Jorge Lucero es terapeuta masajista, especialista en registros akashicos, Flores de Bach, Sensei de Karate do y Técnico en deportes. Pero además, escribe, y muy bien. Le propuse que lo haga desde su profesión principal, masajista. Y me sorprendió con este texto.
Cabe destacar que el tema se desvió hacia la literatura,pero ¡qué bien hecho!
Un punto a tener en cuenta, que además de ser buen escritor, es muy buen profesional en lo suyo, altamente recomendable.
Muchas veces tenemos prejuicios que un abogado, o un médico por ejemplo, no es romántico, y no puede escribir; lo mismo pasa con un actor, que pensamos que al ser gracioso no puede hacer un papel dramático. Nos han dejado boquiabiertos muchas veces. Este es el caso,agradezco a Jorge su tiempo, y por confiar su texto a Las musas.
El MASAJE
Desde el punto de vista técnico, podemos
decir que el masaje es un proceso higiénico no invasivo. Hay muchas formas de
describir o realizar un masaje, cada persona lo puede realizar distinto, de la
misma manera que cada receptor o consultante lo recibe de forma particular.
Se
debe observar un buen nivel de asepsia por parte de ambos, masajista y
receptor, lograr cierta confianza para que las maniobras surjan amables e ir en
busca del objetivo deseado. Según cada caso, la exigencia o respuesta va a ser
distinta. Las manos se deben presentar firmes, recorriendo armoniosamente la
piel, a la vez que se reconocen tensiones, nudos que suelen ser verdaderos
amarres forjados por más de mucho tiempo.
El buen masajista suele servirse de una
música adecuada al momento, que sea bien aceptada por el receptor. El masajista
puede llevar sus movimientos al ritmo de esa música, dejando que fluyan y se
encuentren la piel y la piel, como un bote hamacándose en aguas cálidas, viendo
sin mirar, con esos ojos de todos los sentidos confluyendo al unísono, ambos
cuerpos siendo uno en el espacio y sin él, pidiendo permiso desfachatadamente
en zonas a veces íntimas, abriéndose paso amorosamente en cada palmo, en cada respiración;
tal vez, con luz tenue, como en un bar de blues luego que la función haya
finalizado al abrigo de la madrugada.
Ahí cerca, un escenario bajo, con el
telón azul noche de fondo, luciendo estrellas que jamás estarán en otro cielo.
Ella canta lo que no puede con público, acompañada por un piano en la penumbra,
dejando que su voz llegue hasta ese hombre solo, acodado en la mesa que está
justo frente a ella, no se conocen mucho, solo se han visto un par de veces sin
mayor trascendencia, pero esa noche ambos están uno para el otro.
A ella le gusta cantar para alguien y él
disfruta esa intimidad furtiva, planeada solo por ciertos ángeles inquietos.
Ella le convida melodías desde su corazón, desde su día quebrado por sueños
truncos, le cuenta alegrías que cada tanto terminan en llanto y rímel
desdibujado, como viendo trenes que solo se pierden al final del andén. La mesa
es su resguardo, es el lugar donde lo acompaña una botella de Napoleón que
quizás no pueda volver a pagar por ese mes. El pianista se retira sin saludar,
no por descortés, sino para dejar la escena tal como se halla y ella continúa
desgranando su voz, cada vez más tenue, sin perder la firmeza. Él siente un
alivio en la espalda, se relajan sus piernas y bebe un nuevo trago de su copa,
no sin antes levantarla hacia ella, en señal de brindis y agradecimiento. Así,
compartiendo una intimidad necesaria, van sanando sus penas, dejando ir varios
días y noches de besos partidos por la necesidad y el olvido.
Ella ve que el día aclara la ventana, con
un gesto mable, casi imperceptible, se aparta del micrófono, él entiende y deja
un billete sobre la mesa, para irse, no sin antes levantar nuevamente su copa,
honrándola.
©Jorge Lucero
15 3691 0972
lindo
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