viernes, 11 de julio de 2025

Ganador de los Juegos de otoño de SADE Tres de febrero

El escritor Martín Linares fue el ganador del primer premio de los Juegos de Otoño de SADE Tres de febrero, este año. Compartimos aquí su texto:

Martín Linares


 No era un gemido


Abrí los ojos. La habitación continuaba en silencio. No quise adivinar por qué motivo

yo no había sido vendado, pero intuía que no sería un buen designio. Nada se movía,

o al menos no lo escuchaba durante mi ceguera, pero, al volver a ver, no había nadie

allí.

El recuerdo era difuso. Habían destrozado la puerta, habían llevado en andas a los

primeros caídos, habían amenazado a los que, hasta entonces, aún quedábamos en

pie. Allí, cerré los ojos. Pero ¿y después?

Un ruido como de cadenas arrastrándose hacia mí, hasta que el hálito pestilente a

tabaco y vapor de alcohol se acercó a pocos centímetros.

Quería hablarme, supongo, pero no había en su voz algún sentido lógico. Se

esforzaba por llamar mi atención. Mis ojos estaban tan apretados, que no podía

vislumbrar ni siquiera su sombra.


Aumentó su caudal. Pensé que iba a golpearme o 

quizás a sujetarme entre los brazos de cadena 

que mi oscuridad le había atribuido.

Su respiración era profunda y un estertor tan 

íntimo, tan masivo, retumbó en mis

oídos, buscando que mis párpados cedieran ante 

la amenaza.

Aquello no era un suspiro, no era un gemido, era realmente un grito. Era un grito sin

voz, sin otro canal que la desesperación, sin otro motivo que la muerte misma.

Tragué saliva y contuve la respiración para no ceder. Allí escuché los gritos, los

pedidos de socorro.

— ¡Mis ojos! —escuché casi al unísono — ¡Auxilio!

Escuché cuerpos caer inexpresivos. En silencio absoluto. Sin voluntad.

Apoyé la espalda en la pared y me libré a la fuerza de mis piernas entumecidas. Creo

que lloré. Estoy seguro de que la mucosidad cubrió mi rostro.

Un pequeño intervalo de ese gemido penetrante me hizo suponer que estaba libre y

entonces, sin abrir los ojos, lancé una patada hacia adelante buscando determinar

dónde estaba mi agresor.

Pero había cadenas sujetando mis pies, no lo sabía, por lo que decidí resistir

inamovible por el tiempo que fuera necesario.

Medusa mataba con sus ojos y los de su víctima, pensé, e intenté calmarme

evocando aquellas viejas canciones con las que la abuela solía despertarnos en la

infancia. Creo que murmuré. Estoy seguro de que mi estertor y su hálito escandaloso,

se percibían a varios metros.

Me acerqué a la figura y quise hablarle, aunque ni un sonido gutural logró escapar de

mi boca.

Todo había sido en vano. No hubo respuesta. No hubo comunicación.

Abrí los ojos. La habitación continuaba en silencio. No escuchaba nada durante mi

ceguera, pero, al volver a ver, no había nadie allí.


©Martín Linares


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