lunes, 29 de septiembre de 2025

Trabajos seleccionados y premiados del Concurso décimo aniversario Las musas despiertas




PRIMER PREMIO

Llévame a la Luna

 

 

            Llévame a la Luna

            Déjame jugar entre las estrellas

            Déjame ver como es la primavera

            En Júpiter y Marte

            En otras palabras, toma mi mano

            En otras palabras, cariño, te amo.

 

                                                                       Bart Howard

 

 

Estaba saliendo del subte cuando te vi sentado en las escaleras.

¡Sí, a  vos! ¡Ese niño flaco, sucio y mendicante!

Así, como de la nada, volvió a mi cabeza la canción que estaba tarareando para mis adentros durante el viaje. La que cantaba Sinatra: Fly me to the Moon.

Traté de recordar la letra con mi escaso inglés y de pronto la canción cobró otro sentido.

 Te miré de reojo y me pregunté: ¿A qué luna podría yo llevarte?  ¿Qué sería para vos jugar entre las estrellas? Pisé el último escalón y seguí caminando. Acepté sin cuestionarme demasiado que no podría tomar tu manito sucia para mostrarte lo que es para mí la primavera.

 Ya pasaron diez años desde aquel momento. Lo recuerdo  porque fue cuando empecé a hacer estos tediosos viajes para ir a trabajar al Centro.

 Desde entonces algunas cosas han mejorado un poco.

Me ascendieron en el trabajo. Ahora tengo un cargo gerencial. No es una locura pero significa bastante más plata y puedo manejar, hasta cierto punto, mis horarios. Me da la oportunidad de evitar las horas pico para no tener que viajar tan apretujada. Otros días puedo hacer home office y evito el viaje. Por suerte el subte ahora  tiene aire acondicionado.

Otras siguen igual de mal.

No serás vos sino otros parecidos a ti a los que veo a menudo estirando la mano esperando una limosna. Igual de sucios, Igual de flacos.

 Vos no tenés idea de cuánto me arrepiento por no haberte comprado la estampita o darte unos mangos en esa oportunidad. Seguramente me hubiese ahorrado el hecho de seguir viendo tu mirada en los ojos de ellos.

¡Listo!¡Ya basta! ¿Qué querrías que te diga? ¿Qué te llevaría a jugar a Luna en primavera?  Lo siento cariño, no te amo.

Clarisa López- Villa Bosch

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SEGUNDO PREMIO

Al cabo de diez años

Abrió aquel baúl que guardaba celosamente en un rincón de la habitación. Apenas levantó la tapa, volaron los recuerdos, y se agolparon las imágenes de las fotos, crueles registros de un tiempo ido.

Las palabras cubrieron en un instante todo el lugar, escapándose de las cartas que, amontonadas, esperaban ser leídas una vez más. Solo una vez más.

Los “te quiero”, los “te extraño”, los “nunca te olvidaré”, escritos en momentos de pasión y de extrañamiento, cuando todo parecía hermoso y real, giraban en torno a su cabeza envolviéndola como un torbellino, y las lágrimas se empeñaban en bañar ese rostro que se reflejaba en el espejo.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde aquella última carta?, se preguntó, sin quererlo casi. Y una vocecita tímida, pero segura, le respondió desde muy adentro de su alma: “pasaron diez años”. ¡Diez años! Diez años de guardar silencio, de conservar recuerdos, de amontonar esperas, de soñar despierta, pensando que algún día volvería, y que haría realidad cada una de las promesas. Pero el silencio había sido absoluto. Ahora, con la noticia de su boda en otra provincia, tenía la seguridad de que jamás regresaría.

Sonrió entre lágrimas, mientras buscaba, sin mirar, el encendedor que, junto al paquete de cigarrillos, descansaba sobre la mesa de luz.

Una foto cayó junto a sus pies; la recogió y buscó la fecha: era la confirmación del tiempo pasado. Una mueca extraña se dibujó en su rostro y pulsó el encendedor. Con fuerza. Con bronca. Con hastío.

