Era tan gracioso que el solo verlo aparecer ya
iluminaba mi cara con una sonrisa enorme.
Había sido habitante de la casa mucho tiempo atrás, pero
nunca lo supe hasta ese día.
En realidad, eso de creer en duendes y hadas no era lo
mío. Una mujer tan pensante y realista no podía siquiera imaginar esas cosas.
Era habitual que comprara imágenes de duendes y hadas, pero por simple
diversión, y quedaban lindas sobre los
muebles o colgadas de las arcadas de casa.
Jamás imaginé que llegaría a ser tan “creyente” de
estos diminutos personajes hasta que lo conocí a él, hace un año atrás.
Hacía mucho calor, el ventilador de techo ya no daba
abasto a cubrir mis necesidades y decidí trasladarme al otro cuarto,
deshabitado desde que Juli había partido.
Vivo sola, acompañada por sus fotos, desparramadas por
toda la casa, de mi perra Luna y de alguna que otra calandria que deambulaba en
el jardín en búsqueda de lombricitas para llevarle a sus crías en el nuevo nido
construido entre las ramas de la camelia.
El tema preocupante por la noche eran los ruidos. Nunca
me acostumbré a dormir de un tirón. Además de miedosa era insomne, desde hacía
un par de años. Me despertaba por cualquier cosa.
Aquel día, además del calor, había un sonido que venía escuchando desde hacía una semana.
Ni bien apoyaba la cabeza en la almohada, un crujido detrás
del mueble de roble del dormitorio me despertaba. Me sentaba en la cama,
intentaba escuchar con atención, con la luz encendida, y nada. Apagaba la luz,
apoyaba la cabeza y otra vez, el mismo
ruido.
Ya me estaba poniendo molesta por eso, y le comenté a
Miri que era una fanática de las cosas “raras” :hadas, duendes,y esa cosas que
para mi eran inexistentes en la realidad.
Ella, que siempre creyó en las fantásticas históricas,
me explicó que en algunas casas habitaban pequeños seres que a veces, eran
buena compañía y otras por el contrario, eran provocadores de pesadillas y molestias
nocturnas.
Cuando corté el teléfono, me quedé pensando en todo lo
que me dijo. Tendría que hacerme a la idea que realmente existían esos
diminutos seres, de estatura mediana, de carácter susceptible y de costumbres
nocturnas.
Ahí me cayó la ficha. Nocturnas…mmm ¿podría ser que
hubiera un duende en el cuarto?
Me reía de mi misma
pensando esas cosas, pero aquella situación me estaba intrigando un poco. Si lo
contaba me iban a decir que estaba loca . El tema es que esos raros y
repetitivos sonidos nocturnos, se sumaba al a extraña desaparición de objetos
dentro de la casa. ¿A usted no le ha pasado de dejar guardado algo y cuando lo
fue a buscar no estaba? Seguramente aparecía unos días después , justo en el
mismo lugar donde había estado buscándolo.
Muy a pesar de las extrañas respuestas que obtendría,
volví a preguntarle a Miri, que tenía una pequeña biblioteca “duendenesca” como
yo le decía. Me volvió a decir que existían, obviamente más convencida que yo,
aunque a esa altura, creo que me estaba autoconvenciendo.
¿Usted no escucha crujir los muebles en plena noche?
Yo sentía que alguien andaba corriendo por atrás de las macetas y acurrucándose
en los rincones. Así que ya era tiempo de averiguar quien o quienes eran esos
extraños personajes de una vez por todas.
La mañana soleada me invitó a salir al patio e iniciar
la tarea de regar las plantas y tender la ropa que había lavado temprano.
Detrás de un incipiente brote de azalea, comida por
las hormigas, estaba el anillo azul que había buscado anoche.
Cuando me agaché a verlo, escuché una risita traviesa
que disparaba para el otro lado del patio. No había dudas, lo que había leído
sobre ellos era cierto. Esperaba a la noche para que apareciera el extraño
personaje y que se hiciera visible. La caída del sol me había dispuesto a
esperar, y nadie iba a impedírmelo.
Preparé sobre la mesa, algunos dulces que tenía
guardados en el cajón de mi mesita de luz, para saciar mi ansiedad cuando
extrañaba a Juli.
Los puse sobre la mesa de la cocina, apagué la luz y
esperé.
