Vejez
La palabra regresa a los labios y repite una y otra vez las
frases desdichadas.
Las mañanas hacen renacer las ganas de vivir cuando el sol
se cuela en las hendijas de la persiana de madera pesada y las plantas del
patio miran al sol desfachatadamente.
Hay que desperezarse despacio, para que no cruja cada uno de
los huesos del cuerpo, y levantarse lentamente para comenzar el día.
Pequeños quehaceres, almuerzo y una siesta relajante aunque
después de noche cueste conciliar el sueño.
Las plantas se regocijan con el agua fresca y regalan flores
de colores variados del otro lado de la ventana.
La limpieza de la casa es hábito por tiempo de sobra y la
espera del atardecer es una rutina.
Así todo el tiempo, así por semanas, meses, años, hasta que
un día cualquiera los segundos que quedaban volaron, los momentos se quejan y
resquebrajan y la palabra ya no tiene lugar.
Así, despacio, como cuando regaba las plantas y crujían los
huesos al amanecer; así despacio como la siesta de la tarde luego del almuerzo.
Así se fue, imperceptiblemente, dejando un enorme vacío en la casa.
Muchos años, muchos recuerdos, mucho trabajo sobre los
hombros. Vivir, simplemente eso, vivir.
©Silvia Vázquez

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