Diez años. Ya no más.

Desde el lago, un pescador vio la alta columna de humo y dio aviso a la policía.

Diez años pasaron. Y se acabó la vida.


Nélida Robledo- Jujuy

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TERCER PREMIO

El olvido

Lo recuerdo, ya “pasaron diez años”. Ella compartía la mesa con un hombre. Miró hacia afuera, como si supiera que yo estaba allí, o al menos eso creí; luego sonrió. Desconcertado, saqué las alianzas de oro que llevaba en el bolsillo, las observé por un instante y volví a guardarlas. Entré al bar. Ambos permanecieron inmóviles, o así me pareció. Cualquiera podría haberlos tomado por amantes. Los vi tomarse las manos, y también noté que ella estaba llorando, o eso creí. Recordé entonces que nunca supe si sus lágrimas eran de alegría, tristeza o desesperación. Vi que él la besó y que ella se dejó besar. En ese momento llegó el mozo y pedí una cerveza, pensando en celebrar provisionalmente este encuentro.

 

Es extraña la naturaleza parásita de los escritores.

 

Un hombre, sabiéndose condenado al infierno, había muerto. Esperó frente a una puerta inmensa. Esperó un día, dos. Esperó semanas, meses, años. Finalmente, otro hombre se acercó. El que esperaba dijo:

—Quizás puedas ayudarme. Debo entrar al infierno.

El otro hombre lo miró de arriba abajo y le respondió:

—Pero, señor; esto es el infierno.

 

¿Quién olvida primero: el que fue dejado o el que deja?


Néstor Giménez- Quilmes

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MENCION DE HONOR


Nada es imposible

Los habitantes de aquella ciudad amanecieron expectantes. Se jugaba la final del campeonato anual de fútbol entre los equipos del último año del preparatorio. Los adolescentes dividían sus preferencias entre Los Lions y Los Tigers. La cancha rebosaba de entusiasmo y las porristas se lucían bajo un cielo diáfano. Salieron Los Lions liderados por Bill Harrison, el apuesto hijo del acaudalado empresario del condado y luego Los Tigers cuyo capitán era Tom Avery, ganador afroamericano de la beca otorgada por la Universidad local al mejor promedio de la promoción.

El partido fue electrizante, también se jugaba muy duro. En un momento Bill rodó por una zancadilla, le costó levantarse mareado sangrando bajo el casco. Rechazó que lo acompañaran e hizo señas que continuaran el partido. Se dirigió al vestuario, se estaba lavando la cara cuando entró Tom. Lo ayudó a sentarse, le ofreció agua y le puso un apósito. Las manos morenas temblaron cuando tocaron el suave cabello rubio, Bill sintió una descarga eléctrica por el contacto. Se miraron largamente y ambos susurraron: ¡Imposible!

Pasaron diez años. Bill Harrison, heredero de un exitoso grupo empresarial era conocido en el ámbito económico tanto como en el social. Los fotógrafos competían por obtener instantáneas del apuesto joven acompañado por la celebridad del momento. El famoso abogado Tom Avery era reconocido como defensor de los derechos humanos y mediador en todo tipo de conflictos. Ambos hombres leían los artículos que aparecían sobre el otro y sonreían recordando lo que no fue.

El 1 de mayo de 2016 los obreros declararon la huelga en una de las fábricas siderúrgicas Harrison. El sindicato mantuvo conversaciones con el patrón, pero no llegó a un acuerdo. Una mañana Bill se encontraba en su despacho cuando la secretaria le anunció la presencia del doctor Tom Avery. Se puso de pie para recibirlo con el corazón a mil.

Se miró el cabello rubio con algunas hebras plateadas y lo vio entrar erguido y sonriente, advirtió unas líneas leves en su frente. Se estrecharon las manos, se abrazaron estremecidos, se miraron largamente y susurraron a la vez: “Nada es imposible”.

Nélida B. Mezzabarba de Etcheverry


 F E L I C I T A C I O N  E S       A      T O D O S !

 

 

                                                                                                                             


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