Festejando el día del escritor, un cuento, de uno de tantos lugares donde he escrito historias...
Cuentos con café
La chaqueta que llevo puesta
tiene grabado mi nombre. “Genaro”, dice. Y es la que uso todos los días para
trabajar. Desde hace más de cuarenta años continúo con el mismo modelo. Claro
que la renuevo cada tanto, porque no hay lugar más propicio para las manchas
que un café. Ahí es donde trabajo. El mismo café de siempre.
Imagínense las caras que he
visto por tantos años, caras conocidas y no tanto, desconocidas que vuelven o
que no vuelven jamás, gente de paso que le dicen. Caras tristes, felices,
amargas, pensativas, somnolientas, preocupadas…
Creo que conozco a la gente
solamente mirándoles la cara. Se sientan a una mesa, piden un café y sé qué les
pasa, aunque no abran la boca.
Solo con verles la mirada es
suficiente. Recuerdo una vez allá por los ochenta que entró un hombre armado y
flor de susto nos llevamos. Pensamos que nos iba a asaltar, y creo que hubiera
sido mejor, que pregonar que iba a matarse ahí mismo, delante de todos.
Policía, y hasta bomberos
tuvimos que llamar, porque no hizo caso a los pedidos, súplicas diría yo, del
dueño y mías, para que se sentara y tomara un poco de agua para calmarse.
Tantas historias puedo contar,
tantos días diferentes. No hay uno igual al otro. No entiendo a aquellos que
dicen que su trabajo es monótono.
Acá es al revés, jamás un día es
igual a otro.
Ya les dije mi nombre. El lugar
donde trabajo no se los voy a decir, por razones que no vienen al caso, pero
seguramente cuando vayan leyendo las historias se darán cuenta.
Al principio de mis veinte,
comencé como lavacopas. No sabía hacer otra cosa y eso me permitía el menos
llevar unos pesos a la casa, que de ninguna manera sobraban, por el contrario,
sumados a los que el viejo cobraba, hacían un montoncito más apetecible.
Siempre quise aprender. Siempre
fui curioso. Miraba y prestaba atención a todo. A todos. A cada movimiento del
bar, a cada entrega de mercadería, a cada factura, a cada proveedor.
Así, de a poco me metí en este
rubro, del cual me enorgullezco. Si bien es complicado por los horarios,
después de tanto tiempo me acostumbré, a llegar a casa tarde, trabajar los
feriados, domingo por medio, Fiestas de Navidad y Año Nuevo y algún que otro
día de huelgas. Esos son los más complicados, porque hay tanto lío en la calle
que no se sabe nunca cómo van a terminar.
Mis clientes me conocen, pero
los conozco yo más a ellos, no sé si se habrán dado cuenta. Escucho sus
problemas, a los que a veces hasta les doy alguna sugerencia, pero no se los
soluciono. Ellos me escuchan y se quedan pensando. Eso significa que mi palabra
les sirve.

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