viernes, 13 de junio de 2025

Cuento: Cuentos con café, del libro con el mismo nombre. ¡Pronto novedades!

 Festejando el día del escritor, un cuento, de uno de tantos lugares donde he escrito historias...

Cuentos con café

 


La chaqueta que llevo puesta tiene grabado mi nombre. “Genaro”, dice. Y es la que uso todos los días para trabajar. Desde hace más de cuarenta años continúo con el mismo modelo. Claro que la renuevo cada tanto, porque no hay lugar más propicio para las manchas que un café. Ahí es donde trabajo. El mismo café de siempre.

 

Imagínense las caras que he visto por tantos años, caras conocidas y no tanto, desconocidas que vuelven o que no vuelven jamás, gente de paso que le dicen. Caras tristes, felices, amargas, pensativas, somnolientas, preocupadas…

 

Creo que conozco a la gente solamente mirándoles la cara. Se sientan a una mesa, piden un café y sé qué les pasa, aunque no abran la boca.

 

Solo con verles la mirada es suficiente. Recuerdo una vez allá por los ochenta que entró un hombre armado y flor de susto nos llevamos. Pensamos que nos iba a asaltar, y creo que hubiera sido mejor, que pregonar que iba a matarse ahí mismo, delante de todos.

 

Policía, y hasta bomberos tuvimos que llamar, porque no hizo caso a los pedidos, súplicas diría yo, del dueño y mías, para que se sentara y tomara un poco de agua para calmarse.

 

Tantas historias puedo contar, tantos días diferentes. No hay uno igual al otro. No entiendo a aquellos que dicen que su trabajo es monótono.

Acá es al revés, jamás un día es igual a otro.

Ya les dije mi nombre. El lugar donde trabajo no se los voy a decir, por razones que no vienen al caso, pero seguramente cuando vayan leyendo las historias se darán cuenta.

 

Al principio de mis veinte, comencé como lavacopas. No sabía hacer otra cosa y eso me permitía el menos llevar unos pesos a la casa, que de ninguna manera sobraban, por el contrario, sumados a los que el viejo cobraba, hacían un montoncito más apetecible.

 

Siempre quise aprender. Siempre fui curioso. Miraba y prestaba atención a todo. A todos. A cada movimiento del bar, a cada entrega de mercadería, a cada factura, a cada proveedor.

 

Así, de a poco me metí en este rubro, del cual me enorgullezco. Si bien es complicado por los horarios, después de tanto tiempo me acostumbré, a llegar a casa tarde, trabajar los feriados, domingo por medio, Fiestas de Navidad y Año Nuevo y algún que otro día de huelgas. Esos son los más complicados, porque hay tanto lío en la calle que no se sabe nunca cómo van a terminar.

 

Mis clientes me conocen, pero los conozco yo más a ellos, no sé si se habrán dado cuenta. Escucho sus problemas, a los que a veces hasta les doy alguna sugerencia, pero no se los soluciono. Ellos me escuchan y se quedan pensando. Eso significa que mi palabra les sirve.

 

 ©Silvia Vázquez

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