viernes, 27 de junio de 2025

Escritora invitada: Cristina Villi- De su libro "Del otro lado del océano y otros cuentos" - Medias con corazones (última parte)

 Medias con corazones (tercera parte)


Los expositores, según puedo ver en la pantalla, son las eminencias máximas de psiquiatría infantil de la actualidad. Me proponen exponer el trabajo presentado sobre mi especialidad de estrés postraumático en niños y adolescentes. Todo un reconocimiento.

-No puedo perder esta oportunidad  - pienso emocionada.


Hablo con el director del hospital al mediodía. Muestra buena disposición. Me recuerda que tendré que cambiar los turnos asignados y reprogramar las clases. Veo con entusiasmo que las cosas se van encaminando con facilidad. Al fin y al cabo sólo serán nueve días contando los dos del viaje. Miro la agenda sobre el escritorio. También debo ocuparme de mis pacientes particulares. Tengo unos minutos para contarle a Ignacio la noticia en el bar del hospital. Se alegra por mí aunque dice que me va a extrañar demasiado. 


La vorágine de las jornadas previas al viaje me atrapa y recién puedo relajarme durante el vuelo en avión. Duermo profundamente y me despierto poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Barajas.


Madrid vibra con un sol radiante que anuncia el verano. El contraste con los días grises y fríos de Buenos Aires es fuerte. 


Una vez registrada en el hotel decido ir a dar un paseo. Tengo la tarde libre y el clima agradable me invita a caminar. Sentada en un café de la Gran Vía me dedico a observar a mi alrededor. Disfruto de la placidez de este domingo. De la belleza de los monumentos, de las fuentes, de las calles arboladas. La ciudad me está dando la bienvenida. Sin embargo, las pocas personas con las que me cruzo en las calles van con cierta prisa, con rostros serios..

 El infierno vivido en la estación de Atocha tres meses atrás, seguramente debe haber dejado marcas profundas en cada uno de ellos. Tantas muertes inocentes, tanta destrucción de un momento para el otro. Tanta violencia irracional desatada en un lugar ajeno a semejante grado de locura.


-Una nación que ha vivido una guerra en su pasado debe tener el poder de la resiliencia marcada a fuego. La fuerza necesaria para seguir adelante, a pesar de todo - reflexiono mientras camino por el Paseo de la Castellana.


Pienso en los niños. Son ellos siempre los que más me conmueven. 


-Tratar de que superen los traumas provocados por este mundo implacable es todo un desafío - me digo a mí misma mientras camino de regreso al hotel.


Antes de dormirme lo llamo a Ignacio. Hablamos un buen rato. Me cuenta que Mariángeles no se había sentido bien ese domingo y por eso se quedaron en casa. Seguía con unas líneas de fiebre y estaba muy decaída.


 Lo noto preocupado. Me dice cuánto me extraña al terminar la conversación.


El congreso me absorbe por completo durante los días siguientes. Charlas, videos, distintas conferencias. Expongo el trabajo presentado el año anterior. Lo sufrido en Madrid en el terrible atentado hace que mis propuestas sobre cómo abordar los síntomas más frecuentes del estrés postraumático en niños despierten mayor atención en el auditorio.

El ritmo del simposio es agotador pero sumamente interesante. De noche leo el material de la jornada. Comparto un par de almuerzos con colegas. 


Como no había llevado suficiente ropa decido salir de compras por la ciudad. En un par de días sería el cierre de la convención y esa noche habría una fiesta de despedida a la que debía asistir.


 No me había podido comunicar con Ignacio durante los dos últimos días y estaba preocupada.


Al día siguiente me convocan de manera imprevista a una reunión con los directores del Instituto. Me informan que había sido seleccionada junto con otros dos psiquiatras latinoamericanos para una beca de estudio por un año. De aceptarla, formaría parte del equipo de investigación dedicado a mi especialidad y además trabajaría durante ese tiempo en el Hospital General Universitario de Madrid capacitando al personal a mi cargo. Me instalaría en un departamento para becarios cerca del hospital y tendría una asignación mensual para cubrir mis gastos.


 Lo que había estado esperando desde siempre. La posibilidad de seguir trabajando desde otra perspectiva, investigar, publicar mis trabajos, estar en contacto con los psiquiatras más prestigiosos a nivel mundial. Una oportunidad única para mi carrera. 


Vuelvo caminando hasta el hotel mientras pienso en lo que me acaban de proponer. La respuesta debía darla al día siguiente, la última jornada del congreso.

Al entrar al cuarto escucho el sonido del celular. Me precipito apurada a buscarlo en mi cartera.


-¡Ignacio! ¡Por fin! ¡Intenté llamarte varias veces! ¿Estás bien?-


-Es Mariángeles amor, empeoró en estos días.Tuve que internarla, tiene neumonía bilateral. Por ahora no responde a los antibióticos, le están dando oxígeno -


Le hago algunas preguntas, trato de tranquilizarlo. Es poco lo que puedo hacer estando lejos. Sólo calmar su angustia de padre. Otros profesionales atienden a su hija. Yo sólo intento escucharlo. Nos despedimos con pocas palabras. 


Esta noche no logro conciliar el sueño. Demasiado en qué pensar. Por supuesto no le mencioné lo de la beca a Ignacio. No era el momento.


 Tengo que tomar una decisión. Debo dar mi respuesta en unas horas.

 Un año por delante de estudio y trabajo en España, además de la posibilidad de viajar por otros países de Europa… 


- No creo que tenga otra oportunidad como ésta en mi vida. No puedo rechazarla. Ignacio va a entenderme. Es un hombre muy comprensivo. Mariángeles va a mejorar, todo va a estar bien y un año pasa muy rápido - evalúo con objetividad a lo largo de la madrugada.

.


-Un año puede pasar muy rápido o ser una eternidad - pienso mientras el viento me agita con fuerza el pelo en la cubierta del velero.



Miro de reojo a mi costado. Mariángeles sonríe envuelta en su campera con capucha y se aprieta contra mí. Vamos las dos tomadas de la mano, sentadas detrás de Ignacio, que cada tanto gira la cabeza para observarnos. 


El barco se desliza con suavidad sobre las aguas del río en esta templada mañana de octubre. Es nuestra salida habitual de los sábados. Mariángeles le está perdiendo de a poco el miedo a navegar. Y comienza a disfrutarlo. Por ahora acepta ir, sólo si yo voy también. La neumonía le dejó algunas secuelas. Intentamos con Ignacio que sus defensas altas la mantengan sana. La alegría de compartir nuestro amor con ella es parte esencial de este propósito.


Quiero a este hombre con todo mi corazón y también a su hija. No me arrepiento de la decisión tomada el año pasado. Estar tan cerca del dolor en Madrid me ayudó a darme cuenta. Fue allí, pero podría haber sido en cualquier otro sitio del planeta. 


Reconocer que todo puede cambiar de un instante para el otro y en la vida, cada minuto cuenta fue lo más valioso que aprendí durante mi viaje. Lo tengo bien grabado en el corazón y en la memoria. 


Mi profesión sigue siendo el motor de mi existencia. Pero me animo a caminar por primera vez, por un terreno que me vuelve vulnerable, como a todos los demás seres humanos.


 Mariángeles se encarga de recordarme el valor de vivir un nuevo día como un regalo. Cada momento compartido con ella y con Ignacio es especial y único.


 Un camino que vamos recorriendo de a poco los tres y en él no faltan las medias con corazones.



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