viernes, 12 de noviembre de 2021

Escritora invitada: Susana Grimberg

 

foto: Negocios&política

Matar por matar

“Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría.” Albert Camus

Hace un tiempo, escribí una nota que se titulaba “Matar por unas zapatillas”, pero hoy me referiré a matar por el goce de matar, como fue lo que le sucedió al kiosquero, objeto del crimen, que lo mataron tan sólo por el placer de matarlo.

Roberto Sabo, el kiosquero de 45 años asesinado el pasado domingo durante un asalto en su comercio de la localidad bonaerense de Ramos Mejía, partido de La Matanza, recibió cuatro disparos en el tórax que le provocaron la muerte, según el resultado preliminar de la autopsia.
El asesino iba en moto con su pareja, una adolescente, de 15 años, embarazada, que va a estar 180 días en un Reformatorio.

“Por favor, no me pidan la prisión perpetua. Me quiero morir”, dijo Leandro Suárez en su indagatoria ante el fiscal Medone. Tras negarse a declarar, el juez de Garantías 5 de La Matanza, Gustavo Banco, ordenó que el acusado siga formalmente detenido.

El hombre, a quien ahora le imputaron el “homicidio agravado” del comerciante, delito que prevé la pena máxima, tiene antecedentes penales: estuvo casi seis años preso por robo y hurto. y recuperó la libertad en agosto de 2020.

En tanto, la adolescente de 15 años aprehendida el lunes junto a Suárez quedó a disposición del fiscal Pablo Insúa, del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil del mismo Departamento Judicial.
En mi nota “El siglo del horror” (Revista Debate, 14-01-05), tomé la cuestión de la libertad, como esencial al discurso de estos tiempos. Jacques Lacan, en relación a ese discurso, dijo que el derecho del individuo a la autonomía es un campo indispensable para el hombre moderno pues afirma su independencia no sólo a todo amo sino también a todo dios.

Sin embargo, ¿es posible esa autonomía cuando el sujeto, desde los primeros años de vida, se estructura de una manera absolutamente dependiente de los padres creándose una ligazón que perdura a lo largo de la vida?

Tengo que insistir que insistir con que, como escribí en otras notas, es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir su deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?
Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función.

Esa función es la que pone en juego el No. El No como límite. Maravillosa prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. En eso se funda el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.

Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí mismo.

Ha dejado de ser noticia que en las escuelas haya niños o jóvenes que se comportan agresivamente, que llevan armas, que venden y consumen drogas, que roban a otros estudiantes. Tampoco sorprende que los mismos maestros y profesores hayan sido violentados, golpeados, despojados del dinero que acaban de cobrar. Pero, el hecho de matar al kiosquero, un vecino querido por mucha gente, es de una ferocidad inadmisible.

A raíz de que los hechos de violencia, vienen incrementándose desde hace algunos años, la pregunta ¿dónde están los padres?, es más que pertinente. Pareciera que los mismos padres han mostrado no sólo su impotencia al respecto sino que, en muchas situaciones, han colaborado para que ciertas situaciones se produzcan.

La violencia es hoy un componente cotidiano en nuestras vidas y sucede en todos los niveles sociales, económicos y culturales. En la institución escolar, la violencia fue agravándose pese a haber sido ocultada, negada y silenciada durante años.
Aprender a ser libres

Dije en otras oportunidades que la mejor manera de limitar a un hijo, es no ponerle límites. Los padres han confundido autoridad con autoritarismo. Lo que ha venido sucediendo desde hace más de cuarenta años, es que, por no poder decir NO, por rehusarse a reprimir, por tratarse de un acción asociada a la dictadura militar aún cuando sería necesario hacerlo, se ha ido educando de un modo tal que se han formado aprendices de dictadores.

Por temor a caer en lo autoritario, los padres se han refugiado en un “laissez faire” que los han puesto de rodillas frente a los hijos. Esa actitud, conduce, inevitablemente a la violencia. Una violencia que excede la agresividad constitutiva del sujeto.

