Gallito ciego
Me animo y entro.
Le hago frente a la oscuridad
y al olor a aserrín
que perdura en mi olfato
desde niña.
Una tela de araña conserva
el sonido de la madera seca.
Tanteo.
Como si jugara al gallito ciego:
lo oculto y húmedo
en un escenario inventado,
sola.
Tanteo.
Aquí está,
Con su cuerpo de aluminio frío,
reconozco su contorno
repleta de cola seca:
la ollita de mi última batería de cocina.
Pasaron muchos reyes magos
desde que la adultez despertara
a mi adolescencia dormida.
Me emociona saber que la guardaste
¿Para pegar pedazos rotos?
¿Para unir pedazos nuevos?
Una lágrima chorrea por la cola seca,
rozo sus costados fríos y aboyados
por el tiempo.
Sus asas brillan como antaño y
perduran equidistantes,
incólume ante tus pinceladas de carpintero,
también equidistantes, paralelas.
Tanteo.
Esa cola pegada, reseca, lisa
que guarda en mi ollita de niña,
el recuerdo de tus manos,
deslizando el pincel por la madera,
como los dedos en el piano de tu nieto:
Armonía, ritmo, danza.
Tanteo.
Y te escucho silbando;
tu cuerpo va y viene
entre la ollita de mi niñez
y la madera sin astillas.
¡Huelo el olor a cola y aserrín!
¿Estás ahí?
Tanteo.
Me saqué la venda de los ojos
hace rato, pero no esperaste.
Te busco en cada esquina
de tu primer galpón.
Reconozco tu olor en un martillo,
en la garlopa y
en el metro, para que todo sea…
equidistante.
Tanteo.
Tus manos en el mate y la pava
repletos de polvo, porque nadie
entra por miedo a robar tus huellas.
¡Qué chiste, el miedo a robar tus huellas
que son la impronta de tu legado y estirpe:
ejemplo y fuerza,
en tu columna destruida por el peso
de niño, adolescente, hombre!
¡Qué chiste guardar mi ollita de aluminio, querido viejo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario