viernes, 18 de noviembre de 2022

Compartiendo mi libro "Aceptalo, tenés 50!"

 COMPARTO CON USTEDES EL SEGUNDO CAPITULO DE MI LIBRO. QUEDAN POQUISIMOS EJEMPLARES!

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   Los cambios


 

Vamos al lado negativo. Porque como todo, siempre hay un lado positivo, que seguro voy a encontrar.

 

Subir las escaleras al primer piso de mi casa, se convirtió en un padecimiento. Dejar cosas en los escalones para no ir y venir constantemente,  generaba un acumulamiento que, al verlo desde abajo te hace  subir si o si para acomodar todo en su lugar “por si viene alguien”.

 

Cada escalón es sinónimo de las rodillas de Flexor, el personaje de “Santa María del circo” del autor David Toscana.

 

Lo positivo: Tus articulaciones pronostican el tiempo mejor que los meteorólogos.

Los huesos crujen, y a veces arreglar el jardín es imposible, agacharse a levantar algo del piso, igual. Chicas; nos estamos poniendo …maduras.

 

Los dolores de cabeza son frecuentes. Migrañas, cefaleas, neuralgias varias, son nuestras acompañantes al caer el sol de cada día, y recurrimos a miles de posibilidades para calmarlos: medicamentos, trucos caseros, sugerencias, pero nada los alivia.

 

Aparecen los análisis extraños que nos indica el médico, cosas que jamás nos han pedido antes; glucemia basal, insulina, densitometrías, y tantas otras.

Pero cuando llegamos a los cincuenta aparecen estos males: “el mal del alma…(del almanaque)” , el “de la

montaña” (de años), el “de Franco”  (deterioro).

 

Pese a eso, me dijo el médico: “Hay dos décadas preciosas en la vida, una de los 30 a los 40 y la otra de los 40 a los 50”.

 

La ansiedad: Las mujeres de más de 50 años duplican el riesgo de padecer ansiedad con respecto a los hombres a consecuencia de los trastornos hormonales, los puestos de trabajo peor pagados y el cuidado de padres e hijos.

 

Sentimos que nadie valora nuestro trabajo: cocinamos, lavamos, y nadie se da cuenta, pero si nos sentamos en la computadora ,si miramos tele y no hicimos la cena, oh!!!

 

Siempre nosotras. ¿Por qué?

 

Según lo que leí, "Nuestra cultura duerme mal y en malas condiciones. Las prisas, madrugar periódicamente y las alteraciones por la vida social fuera de casa han modificado la regularidad del sueño

 

Dormía muy bien, pero cuando nacieron mis hijos, se hizo realidad la frase “ahora no dormís porque lloran y quieren comer de noche, después  no vas a dormir porque salen”.

 

Y es así.  Aprendí a dormir con un ojo. Si, no es que me sacaba el otro sino que estaba “medio dormida” , esperando a que ya de grandes, llegaran de madrugada.

 

 Me acostumbré con el mayor, y…creció el menor. Otra vez a dormir a medias.

 

Hoy, intento descansar pidiendo a todos los Santos conocidos y no tanto, y a cada invocación digo “que vuelva sin un rasguño”.

 

Pensar que en mi adolescencia era “ que no vuelva  borracho!” Ja.

Eso ahora sería lo menos preocupante. Y con esto no quiero decir que esté bien, solo que a lo que sucede…es nada.

 

¿Comenzamos con el tema peso?

Más allá de los 40, el cuerpo se infla, parece que hubiera extraños seres que por las noches entraran a los órganos cual exorcista y nos infectaran de grasa.

 

Ya no comemos facturas el fin de semana  porque tienen mucha harina y engordan, lo mismo que las galletitas, el chocolate, y otras tantas dulzuras que vemos en las vidrieras.

 

Las pastas, restringidas. Usar poco aceite. Evitar fiambres y grasas. Al final, no disfrutamos nada. O sí, pero a escondidas.

Un chocolate escondido cada tanto, calma la ansiedad.

 

Cuando las mujeres nos juntamos decimos “Estoy gorda”, y tu amiga te responde “ no, te ves bien”. Aunque sabemos positivamente que no es cierto, pero como es tu amiga…

 

 

En cambio, la conversación entre hombres cambia. “Amigo, estoy feo, las mujeres no me miran para nada”. Y el otro responde “Feo? No, estás horrible”. Esa sinceridad es la que nos diferencia.

 

Terminamos pensando que si un tal Trump, llegó a la presidencia de USA, también podríamos nosotras llegar

a adelgazar, y es donde nos lanzamos a dietas extraordinariamente infalibles, que finalmente fallan.

 

Dicen que con la edad viene la sabiduría, pero cuando, nos subimos a la balanza  la sabiduría pesa más de lo normal…no?

 

Raros casos contados con los dedos de una mano mantienen su peso. Pero yo hablo de mí, y de muchas sufrientes féminas que transitan esa etapa terrible donde el jean ajusta más de lo debido, donde las milanesas se alojan en la cintura, la camisa no cierra y la vendedora te dice “llevalo que cede”.

 

Sinónimo de:“gordita, dejá los postres y te va a quedar más o menos bien”. 

 

Afortunadamente y pese a que la ley de talles no se ejerce, tenemos mujeres que se

acuerdan de nosotras y confeccionan ropas XL  o XXL y más, que no parecen túnicas árabes, ni sábanas con un agujero en el medio, sino que se detienen a probar encajes, brillos y delicadezas que también queremos lucir.

 

Y ustedes dirán: “¿Por qué no bajás de peso?”. Es cierto, y tienen razón. En primer lugar, no es fácil luego de los cincuenta, a menos que, como dije antes tu cuerpo esté premiado con esa figura que  mantenés desde los 20, y además las ganas disminuyen hasta que un día ves que nada te entra, que parecés un tanque y al menos lo intentás.

 Durará lo que dure, tal vez meses, o semanas o días, dependiendo de la voluntad.

 

Caminar es agotador. Excusa tras excusa para ir a un gimnasio:  “es caro”, “ no tengo ropa adecuada”, “no quiero que me den ejercicios raros”, “ no me gusta que me miren”.

 

                                      ©SILVIA VÁZQUEZ

 

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