“Todo pasa y todo queda Pero lo nuestro es pasar Pasar haciendo caminos Caminos sobre la mar”
Así arranca uno de los temas más conocidos de Joan Manuel Serrat. Para ser sincera, durante mucho tiempo, no me gustó. Serrat era el artista de mi mamá, de otra época, de otro lugar. Ella ponía el CD, se quedaba mirando el equipo y escuchaba, como si mirara la televisión. Compenetrada con esas letras, lloraba, sonreía y bailaba lento, todo junto. Las lecturas de esta semana me hicieron acordar a esta imagen.
Ya leer, de por sí, una Antología Poética de Mario Benedetti, me parece un planazo. Pero si me decís que esa antología la prologó y seleccionó Joan Manuel Serrat, entonces ya no se puede decir que no. Serrat escribe: “confío en que en esta antología estén representados todos los Benedettis que Mario cargaba en su mochila -el oficinista rutinario, el montevideano de clase media, el periodista comprometido, el viajero curioso, el militante de la patria doméstica, el exiliado y el desexiliado, y también el intelectual parcial, el luchador político y, por supuesto, el poeta minucioso y trabajador que nunca dejó de ser-”.
El gran poeta uruguayo fue uno de los más populares de América Latina, su poesía estaba dirigida a todos y cada uno, despojada completamente de solemnidad. Mario Benedetti pasó por muchos géneros: la novela, el relato o el teatro, pero la poesía siempre fue su canal predilecto para dar cuenta de su vocación y abundancia a la hora de escribir. Serrat dice en la contratapa que Mario Benedetti seguramente sea el poeta más leído en nuestro idioma “y, con toda seguridad, el más cantado”.
Abro el libro, elijo un poema al azar:
“cantamos porque llueve sobre el surco y somos militares de la vida y porque no podemos ni queremos dejar que la canción se haga ceniza”
El segundo libro que leí esta semana fue La llorería de Martín Sivak. Una novela que aparenta ser tres relatos inconexos. Los tres hablan sobre diferentes formas del duelo: el duelo amoroso, el de la madre y el de una fuerte amistad. Cada duelo reabre los anteriores y en ese proceso el dolor, el amor y el tiempo encuentran su modo único de entrecruzarse. El narrador se separa, ve a su hijo aprender a nadar y viaja por un año por América Latina, hasta la frontera sur de Estados Unidos acompañado de un documentalista inglés.
Las primeras líneas de La llorería dicen esto:
“En las vísperas de la Nochebuena. N. me dejó por mensaje de texto. Lo disparó desde un campo remoto de la Patagonia con temperatura templada y lo recibí en un hotel céntrico de la ciudad de Catamarca con 39,5 grados. Siento que quiero estar sola por un tiempo.”
Después de la intensidad y la belleza con la que Martín Sivak construyó El salto del papá, ahora vuelve con un relato igual de sensible, valiente y profundo. Es imposible salir indemne de La llorería.
La madre y Serrat, para mí, son dos líneas que se cruzan. La mano de Serrat está presente todo el tiempo en la antología de Benedetti y la figura de la madre es el fantasma que recorre, desde el inicio hasta el final, los relatos de La llorería. A veces los libros son una flecha hacia nuestros recuerdos; a veces los libros son una imagen hacia el pasado.
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