El abecedario no nació de golpe. Fue una invención lenta, tejida entre pueblos que buscaban atrapar el sonido con signos.
Todo comenzó hace más de 3.000 años, en las costas del Levante. Los fenicios —comerciantes incansables— crearon un alfabeto con apenas 22 signos consonánticos. Lo usaban para registrar intercambios, nombres, y distancias. Pero esa pequeña herramienta cambió el mundo.
Los griegos tomaron ese sistema y le dieron algo nuevo: las vocales. Y con eso, la escritura dejó de ser solo contable. Se volvió poética, filosófica, narrativa.
Después vinieron los romanos, que adaptaron el alfabeto griego y lo expandieron por su imperio. Esa versión —con 23 letras— es la raíz directa del alfabeto latino que usamos hoy.
A lo largo del tiempo se añadieron letras, se modificaron sonidos, se inventaron tildes, eñes, diéresis. Pero la base sigue ahí, escondida en la antigua Roma.
Todo comenzó hace más de 3.000 años, en las costas del Levante. Los fenicios —comerciantes incansables— crearon un alfabeto con apenas 22 signos consonánticos. Lo usaban para registrar intercambios, nombres, y distancias. Pero esa pequeña herramienta cambió el mundo.
Los griegos tomaron ese sistema y le dieron algo nuevo: las vocales. Y con eso, la escritura dejó de ser solo contable. Se volvió poética, filosófica, narrativa.
Después vinieron los romanos, que adaptaron el alfabeto griego y lo expandieron por su imperio. Esa versión —con 23 letras— es la raíz directa del alfabeto latino que usamos hoy.
A lo largo del tiempo se añadieron letras, se modificaron sonidos, se inventaron tildes, eñes, diéresis. Pero la base sigue ahí, escondida en la antigua Roma.
(DE LA PÁGINA POESÍA Y LITERATURA)

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