PRIMER PREMIO
Llévame a la Luna
Llévame
a la Luna
Déjame
jugar entre las estrellas
Déjame
ver como es la primavera
En Júpiter
y Marte
En
otras palabras, toma mi mano
En
otras palabras, cariño, te amo.
Bart Howard
Estaba saliendo del subte cuando te vi sentado en las
escaleras.
¡Sí, a vos! ¡Ese
niño flaco, sucio y mendicante!
Así, como de la nada, volvió a mi cabeza la canción
que estaba tarareando para mis adentros durante el viaje. La que cantaba
Sinatra: Fly me to the Moon.
Traté de recordar la letra con mi escaso inglés y de
pronto la canción cobró otro sentido.
Me ascendieron en el trabajo. Ahora tengo un cargo gerencial. No es una locura pero significa bastante más plata y puedo manejar, hasta cierto punto, mis horarios. Me da la oportunidad de evitar las horas pico para no tener que viajar tan apretujada. Otros días puedo hacer home office y evito el viaje. Por suerte el subte ahora tiene aire acondicionado.
Otras siguen igual de mal.
No serás vos sino otros parecidos a ti a los que veo a
menudo estirando la mano esperando una limosna. Igual de sucios, Igual de
flacos.
¡Listo!¡Ya basta! ¿Qué querrías que te diga? ¿Qué te llevaría a jugar a Luna en primavera? Lo siento cariño, no te amo.
Clarisa López- Villa Bosch
Al cabo de diez años
Abrió aquel baúl que guardaba celosamente
en un rincón de la habitación. Apenas levantó la tapa, volaron los recuerdos, y
se agolparon las imágenes de las fotos, crueles registros de un tiempo ido.
Las palabras cubrieron en un instante todo
el lugar, escapándose de las cartas que, amontonadas, esperaban ser leídas una
vez más. Solo una vez más.
Los “te quiero”, los “te extraño”, los
“nunca te olvidaré”, escritos en momentos de pasión y de extrañamiento, cuando
todo parecía hermoso y real, giraban en torno a su cabeza envolviéndola como un
torbellino, y las lágrimas se empeñaban en bañar ese rostro que se reflejaba en
el espejo.
¿Cuánto tiempo había transcurrido desde
aquella última carta?, se preguntó, sin quererlo casi. Y una vocecita tímida,
pero segura, le respondió desde muy adentro de su alma: “pasaron diez
años”. ¡Diez años! Diez años de guardar silencio, de conservar
recuerdos, de amontonar esperas, de soñar despierta, pensando que algún día
volvería, y que haría realidad cada una de las promesas. Pero el silencio había
sido absoluto. Ahora, con la noticia de su boda en otra provincia, tenía la
seguridad de que jamás regresaría.
Sonrió entre lágrimas, mientras buscaba,
sin mirar, el encendedor que, junto al paquete de cigarrillos, descansaba sobre
la mesa de luz.
Una foto cayó junto a sus pies; la recogió
y buscó la fecha: era la confirmación del tiempo pasado. Una mueca extraña se
dibujó en su rostro y pulsó el encendedor. Con fuerza. Con bronca. Con hastío.
Diez años. Ya no más.
Desde el lago, un pescador vio la alta
columna de humo y dio aviso a la policía.
Diez años pasaron. Y se acabó la vida.
Nélida Robledo- Jujuy
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TERCER PREMIO
El olvido
Lo
recuerdo, ya “pasaron diez años”. Ella compartía la mesa con un hombre. Miró
hacia afuera, como si supiera que yo estaba allí, o al menos eso creí; luego
sonrió. Desconcertado, saqué las alianzas de oro que llevaba en el bolsillo,
las observé por un instante y volví a guardarlas. Entré al bar. Ambos
permanecieron inmóviles, o así me pareció. Cualquiera podría haberlos tomado
por amantes. Los vi tomarse las manos, y también noté que ella estaba llorando,
o eso creí. Recordé entonces que nunca supe si sus lágrimas eran de alegría,
tristeza o desesperación. Vi que él la besó y que ella se dejó besar. En ese
momento llegó el mozo y pedí una cerveza, pensando en celebrar provisionalmente
este encuentro.
Es
extraña la naturaleza parásita de los escritores.
Un
hombre, sabiéndose condenado al infierno, había muerto. Esperó frente a una
puerta inmensa. Esperó un día, dos. Esperó semanas, meses, años. Finalmente,
otro hombre se acercó. El que esperaba dijo:
—Quizás
puedas ayudarme. Debo entrar al infierno.
El
otro hombre lo miró de arriba abajo y le respondió:
—Pero,
señor; esto es el infierno.
¿Quién
olvida primero: el que fue dejado o el que deja?
Néstor Giménez- Quilmes
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MENCION DE HONOR
Nada es imposible
Los habitantes de aquella ciudad amanecieron expectantes. Se jugaba la final del campeonato anual de fútbol entre los equipos del último año del preparatorio. Los adolescentes dividían sus preferencias entre Los Lions y Los Tigers. La cancha rebosaba de entusiasmo y las porristas se lucían bajo un cielo diáfano. Salieron Los Lions liderados por Bill Harrison, el apuesto hijo del acaudalado empresario del condado y luego Los Tigers cuyo capitán era Tom Avery, ganador afroamericano de la beca otorgada por la Universidad local al mejor promedio de la promoción.
El partido fue
electrizante, también se jugaba muy duro. En un momento Bill rodó por una
zancadilla, le costó levantarse mareado sangrando bajo el casco. Rechazó que lo
acompañaran e hizo señas que continuaran el partido. Se dirigió al vestuario,
se estaba lavando la cara cuando entró Tom. Lo ayudó a sentarse, le ofreció
agua y le puso un apósito. Las manos morenas temblaron cuando tocaron el suave
cabello rubio, Bill sintió una descarga eléctrica por el contacto. Se miraron
largamente y ambos susurraron: ¡Imposible!
Pasaron diez años. Bill
Harrison, heredero de un exitoso grupo empresarial era conocido en el ámbito
económico tanto como en el social. Los fotógrafos competían por obtener
instantáneas del apuesto joven acompañado por la celebridad del momento. El
famoso abogado Tom Avery era reconocido como defensor de los derechos humanos y
mediador en todo tipo de conflictos. Ambos hombres leían los artículos que
aparecían sobre el otro y sonreían recordando lo que no fue.
El 1 de mayo de 2016 los
obreros declararon la huelga en una de las fábricas siderúrgicas Harrison. El
sindicato mantuvo conversaciones con el patrón, pero no llegó a un acuerdo. Una
mañana Bill se encontraba en su despacho cuando la secretaria le anunció la
presencia del doctor Tom Avery. Se puso de pie para recibirlo con el corazón a
mil.
Se miró el cabello rubio con algunas hebras plateadas y lo vio entrar erguido y sonriente, advirtió unas líneas leves en su frente. Se estrecharon las manos, se abrazaron estremecidos, se miraron largamente y susurraron a la vez: “Nada es imposible”.
Nélida B. Mezzabarba de Etcheverry
F E L I C I T A C I O N E S A T O D O S !

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