Entre canciones, mesas y silencios, “Palabras de amor”
fue mucho más que un espectáculo. Lucía D’Agostino ofreció una experiencia
íntima donde lo emocional y lo reflexivo se fundieron en escena y se
compartieron en comunidad.
En el barrio porteño de San Telmo, donde el alma de Buenos
Aires vibra entre adoquines y memorias, el viernes 27 de junio por la noche, el
mítico Taconeando se transformó en un refugio para los afectos, la memoria y
las emociones compartidas.
La velada marcó, desde el primer acorde, un tono de ternura
y profundidad con “Comienzo y final de una verde mañana”, de Pablo Milanés.
Luego, lo que comenzó a suceder allí trascendió lo musical al convertirse en
una ceremonia íntima donde las canciones fueron algo más que confesiones: un
verdadero canto al amor.
Cuando la música se volvió piel
Lucía —voz, presencia y esencia— invitó a recorrer los
matices de los lazos afectivos en sus múltiples expresiones. Su propuesta se
convirtió en un viaje hacia los confines del sentir. Afuera quedaron el frío
que hacía en la ciudad y la rutina de ese día, mientras persistía la sensación
de escucharla y estar flotando en esas notas que nacían desde una fuerza viva
que habitaba su cuerpo y alma.
Cada tema abrió la puerta a relatos e introspecciones que
resignificaron lo romántico, pasional, melancólico, nostálgico y esperanzador.
En una parte del espectáculo, Lucía invitó al público a cantar, lo que generó
una atmosfera común que llenó el espacio de voces y ánimos
compartidos. Mientras el show sucedía, el público comía, bebía y brindaba;
en las mesas se tejían miradas, cómplices y momentos que quedarían guardados
para siempre.
Entre los momentos más entrañables, Lucía
interpretó “Esos locos bajitos”, de Joan Manuel Serrat, con un mensaje que
emocionó profundamente. Fue una versión cálida, dedicada a los vínculos
familiares, que resonó con fuerza en quienes compartían la noche:
Mientras el show sucedía, el público comía, bebía y
brindaba; en las mesas se tejían miradas, cómplices y momentos que quedarían
guardados para siempre.
Sus músicos brillaron con identidad propia: Patricio
Migueles dejó que el piano hablara por él en una versión conmovedora de “11 y
6”, de Fito Páez; Alan Monserrat, percusionista, interpretó “Amor prohibido”,
de El Potro Rodrigo, con una ejecución personal llena de carisma, fuerza y
sensibilidad. En un gesto de generosidad artística, Lucía se retiró
momentáneamente para que ellos tuvieran protagonismo y pudieran desplegar su
talento. Luego volvió y abrazó nuevamente el hilo afectivo del espectáculo.
Voces que dejaron huellas
El espacio de Taconeando estuvo completo, colmado de
personas que se acercaron a compartir una noche especial. La sala rebosaba de
historias que se entrelazaban en cada pieza: había amigas, parejas, familias…
incluso un grupo celebrando los 90 años de Luis Lemes, un seguidor entrañable.
Lucía le cantó el “Feliz cumpleaños” y le dedicó una emocionante versión de
“Lucía”, de Joan Manuel Serrat, en honor a su esposa ausente, un momento que
conmovió profundamente a todos los presentes.
Durante todo el evento, las emociones estuvieron a flor de
piel: lágrimas, sonrisas y silencios que hablaron por sí solos. Al cierre se
repartió la torta del cumpleañero y se sortearon el CD de Lucía junto con su
libro Introducción al psicoanálisis y a la psicopatología
psicoanalítica. Freud - Lacan, para todos y todas, libro declarado de
interés cultural.
Gabriela Prado, espectadora conmovida, lo expresó con
dulzura: “Me sorprendió su voz, sentí la intensidad con la que transmite cada
canción. Da su vida ahí y es donde se siente feliz”. Por su parte, Miguel
Batista destacó la cercanía del encuentro: “Desde cualquier rincón se ve
perfecto. El grado de intimidad es tal que se pueden ver rodar las gotas de
sudor por las mejillas de Lucía y de sus músicos”.
Otras personas del público también se acercaron a Lucía
profundamente emocionadas. Muchos hablaron del carácter “angelado” de su voz,
una cualidad que les había conmovido por su calidez, su timbre íntimo y esa
presencia que parecía envolver el aire.
Gabriela como Miguel coincidieron en la magia: en esa
vibración sutil y poderosa que Lucía desplegaba en el escenario y que
impregnaba cada rincón. Una energía que no se explicaba, se respiraba.
Como telón final, la despedida impregnó en el aire la
certeza de que el amor había sido celebrado, al cerrarse el show con “Pero yo
sé”, como bis, tango compuesto por Azucena Maizani. Luego llegaron nuevos
bises y una interpretación emocionante de “Balada para un loco”,
que aportó un mensaje esperanzador como última nota. Lejos de hablar de la
locura, la pieza evocó la belleza de quienes verdaderamente pueden amar.
Donde el pensamiento también fue escena
Lo vivido aquella noche también ofreció reflexión. Lucía compartió con su
público la convicción de que en tiempos donde la subjetividad se fragiliza y
las conexiones humanas se erosionan, necesitamos más que pan: necesitamos
signos, palabras, reconocimiento.
Desde su mirada poética y psicoanalítica, Lucía compartió
una convicción que también respalda la investigación científica: la gratitud es
el germen del amor. Diversos autores coinciden en definirla como la fuente
primaria de la capacidad de amar; es el gesto inaugural desde el cual nacen los
vínculos genuinos entre las personas. En ese mismo tono, afirmó que el amor no
se trata de idealizar, sino de poder tolerar la falta en el otro, porque nadie
puede darnos todo, y quizá ahí radique su belleza más profunda.
Ese fue, en definitiva, el mensaje que tejió toda la
noche: reconstruirnos desde el cuidado, como hijos, como padres,
como parejas.
📅 Próxima función
La siguiente presentación de “Palabras de amor” será el sábado
2 de agosto a las 21 h, en el Espacio Cultural Julián Centeya, ubicado en Av.
San Juan 3255, CABA.
🎟️ Entrada gratuita.
📞
Para confirmar asistencia, comunicarse al 1131639119.
© El contenido de esta nota, incluyendo el título del
espectáculo y las ideas expresadas por Lucía D'Agostino, se encuentra protegido
por derechos de autor.



No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario