A pesar que la tarde no estaba plena de sol y corría una
brisa gélida, la gente estaba sentada
quieta, casi sin parpadear en las tribunas del estadio.
Banderas de color rojo, desplegadas de una punta a la
otra de las tribunas, servían para cobijarse del invierno que estaba pronto a
llegar.
Nadie tenía un pronóstico cierto del partido. Muchos
opinaban que había que esperar, que podía pasar cualquier cosa.
Otros optimistas, ya aseguraban un ganador.
Salieron los jugadores al campo, la gente gritaba el
nombre colorido del futuro campeón, alzaban banderas, inventaban cánticos. El
partido comenzó y el primer salto al unísono retumbó en la tribuna de la
derecha. Goooolll!!!!! Ya iban uno a cero, las esperanzas de ganar el
campeonato estaban más cerca.
El calorcito comenzaba a sentirse. Adiós sueters y
camperas. No hacían falta, ya se había calentado el ambiente y el ir y venir de
movimientos ayudaba a espantar el frío.
Al finalizar el primer tiempo, los comentarios de la
tribuna ganadora eran intensos. Vamo que ganamo! Si, ya somo campeones!
Un hombre delgado y alto, sentado en una punta de la
fila, no emitía opinión. Apenas fumaba su cigarrillo, tranquilo, como
analizando fríamente cada movimiento de los jugadores.
Comenzó el segundo tiempo. Los rojos entusiasmadísimos,
coreaban cánticos de gloria. El anciano, seguía sentado, fumando…
De repente, el blanquiceleste dio vuelta el partido. Un
penal cobrado justamente le dio la posibilidad de empatar. A los 30 minutos, el
goleador metió el balón derechito en el medio del arco. No daban más…los
hinchas no podían creerlo.
Los rojos, preocupados y con razón, insultaban al árbitro,
arengaban al capitán y nada. Los celestes tomaron la punta. Otro gol…y van…tres
a uno!
La pitada final los encontró llorando a algunos, a otros
insultando, los blanquicelestes festejaban con lágrimas en los ojos. No lo
podían creer! Iban perdiendo y de repente se les dio vuelta el partido…
La cancha se iba vaciando de a poco. Algunos se juntaban
afuera para seguir cantando. Los rojos, corrieron para el otro lado, intentando
pasar desapercibidos. Cerca estaba su guarida. Allí los esperaban con las mesas
servidas, sin nada que festejar.
Los blanquicelestes, felices, recorrían las calles del
sur, disfrutando del éxito.
En la fila de platea, sentado, fumando su cigarrillo,
estaba el viejito.
En su rostro, una mueca de felicidad contenida. A su lado,
Gabriel le decía: Señor, Señor, estamos
tan agradecidos por esto… Sabíamos que Ud era de Racing, pero no esperábamos
tanto!
Se levantó despacio, acomodó su cabello blanco, tiró el
cigarrillo y salió.
“No hay que festejar antes de tiempo, hijo”.
©Silvia Vázquez
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