Freud nos enseña que, en el comienzo de la vida, el odio (la más antigua de las pasiones humanas), es previo al amor. Este odio, indisociable del miedo, es esencialmente, también un miedo de sí. Miedo y odio comparten la misma raíz, y se arraigan en la fragilidad e indefensión del individuo. Esta incapacidad de elaborar este miedo y este odio respecto de sí mismo hace que se los proyecte afuera. Es más, Freud dice que lo odiado coincide con el mundo exterior porque suelen compartir lo displacentero. Por este mecanismo surge una configuración de la realidad muy particular: el mal está afuera, en el otro, siendo por esto que puede adjudicarse al otro el estado de desorden, de confusión, de desasosiego que el mismo sujeto puede sentir.

Como escribí en otras oportunidades, el ser humano se constituye como in-dividuo en un campo social. La relación madre-hijo es una masa de dos y, es por la puesta en acto de la función pater¬na, que este paraíso de completud se quiebra. Es por el No, es decir, por la prohibición del incesto dirigida tanto hacia la madre (No reintegrarás tu producto) como al hijo (no te acostarás con tu madre), que la civilización, puede ser posible. ¿Por qué? Porque posibilita el pasaje de la endogamia a la exogamia, que es el pasaje a la civilización.

Por otra parte, lo que el psicoanálisis nos ense¬ña es que con respecto a la propia muer¬te, nuestro Inconsciente descree de ella, por la imposibilidad misma de representación de la propia muerte. En esto se funda el heroísmo, pues el héroe al desdeñar el peligro, la pro¬pia muerte le es ajena, claro riesgo para los chicos de hoy. Sin embargo, que no haya representación de nuestra propia muerte, no hace que nuestro inconsciente no deje de desearla, " que se muera" y otras frases parecidas, revelan el deseo de pequeños asesinatos.

La importancia de la función paterna

En la Escuela Iniciática de Pitágoras se enseña: "Se buen hijo, justo hermano, tierno esposo y buen padre. Como amigo elige a quien lo sea también en la virtud".
Entonces, en el sujeto humano existe desde que nace un lugar para el mal, está allí, en él, y no afuera. Mal contra él mismo y contra el otro. El primero puede conducir al suicidio, que es un crimen contra sí mismo y el segundo al homicidio. Al mal que habita en el hombre, no se lo puede erradicar, solamente se lo puede apaciguar, tranquilizar.

El ser humano convive con el mal, pertenece a su naturaleza. Sin embargo, se pueden encontrar formas más armoniosas de vivir con él. Estas formas se basan en la tolerancia: respeto al otro, al distinto, al que no tiene ni el mismo color de piel, ni la misma sexualidad, e incluso, el que tiene otro lenguaje. Esto supone un gran trabajo sobre sí, una regulación interna de la relación con el mal que es constituyente.

Es importante reconocer constantemente, que los seres humanos no están hechos de una sola pieza. Una enorme virulencia los habita, y es necesario regularla. Cuando la libido se concentra en este punto de odio, el sujeto busca un chivo expiatorio: el otro, que es diferente de mí, que no me permite desarrollarme.

“Matar por matar”, pone en juego el siguiente concepto de justicia: que el otro no tenga lo que yo no tengo. Esto nada tiene que ver con la pobreza. En el país hay muchísimos pobres y no son asesinos. Los que lo son, son aquellos a los que no se les transmitieron valores, respeto por el otro, ni amor por la vida, ni la propia ni la ajena.

Y, como lo hice en otras oportunidades, quiero concluir con Deuteronomio 30, Palabras, versículo 19: "La vida y la muerte puse ante vosotros, la bendición y la maldición. Tú escogerás la vida, para que vivas tú y tú simiente...".

Esta es, en mi opinión, la ley del padre.

Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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