viernes, 29 de junio de 2018

De la técnica al romanticismo


Jorge Lucero es terapeuta masajista, especialista en  registros akashicos, Flores de Bach, Sensei de Karate do y Técnico en deportes. Pero además, escribe, y muy bien. Le propuse que lo haga desde su profesión principal, masajista. Y me sorprendió con este texto.
Cabe destacar que el tema se desvió hacia la literatura,pero ¡qué bien hecho! 
Un punto a tener en cuenta, que además de ser buen escritor, es muy buen profesional en lo suyo, altamente recomendable. 
Muchas veces tenemos prejuicios que un abogado, o un médico por ejemplo, no es romántico, y no puede escribir; lo mismo pasa con un actor, que pensamos que al ser gracioso no puede hacer un papel dramático. Nos han dejado boquiabiertos muchas veces. Este es el caso,agradezco a Jorge su tiempo, y por confiar su texto a Las musas.

El MASAJE

Desde el punto de vista técnico, podemos decir que el masaje es un proceso higiénico no invasivo. Hay muchas formas de describir o realizar un masaje, cada persona lo puede realizar distinto, de la misma manera que cada receptor o consultante lo recibe de forma particular. 

Se debe observar un buen nivel de asepsia por parte de ambos, masajista y receptor, lograr cierta confianza para que las maniobras surjan amables e ir en busca del objetivo deseado. Según cada caso, la exigencia o respuesta va a ser distinta. Las manos se deben presentar firmes, recorriendo armoniosamente la piel, a la vez que se reconocen tensiones, nudos que suelen ser verdaderos amarres forjados por más de mucho tiempo.



El buen masajista suele servirse de una música adecuada al momento, que sea bien aceptada por el receptor. El masajista puede llevar sus movimientos al ritmo de esa música, dejando que fluyan y se encuentren la piel y la piel, como un bote hamacándose en aguas cálidas, viendo sin mirar, con esos ojos de todos los sentidos confluyendo al unísono, ambos cuerpos siendo uno en el espacio y sin él, pidiendo permiso desfachatadamente en zonas a veces íntimas, abriéndose paso amorosamente en cada palmo, en cada respiración; tal vez, con luz tenue, como en un bar de blues luego que la función haya finalizado al abrigo de la madrugada. 

Ahí cerca, un escenario bajo, con el telón azul noche de fondo, luciendo estrellas que jamás estarán en otro cielo. Ella canta lo que no puede con público, acompañada por un piano en la penumbra, dejando que su voz llegue hasta ese hombre solo, acodado en la mesa que está justo frente a ella, no se conocen mucho, solo se han visto un par de veces sin mayor trascendencia, pero esa noche ambos están uno para el otro.

A ella le gusta cantar para alguien y él disfruta esa intimidad furtiva, planeada solo por ciertos ángeles inquietos. Ella le convida melodías desde su corazón, desde su día quebrado por sueños truncos, le cuenta alegrías que cada tanto terminan en llanto y rímel desdibujado, como viendo trenes que solo se pierden al final del andén. La mesa es su resguardo, es el lugar donde lo acompaña una botella de Napoleón que quizás no pueda volver a pagar por ese mes. El pianista se retira sin saludar, no por descortés, sino para dejar la escena tal como se halla y ella continúa desgranando su voz, cada vez más tenue, sin perder la firmeza. Él siente un alivio en la espalda, se relajan sus piernas y bebe un nuevo trago de su copa, no sin antes levantarla hacia ella, en señal de brindis y agradecimiento. Así, compartiendo una intimidad necesaria, van sanando sus penas, dejando ir varios días y noches de besos partidos por la necesidad y el olvido.
Ella ve que el día aclara la ventana, con un gesto mable, casi imperceptible, se aparta del micrófono, él entiende y deja un billete sobre la mesa, para irse, no sin antes levantar nuevamente su copa, honrándola.

©Jorge Lucero
15 3691 0972


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