Un rato después, la mesa vibró un poco y se oyó el
ruido del papel del caramelo.
Encendí la luz. No hizo a tiempo a escapar. Esa vez lo
ví, ahí parado, temblando ante mi presencia, y con cara de susto.
Tenía los ojos enormes, pero brillantes. Una mirada
tierna a pesar del miedo. Las orejas eran puntiagudas y bastante más grandes de
lo normal. Vestía algo así como un
camisón largo, con puntas en el borde, de color azul, y un sombrero con una
hebilla negra en la parte de adelante.
Se quedó inmóvil, mirándome. Acerqué mi cara a su
cuerpo diminuto, apenas podía escucharlo. Tenía los brazos extremadamente
flacos y largos, y los dedos parecían ramitas de árboles recién plantados. No
llevaba calzado, a pesar que ya estaba haciendo un poco de frío.
-
Por favor, no me lastimes, dijo . No quiero hacerte
daño. Solo quería divertirme. Sabía que esto iba a salir mal, y eso que él me
lo advirtió. ¡Qué tonto soy! ¡Qué tonto soy! , decía mientras se golpeaba la
cabeza con su puñito diminuto.
-
No te golpees, nadie te va a hacer daño. Solamente
Quería verte, sabía que algo había escondido por ahí, y lo descubrí…por fin.
Tuve que acercarme mucho a su carita para que su voz se escuche clara. Sonaba
infantil y aguda, al mismo tiempo dulce.
Creo que estaba más asustado que yo, el pobrecito.
-
¿Quién es el que te advirtió que esto pasaría?, ¿Alguien te acompaña?
-
No,no, nadie. Y mientras decía esto, se hacía hacia
atrás, como escapando.
-
Mirá, no te preocupes, yo no pienso hacerte daño. Lo
que me gustaría saber es quien sos y cómo apareciste en mi casa. ¿Sabés? Nunca
creí en duendes, pero se ve que estaba equivocada.
Me miró de arriba abajo, estudiando cada movimiento de
mi boca y de mis manos. Se
Acercó muy despacio hacia mí y se sentó en el borde de
la mesa, con las piernitas colgando, y los brazos cruzados.
-
Me parece que puedo confiar en vos, me dijo. A pesar de haberte estado observando
durante un tiempo, nunca estamos totalmente seguros que la persona de la casa
sea tan confiable como para no matarnos de un escobazo como hacen con las
pobres cucarachas o las hormigas. En este caso – y se rascó la nariz- me huele
a que sos inofensiva.
Siempre tenemos una misión. No vamos y venimos por nada. ¿Sabés
algo?
Estoy feliz que me hayan encomendado
acompañarte. Se que estás muy sola y
necesitás compañía, lo que quiero saber es si me aceptás. En caso de aceptarme, hacemos el pacto y listo. Tenés que
estar muy segura, porque es para
siempre.
Y mientras decía “para
siempre” cruzaba sus deditos largos sobre su boca, como un juramento.
Vivimos juntos hasta
hace muy poco. Como a los duendes hay que ponerles un nombre (ya que no vienen
con el nombre, como los humanos), decidí llamarlo Ale.
Me acompañó en mis días
tristes y en mis pocos días alegres. Compartimos los caramelos mientras
mirábamos películas cómicas que terminaban muy de madrugada. Me esperaba escondido
detrás del macetón del patio, cuando salía el sol. Y como le gustaba jugar con
mi pelo, algunas mañanas amanecía con unos extraños peinados, que me costaba
desenredar.
Aprendió a tomar mate,
a poner el mantel (eso si que le costaba un poco). Encendía la tele y hasta
podía colocar las películas en el reproductor de CD, con bastante esfuerzo, ya
que eran tan grandes como él.
Un domingo de
septiembre, abrí los ojos de repente. Alrededor de mi cama estaban mis amigos.
Algunos con lágrimas en los ojos, otros sonriendo. No entendía qué estaba
pasando. Intenté incorporarme pero no pude.
- No te levantes, me
dijeron. Tenés que cuidarte. Fueron muchos meses, Ana, pero por fin
despertaste.
Levanté la almohada. Deslicé la mano por abajo, buscando. No había nadie ahí.
Cerré los ojos y me dormí de nuevo. A lo mejor detrás
del macetón aparecía Ale para tomar unos ricos matecitos.
©Silvia Vázquez
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