Medias con corazones (segunda parte)
Mariángeles es una criatura adorable. Me muestra sus muñecas, su casa de las barbies,
todos sus tesoros. Me habla con dulzura. Se ríe a cada rato, me toca con sus manos gorditas.
Me hace preguntas sencillas y yo se las respondo. Me emociono al escuchar sus comentarios
simples sobre las cosas más trascendentes de la vida. Como cuando dice que su mamá está
en el cielo y desde allí la cuida para que no le pase nada.
Me cuenta que le encanta ir al colegio. A sus diez años ya sabe que su mejor amigo va a ser
u novio cuando sean grandes. Comenta que su papá no cocina muy bien, pero está
aprendiendo.
- Él me repite siempre que cuando alguien quiere aprender algo, es muy importante alentarlo-
dice en tono serio.
-¡La que sí me hace comidas ricas y tortas es mi abuela Adela, que vive en el campo con
el abuelo Antonio! - mientras empieza a saltar de alegría sobre su cama.
-¡Qué lindas! - le digo al descubrir las medias con ositos que lleva puestas.
-¡Sí, me encantan! ¡Le elijo las mismas a mi papá! ¡Las de corazones también me gustan
mucho!- agrega riéndose.
Después de la cena, Mariángeles se va a dormir. Ignacio se ocupa de que se haya lavado
los dientes y puesto el camisón. Esa noche no habrá lectura de cuentos. Hay que atender
a la visita.
-Me gusta mucho tu amiga, papi, tiene el pelo oscuro y largo y ojos verdes, como ella - le
expresa sonriendo antes de quedarse dormida con su barbie favorita en la mano.
Esa noche apenas tenemos un breve tiempo para charlar antes de despedirnos. Al día
siguiente Ignacio tiene programada una cirugía compleja y yo, una lista de pacientes por
atender. Sin embargo, esos escasos minutos nos alcanzan para descubrir que queremos
prolongar el tiempo juntos.
Durante las dos semanas siguientes sólo compartimos un par de cafés en el bar del hospital.
Por fin nos llega la posibilidad de tener un fin de semana solos. Los abuelos de Mariángeles
iban a buscarla ese viernes por la tarde para llevarla al campo, tal como lo hacían una vez
por mes.
-¿Te gusta navegar?- me pregunta Ignacio..
- No sé, nunca lo hice, no sé si es lo mío - le respondo un poco inquieta.
- Bueno, siempre hay una primera vez para todo - contesta mirándome con picardía.
No puedo resistirme a esos ojos marrón claro, a su sonrisa, a sus manos de dedos largos
que sostienen las mías.
-Te busco mañana a las diez por tu casa ¡en zapatillas! - agrega apurado cuando advierte
que le vibra el llamador.
Me quedo sentada un rato en mi consultorio, reflexionando. Para Ignacio todo es simple.
Ya puedo descubrir cuando algo le preocupa y arruga la frente o cuando está contento.
Es fuerte y tierno a la vez. Pero no sé si estoy lista para algo más. De pronto me asalta mi
antigua inseguridad.
-¿Y si no le gusto? ¿Y si no me gusta a mí? ¿Y si me gusta demasiado? ¿Hasta dónde estoy
dispuesta a compartir mi vida con este hombre y con su hija?- analizo con cierta ansiedad.
- Es probable que me esté enamorando y no quiera aceptarlo … -
-¿Por qué le doy tantas vueltas al asunto en lugar de pensar de manera práctica en qué voy
a llevar mañana y listo?- decido por fin.
Miro el reloj de la pared.
-Se acabó la pausa, doctora Laurenti. Sus pacientes la esperan - mi voz interior me trae
rápidamente a la realidad.
Al día siguiente el sol brilla con fuerza sobre las aguas del río. Las vuelve doradas. El viento
infla las velas y el velero se desliza en un ritmo parejo contra las olas suaves. Ignacio parece
ser un timonel experimentado. Se nota que le causa un gran placer navegar a río abierto.
Sonríe con el pelo castaño alborotado mientras guía el barco con precisión. Me acerco a él.
Con su brazo libre me sujeta firme por la cintura.
Como al pasar me comenta que no solían navegar mucho con Ana, su mujer, porque se
mareaba ni bien ponía un pie en la cubierta. Además, a pesar de sus esfuerzos, no había
conseguido que Mariángeles le perdiera el miedo al agua. Estuvo a punto de venderlo en
más de una oportunidad. Pero por alguna razón le había resultado imposible desprenderse
del Surmenage. Tenía debilidad por él.
Anclamos para almorzar. Estamos bastante lejos de la costa. El puerto de San Isidro es ya
un punto lejano en el horizonte. El día no puede ser más perfecto.
-¡Qué organizada sos! - exclama Ignacio al ver lo que voy acomodando sobre un mantel
desplegado entre los dos.
-¡Legado de familia! ¡La mayor de dos hermanos varones amantes de los deportes y sobre
todo, de la comida! -
- No conozco mucho tus gustos, así que aposté a la diversidad. Tarta de pollo y otra de
verdura, ensalada verde, tomates cherry, pan casero, un poco de queso … ¡Ah y agregué
a último momento un budín de limón para el café! -
-Estoy impresionado, doctora. Y yo, que sólo pensé en las bebidas... Agua, jugos y una
botella de champagne que apenas podré probar - comenta Ignacio al servirme una copa.
-Totalmente de acuerdo doctor Insúa. Usted es el conductor responsable por agua y tierra,
así que voy a tener que sacrificarme yo - le contesto sonriendo.
Comemos al sol mientras hablamos sobre nuestras vidas. Sobre sus años de facultad en
un departamento alquilado junto con su hermana menor, Verónica, quien eligió estudiar
Odontología. De cómo conoció a Ana en un congreso internacional de cirugía cardiotorácica
donde ella era traductora de inglés. Se enamoraron y casaron poco después, cuando él
terminó la especialidad. Al año nació Mariángeles. Recuerda cómo la llegada de su hija les
cambió la vida. Comenzaron a aprender distintos recursos para acompañarla en sus primeros
años. Habían tenido que internarla un par de veces por temas respiratorios. En la actualidad,
los había superado bien. Debía usar anteojos por su miopía y le controlaban el peso.
Por lo demás, crecía sana y feliz. Había sufrido mucho la pérdida de su madre, cuando tenía
cinco años. Ana tuvo un derrame cerebral estando un fin de semana en el campo, en casa de
sus padres. No hubo nada que se pudiera hacer.
-Fue muy duro, pero de a poco tuve que aceptar su ausencia y seguir adelante. Ser padre
no te da muchas opciones, te ubica rápido en el aquí y ahora - se sincera él.
- Me imagino. Qué difícil habrá sido para vos vivir el duelo de tu mujer y al mismo tiempo
tener la entera responsabilidad sobre tu hija -
- Sí, lo fue. Durante todos estos años sólo me dediqué a Mariángeles y a mi profesión.
Nunca pensé que tendría la oportunidad de querer a alguien otra vez - me confiesa de
repente mirándome a los ojos.
Conmovida por sus palabras lo abrazo. Ignacio comienza a besarme con delicadeza y
pronto da rienda suelta a toda la fuerza de su amor. Me entrego a él con una pasión
desconocida y nueva en mí. Brota con naturalidad por todos los poros de mi piel. Lo acaricio
y me dejo acariciar. Nos besamos una y otra vez. Reconocer nuestros cuerpos con todos
los sentidos es una experiencia que nos provoca placer y ternura al mismo tiempo, una paz
única.
-Que no termine este día - le digo relajada entre sus brazos, en la cucheta que compartimos,
con cierto olor a barniz marino y a velas guardadas en el tambucho.
- ¡Por todos los que vendrán! - me dice al servirme otra copa de champagne antes de
besarme otra vez.
Al atardecer el velero entra lentamente en el puerto. Ignacio maneja con cuidado el bichero
y realiza las maniobras de amarre. Se asegura de que todos los cabos hayan quedado bien
sujetos. Pronto estamos en tierra de nuevo. Poco después me deposita en el departamento.
Nos besamos en el auto por última vez antes de separarnos. Al día siguiente él se iría al
campo bien temprano, para estar el domingo con sus padres y traer a Mariángeles de regreso.
El día perfecto me deja en el aire, flotando en una nube. No sé si por efecto del movimiento
del barco durante tantas horas, por el champagne, o por haber descubierto la atracción, el
deseo, la ternura que me inspira Ignacio, todo junto y en una sola tarde compartida con él.
Empiezo a sumergirme en esta vorágine de emociones y sentimientos nuevos que me
convierten en una mujer distinta.
-¿Tengo que reconocerme apasionada a partir de ahora? ¿Siempre lo fui y no lo había
descubierto? ¿Será que uno se muestra según lo que el otro le inspire?-
-Leticia, dejá de examinar tanto la situación y disfrutá el momento- me digo finalmente a
mí misma.
Desarmo el bolso y voy a ducharme. Mientras el agua tibia me relaja por completo recuerdo
cuántas veces me reí con Ignacio de sus ocurrencias a lo largo del día.
Durante las semanas siguientes el ritmo implacable de trabajo nos da poco tiempo para
vernos. Apenas un café, una sonrisa cómplice, un beso en alguno de nuestros consultorios.
Las guardias, los pacientes nos absorben. Cada uno con sus diferentes horarios.
Esta mañana recibo un correo electrónico del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental con
sede en el Hospital General Universitario de Madrid. El año pasado les había enviado un
trabajo de investigación sobre mi campo que resultó muy elogiado y divulgado en distintas
publicaciones científicas. Seguía en contacto fluido con ellos.
Me invitan a participar de un ciclo de conferencias internacionales que se desarrollaría en
esa ciudad capital durante una semana, a mediados de junio.
(continúa la semana próxima)
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