, bajo la lluvia o el sol.
A veces hasta se
le ponía una especie de herradura para que no se gaste la madera, claro, en el
campo no hacía ruido…
No siempre podía
hacer eso con el afrechillo, entonces decidió
hacer su propia bicicleta.
Para eso, decidió
hacer una. En su pueblo había muchas pendientes, la mayoría terminaba en el
río. Trigás, Orense, era así. Sin curvas, calles directas al río, así que si no
frenaba…al agua.
Obviamente le
inventó un freno, una especie de manija de madera, que tocaba en las ruedas
traseras para parar el envión que traía desde lo alto de la calle. Las ruedas
las fabricaba su padrino, ya que tenía una maderera y el material estaba ahí,
esperando: madera de pino. Primero hizo un carro para ir hasta el aserradero,
con dos ruedas atrás y dos adelante. Las de adelante se manejaban con los pies,
y las de atrás, para que no se gastaran, tenían hojas de sierra en lugar de
cámaras.
La bicicleta:
Tenía unos 10 años cuando la hizo. Se largaba por la pendiente y era toda una
diversión intentar frenarla antes de llegar al agua. Ahí era un llano húmedo
donde se clavaba la bicicleta. “Alguna vez me caí” , me dijo. Cuando fue
creciendo la desarmó, tendría 13 años .
Para cortar la madera iba de su padrino aprovechando que dormía la siesta, y se
llevaba algunos listones. A veces pelaba troncos con un hacha para que le
hiciera las ruedas (las de atrás eran más grandes que las de adelante).
¡Qué diferente se
jugaba entonces! De todos modos, era infancia, y pasaba igual de rápido que
ahora. Lo bueno es poder recordarlo tan nítidamente y que aún se llenen sus
ojos de luz cuando aparecen las imágenes no solo en su memoria sino también en
su corazón.
©SILVIA VÁZQUEZ
Cómo tejía la canasta, cómo calaba los zuecos y la herradura de abajo
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