La tierra los esperaba, ansiosa por recibir esas manos
dispuestas a sembrar y cosechar ilusiones.
Una nueva tierra los cobijó bajo su manto
y los acunó en noches de pena,
de sueños, de futuro.
Atrás quedaron las guerras y el hambre,
y hoy celebran la vida.
Aquellos caminos de piedra, enredados en verdes
pastos,
los esperan y reciben ya mayores.
Muchos de aquellos que recuerdan, no están:
algunos partieron al más allá, otros a otros mundos
donde también hicieron caminos nuevos.
Hoy, levantan sus cabezas, porque ven sobre ellas
el techo que sus manos construyeron.
Los caminos se dividen: hijos por aquí, nietos por
allá,
pero la planta madre aún sigue viva.
Seguirá empedrando senderos, para que los carros
rueden río abajo,
para que la sombra de aquellos sauces, siga tocando el
agua,
para que los que vendrán, los recuerden como fueron,
sólidos, aguerridos.
Y así, con el paso de la vida, los caminos se crucen,
y lleven a todos a un mismo destino.
©Silvia Vázquez
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