viernes, 19 de septiembre de 2025

Colaboraciones: Karin Perdomo desde Uruguay

 Obsesión






Me mira. ¡No quiero que lo haga!, igual me mira.

Le tengo cariño y lo necesito. Me gusta verlo. Si falta, lo extraño. Si no

camina, me ocupo. Deseo siempre su movimiento infinito.

Es una luna llena transparente, de cráteres plateados, tan

simétricamente armado, que hasta los números cantan. Lo cosen tres agujas.

Una larga y gruesa, separada de su segunda hermana mediana, y la tercera,

puntiaguda e impaciente, envuelta en picardías de adolescentes, clickclea al

ritmo del tiempo.

Trabaja como robot, a pura máquina, y no se detiene. Por momentos

suspiro y deseo gritarle desenfrenadamente ¡detén el tiempo! Solo mira, tal vez

asombrado, preguntándose si me ha picado algún bicho raro, o no tanto. Si

transito de regreso del funeral de una abeja, por el camino de un abejorro

impertinente, envenenada por una avispa y con la inflamación a cuestas de un

aguijón de batalla.

Giro y lo miro, regreso la cabeza nuevamente a su posición de origen

haciéndome la distraída. Levanto el maxilar, miro el techo y observo una tela

tejida armoniosamente sin permiso. Bajo la punta de mi nariz, y levanto un

papel adherido al piso. Pecho distraídamente el almanaque, arrastrándolo

mudo hacia el parquet. Con pereza lo levanto y tomo entre mis manos un

cuaderno de notas. Al viento le escribo un verso, y a él lo ignoro. Siempre

repito el mismo ejercicio, de día y de noche.

Él me agrada. Me inspira al estilo Dalí. Lo imagino de cera derritiéndose

armoniosamente por mí, o de un surrealismo platónicamente siliconado.

También formando parte del Big Ben o de un monasterio. De una escultura

glutinosa con arena bajo el sol, o de un puente tendido entre el espacio y el

tiempo.

Intenta convencerme de posar para mí. Desea lo pinte. Procuro lo

entienda, no soy artista. No lo convenzo, continúa insistiendo con la creación, y

ahora añora arrancar de mis entrañas, un poema. Me río a carcajadas, y de

repente, destella su mirada irónica.


De vez en cuando, se detiene. Las agujas se empantanan. Quedan

enérgicamente inmóviles, sin tracción para el avance. No logro captar el

motivo.

Lo tomo entre las manos y lo zarandeo buscando respuestas. Lo percibo

amordazado. No… está adormecido. Le pregunto por lo que está sucediendo, y

logro escuchar una risita irónica embadurnando mi cara, entonces lo interrogo

sentado sobre una silla antigua.

¿Te inmovilizas por amor? ¿Acaso no sientes vergüenza? Y con certeza

afirmo: tal vez eres un sinvergüenza, mentiroso y engañoso, y por varios

motivos ocultas tus movimientos. Has quedado hipnotizado, y anonadado me

contemplas. Rebota un chasquido de dedos.

Hoy no quiero mirarle, ni voltear de reojo mi observancia desconfiada.

Para despistarlo sacudo una alfombra, riego una planta y canto. Le hago creer

que no dependo de él. Lo quiero en su ubicación original, y no en la silla. Su

lugar de pertenencia se encuentra vacío.

Al instante, tira de su inmovilidad recobrando la vida. Me observa, y

vuelvo a quedar atrapada entre distracciones, pero pasados cinco segundos,

regreso tanteando palabras en el aire.

Sentado frente a mí, le balbuceo: te he puesto en penitencia. Soy

consciente, él me escucha. Clickclea con un entusiasmo descomunal, como si

la nueva ubicación le agradara. Apenas logro comprenderlo. No quiere a su

lugar primario, me está convenciendo. ¿Por qué? No consigo ver nada

misterioso en su antiguo entorno.

¿Te crees una personita?, le preguntó extrañada, y entre clickcleo y

clickcleo se vuelve a reír.

Solo, sentado frente a mí recobra vitalidad. La silla lo contiene. Su

asiento de gramilla acolchonadamente fresca, lo acurruca, y el respaldo, un

verdadero apoyo manual de contorsiones artísticas, lo asiste.

La silla será solo tuya si sufres metamorfosis humanoide. Nuevamente,

lo miro y le hablo, aunque no sirve de nada. Intento hacerlo razonar conmigo:

este no es tu lugar. Aquí no puedes quedarte. Lo agarro con delicadeza y

regresa a su origen. En mi oído murmura presuroso: ¡Apúrate!, ya es tarde. Le

sonrío. La araña, desde su tela, acompaña mi mirada. Pierdo la concepción del

tiempo, y una tras otra, enumero las horas clickcleando. Él se desvanece, y el


tiempo avanza sin noción. Otra vez la misma historia: vuelve a la silla. Le gusta

la penitencia, y a mí el tallado y su lustre.

¿La saborea? o ¿será su compinche?

Arribo a una insólita conclusión: es haragán y solo trajina sentado,

aunque tal vez me quiera cerca, contemplándolo minuto a minuto, segundo a

segundo. Quizás me quiere más que a su vida robótica, y desde la

contorsionada delira sin interferencias.

El clavo está vacío, y el reloj me mira. Ticktock, ticktock, ticktock, se ha

obsesionado conmigo.


Karin Perdomo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario