Familias ensambladas: otra forma de recrear el amor.
Cuando en el 2011 me pidieron una opinión sobre familias ensambladas, dije que iba a averiguar de qué se trataba porque, hasta ese momento, yo asociaba la idea de un ensamble con la música, ya sea la música clásica, el jazz, el folklore o tango. Sin embargo, si un ensamble es un grupo de músicos, que se juntan para mezclar instrumentos musicales de diferentes familias (cuerdas, vientos, percusión), bien podemos pensar en qué es lo que sucede con una familia ensamblada, en la que, cada persona “suena”, como un instrumento distinto.
Treinta años atrás, cuando los padres de alguno de los compañeros de mis hijos se separaban, era una catástrofe. Hoy, ya son mayoría los chicos que forman parte de una familia ensamblada, familia que intenta integrar a los hijos anteriores de cada pareja a una nueva dinámica.
Desde el momento en que dos personas arman una nueva pareja, hay más personas involucradas en la convivencia, siendo los niños los más afectados por el cambio. Cuánto más chicos son los hijos es más sencillo el ensamble pero, cuando hay adolescentes, la situación se complica. Por otra parte, hay tener subrayar que son los esposos lo que se divorcian, no los padres.
Lo que relata el cine sobre las parejas ensambladas
“Los tuyos, los míos y los nuestros”(1968), es película estadounidense interpretada por Henry Fonda y Lucille Ball, dirigida por Melville Shavelson que relata la historia de una mujer viuda, con ocho hijos, que se enamora de un oficial de la marina, viudo, con diez hijos. Al formar una enorme familia, cada uno deberá enfrentarse con los problemas que puede acarrear una familia tan numerosa. En el 2005, se hizo una remake mostrando a la pareja “ensamblándose” luego de respectivos divorcios (en la anterior eran viudos), en la que los problemas de convivencia y respeto mutuo no tenían la dimensión de la película original pero quizás, la más reciente se acerca inexorablemente a lo actual.
Y ¿a qué me refiero al hablar de lo actual? Los seres humanos no han renunciado a convivir y reproducirse y, los que resuelven no casarse, no por eso renuncian a la vida en pareja ni a compartir un hogar. Coincido con Santiago Kovadloff, “no se aspira al aislamiento sino a la convivencia, sea ésta la que fuere y con quien fuere”. Coincido con el filósofo, en que “Occidente sufre una formidable anemia moral. El auge del hedonismo y del individualismo ha alentado el desprecio por los deberes más elementales”. Por otra parte, debemos tener en cuenta el hecho de que la mujer es hoy más autónoma, y lo que esto puede significar para ella y para los hijos.
El amor en las familias ensambladas
En los últimos años, la vida familiar cambió tanto y tan drásticamente que no deja de desconcertarnos. La familia tipo, mamá y papá con sus hijos bajo el mismo techo se desdibuja, dando lugar a la llamada la familia posmoderna con la consiguiente inestabilidad de los vínculos. Como dije anteriormente, los más vulnerables son los niños y los jóvenes. Estos últimos, al encontrarse inmersos en una nueva cultura afectiva, muchas veces marcada por vínculos contingentes o casuales, alejados del amor, además de que, por falta de presencia de los padres, terminan estando más horas frente a las pantallas televisivas o digitales, que junto a sus progenitores.
Pese a ello, no estoy de acuerdo con hablar de crisis del modelo tradicional, sino de que ciertas transformaciones afectan directamente a los lazos familiares, transformaciones no necesariamente patológicas, pero que, muchas veces, conllevan patologías, desvíos en estas épocas en las que todo vale además de caer en el riesgo del prejuicio del desprejuicio.
Los mismos adolescentes se quejan de que los padres, especialmente la madre, al estar demasiado tiempo fuera de la casa, los dejan solos, siendo los mismos padres los que tienen conductas marcadas por la falta de parámetros.
Por otra parte, la falta de respeto mutuo, que se observa en algunas parejas, afecta no sólo a los integrantes de la pareja sino a los hijos. Los padres no parecen darse cuenta de que cuando se descalifica al otro o se lo insulta, quien lo hace también se lo dice a sí mismo porque es el que hizo esa elección.
Desde hace poco tiempo, parejas o familias que, al estar integrando nuevas uniones con hijos de matrimonios anteriores, es frecuente escucharlos decir que, a pesar del amor que los une, no logran organizar la familia y se repiten frases como: “Somos una familia atípica...”; “Todos estamos haciendo un gran esfuerzo...”; “Los límites los tiene que poner él porque es el padre...”; “No me gusta que crea que no quiero a sus hijos...”; “No sé cuál es mi lugar...”.
Lo que es dicho de esta manera, nos lleva a lo que trabajamos respecto del duelo: la tristeza por la pérdida de la familia y la presencia de otra mujer u otro hombre en el lugar de la madre o del padre. O sea, el duelo por la pérdida de ser querido por los que ya no van a estar más juntos.
Dice la psicoanalista Gloria Abadi, que algunos autores hablan de “familia instantánea” a este modo de conformar una familia, con hijos de anteriores uniones matrimoniales. Lo instantáneo, cuestiona la idea, más bien tradicional, de una pareja que proyecta sus hijos como necesarios para constituirse en una familia.
Zygmunt Bauman, en su libro “Modernidad líquida”, escribió que el término instantaneidad pese a referirse a un movimiento muy rápido y a un lapso muy breve, denota la ausencia del tiempo al mismo tiempo que excluye la posibilidad de la anticipación: la representación del tiempo como instantáneo no da lugar a la espera, a la demora y al proceso.
Si bien estas familias son producto de un proceso que dio lugar a la convivencia, en muchos casos, la vivencia de instantaneidad es el rasgo que los refleja. Los hijos de una unión anterior son, para la nueva pareja, representantes de un antes, pero, y en especial para el nuevo cónyuge, se constituyen en una familia que lo espera.
La inclusión de la nueva pareja en forma estable (con o sin convivencia) configura un nuevo modo de estar en familia. Si bien la ley de divorcio otorgó representación social a la posibilidad de disolución de una pareja y, por consiguiente, a la oportunidad de constituir nuevas uniones, resiste al cambio.
El proyecto de la “unión familiar” los confronta con hijos con los cuales conviven algunos días a la semana, medios hermanos que se instalan como nuevos rivales, una dependencia involuntaria con la organización de vida del ex cónyuge, entre otras cuestiones. Por otra parte, hay una aspiración a depositar en la institución familiar un ideal de permanencia, ideal que ni la historia ni las geografías dan cuenta de que pueda ser una realidad. Se trataría, en realidad, de la invención de otro lugar. Un lugar en el que se dé lugar a la alteridad, a las diferencias ya las coincidencias.
Son muchos los interrogantes que despiertan los nuevos modelos familiares que van constituyéndose como un rompecabezas al que han de unirse las piezas del mejor modo posible.
Leemos en el Talmud: “Ningún contrato matrimonial se hace sin discusiones” Es decir, que no es posible que no las haya en la vida de pareja. Lo que sucede es que, en estos tiempos, de mayor independencia para resolver la vida afectiva, se supone que la gente se está escuchando más a sí misma pero, en verdad, como dijo el filósofo polaco Zygmunt Bauman, el desapego en los vínculos anuncia una cultura del egoísmo que termina por debilitar los lazos sociales y, los familiares, además de la fragilidad de los sentimientos amorosos en la pareja.
Bauman expresa en su libro “Comunidad”, que “no puede haber una comunidad sin un sentido y una práctica de la responsabilidad. Y si la capacidad de carga de los puentes se mide por la fuerza de sus pilares más débiles, la solidaridad de una comunidad se mide por el bienestar y la dignidad de sus miembros más débiles”. Estas palabras pueden sernos útiles para pensar en lo que las familias, ensambladas o no, deberían reflexionar acerca de la responsabilidad de los padres para con los hijos porque, tomando las palabras del pensador, “La crueldad es crueldad se ejerza donde se ejerza y contra quien se emplee” y el abandono o postergación de los hijos porque “la vida es corta” o “hay que vivir el momento”, es, en mi parecer, una de las formas de la crueldad, porque el des-amor es una expresión de la crueldad.
Quiero aclarar que no todas las familias ensambladas proceden de esa manera. Muchos constituyen nuevas familias que logran entre sí, una comunicación basada no sólo en la consideración por el otro sino en intentar lograr, pese al dolor y el desconcierto inicial, la mejor armonía posible. Es decir, un buen “ensamble”, que en música significa aprender a tocar junto con otros músicos, desarrollando la capacidad de escuchar y no sólo "oír" y de comprender los diferentes códigos establecidos.
Cuando el matrimonio por amor es un logro de la libertad
Como vemos, pese a lo nombrado como el fin de las idelogías o de la historia, la familia sigue teniendo su lugar. La psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco, dice que se pregunta por qué ahora, después de décadas de cuestionamientos y críticas virulentas, la familia, en su versión de comienzos del siglo pasado, vuelve a ser aquel lugar en el que todos quieren ser incluidos.
En lo personal, considero el matrimonio por amor como un logro de la libertad.
En “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud señaló que el ser humano “toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado”. El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.
Para el judaísmo, como para las religiones en general, la familia es su núcleo básico porque es la garantía de su identidad y de la transmisión de sus valores. Pero hay otra cuestión propia del pensamiento judío y es que, cuando el amor se termina, el divorcio es una solución.
Quiero concluir con estas dos frases de Borges:
“El tiempo se puede enfermar cuando viene el aburrimiento en la pareja. Si enfermase el tiempo entre los dos, el beso no sería lo mismo, el beso no sabría qué hacer, a qué boca fresca mi beso besaría si enfermase el tiempo”.
Con esta otra frase de Borges
"Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo".
Y con este pensamiento de Hermann Keyserling
“Todos los pueblos hostiles a la familia han terminado, tarde o temprano, por un empobrecimiento del alma”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y poeta.
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