La ciudad nunca
me ha inspirado, lo mío tiene que ver con el suburbio, con esa franja de
barrios y pueblitos que hay mas allá del riachuelo, en el sur y quizás en el
oeste. Por eso descubrí a Glew cuando todavía era un paramo desolado, una
casita cada tanto, un hombre de a caballo, un carro, unas gallinas atravesando
la calle, picoteando entre el polvo reseco de la huella.
Pasé en Glew
una temporada de invierno, mientras pintaba paisajes en los alrededores del
pueblo, me llamó la atención esa modesta capillita. Fue ver sus paredes blancas
y decirme, caramba! Que lindo seria llenarlas de color. Por la tarde la
visitaban mujeres del pueblo para rezar. Recuerdo que dejaban sus bolsas de
mercado en la puerta y después seguían camino.
Quería
relatar la vida de Santa Ana y pensé… si el milagro se produjera aquí mismo en
Glew? Por eso el nacimiento de la virgen tiene lugar en el patio de la misma
iglesia y en lo alto del mural está la casa de los Calvo que fueron casi los
fundadores del pueblo. Hojas de plátano, gallinas, molinos, flores de cardo,
piedras del inca, rodocrositas, un ángel negro, mis hijos Diego y Daniel, el
padre Kardec, la amiga de mi mujer que me llevó allí por primera vez forman
parte de la historia de santa Ana. La gente se asombró al ver gallinas pintadas
en el interior de su santuario. El párroco Jerónimo Kardec, un joven
franciscano checoslovaco, fue el albañil de la obra; porque las pinturas están
realmente confeccionadas al fresco. Esto significa picar la pared, revocarla y
pintar con el revoque húmedo. Lo que no permite retoques, por eso hay que estar
dispuesto a pintar de nuevo si algo falla.
Recuerdo que mis hijos de 6 y 7 años me ayudaban lavando los pinceles.
He querido
dejar, a mi manera, un documento unido al poema bíblico. Vendrá el asfalto a
arrasar con huertos, molinos y carruajes; pero supongo que todas estas vidas y
estos objetos quedaran documentados en los muros de la capilla.
Trabajé
durante veintitrés veranos; al lado de la capilla había un huerto con frutales
(hoy en día hay una escuela). El padre Jerónimo me traía frutas del huerto. Yo
las iba comiendo mientras trabajaba: ciruelas al principio; luego duraznos,
peras e higos; cuando comía uvas me daba cuenta de que el trabajo
correspondiente a ese verano llegaba a su fin. También nos acompañaba el padre
Domingo, que venia a Glew en los veranos y tocaba Bach en el armonio de la
iglesia. Jerónimo me pagaba por cada mural que concluía con una gallina y una
docena de huevos frescos. Fueron los veranos más felices de mi vida. Ansiaba que llegara el siguiente para
seguir trabajando en la capilla.”
Eso contó el
maestro Raúl Soldi , agregando más tarde: “Mi amor con Glew fue tan grande
que compré una casa, donde hoy está la Fundación Santa Ana de Glew (actual
Fundación Soldi). Es una Fundación que ya lleva diez años de existencia como
Biblioteca Popular y, últimamente, como centro de alfabetización para adultos.
Nada de lo que he pintado, me ha dado tanta alegría como el ver a una señora de
setenta años que, en una de las clases de alfabetización, escribió su primera
carta a la familia radicada en Santiago del Estero. Pienso que es un poco la
obra de mi vida y gracias a mi mujer, que fue la de la idea, la hemos llevado a
cabo.”
La iglesia
mencionada, está ubicada frente a la estación de Glew, a 30 kilómetros
aproximadamente de la Ciudad de Buenos Aires.
Con respecto a
su vida, el maestro contó: “Nací el 27 de marzo de 1905 en un caserón en la
calle Sarmiento que lindaba con el Teatro Politeama.
Mi padre, Ángel,
actuaba en las compañías líricas de la época; se destacaba como violoncelista y
como intérprete de pequeños papeles en algunas operas. En ese tiempo la lírica
tenía mucho auge, como ahora el cine. Había nacido en Cremona, la ciudad
Italiana de Stradivarius, famoso fabricante de violines, primo de mi padre. Mi
tío también era Luthier. Celestina Guglielmino, mi madre, también tenía un gran
talento musical. Me hice pintor porque no pude ser cantante. Si supieran la
envidia que les tengo a las personas que cantan o tocan un instrumento.
Cuando tenía
cuatro años, mi padre me llevaba a los ensayos; retengo esa imagen del
escenario, de esa luz especial que provoca un tipo de tonos y sombras
particulares.
Unos años
después, durante mi época de colegio primario, comencé a fabricar teatritos de
títeres, movía personalmente los hilos, escribía funcionales obras de teatro y
cobraba un centavo por función.
A mis quince
años nos fuimos a vivir a Villa Crespo, donde mi padre compró un terreno y
levantó una casita. Allí empecé a pintar. Recuerdo que la primera copia que
hice fue sobre un cuadro de Quinquela Martin reproducido por Caras y Caretas.
Tenía un espacio en mi cuarto donde hacia experimentos, llegue a inventar un
teleobjetivo rudimentario.”
Santa Ana en
ese entonces estaba llena de santos de palo, y Soldi convenció al párroco de que los frescos iban
a quedar mejor. El entusiasmo de Soldi contagió al presbítero y se hicieron los
trámites correspondientes en la Curia de la Plata para pintar la iglesia, tarea
que comienza en 1953; incluso el padre Jerónimo lo ayudó. Veintitrés veranos
fue lo que el artista dedicó a esta obra. Soldi comenzaba a trabajar a las
siete de la mañana hasta que caía la tarde, alrededor de ocho horas diarias, en
un andamio rudimentario. Le producía mucho placer ese trabajo, y cuenta que a
veces venia un fraile, amigo del párroco, que era músico y poeta y mientras él
pintaba le leía poemas en voz alta y también hacía música en el órgano. Soldi
pintó a este fraile -después de su muerte- y dijo: “su rostro ha quedado
arriba, pintado en el coro, como yo lo veía, dorado por la luz cálida del
verano, en las tardes apacibles y aldeanas, cuando los seres y las cosas
parecían tocados por la gracia de Dios“.
Es un
rectángulo severo de 23 metros de largo por 8 de ancho. A gran altura iluminan
seis claraboyas sobre los costados, cubiertas por cristales azules y blancos.
En las paredes internas hay arcos de 5 por 3 metros, limitadas por pilastras,
que actualmente tiene sus famosos murales. Adosada al atrio de 2 por 9 metros
se alza la fachada de reminiscencias neoclásicas que se cierra en un tímpano
con un rosetón de cristales policromados. Su estructura de ladrillos rojos está
rematada por una espadaña con su campanil místico en el centro; tiene techo a
dos aguas con el interior abovedado. El altar se encuentra separado de la nave
por una baranda de hierro.
En el jardín exterior, a la derecha de la iglesia, hay una campana que de noche está iluminada.
En los bancos
figuran los nombres de quienes concurrieron con su fe y su óbolo para vestir el
templo: Calvo, Eguiabhare, Poggio, Torliaschi, Etchecourt, Blanco, Grosso, De
Garin, Burzaco, Moirten, Iribarne.
Soldi además es
autor de una gran pintura ubicada en la Basílica de la Anunciación en la ciudad
de Nazareth, la cual se trata de un mural inspirado en el milagro de la Virgen
de Luján.
Los Museos
Vaticanos en Roma incorporaron en 1987 una obra suya titulada "La Virgen y
el Niño": con esta última suman dos los cuadros de Soldi que posee la
Santa Sede; la anterior se titula "Santa Ana y la Virgen Niña".
©Silvia Vázquez
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