Silvia
Gabriela Vázquez es Licenciada en Psicopedagogía, maestranda en educación,
escritora y Embajadora para la Paz.
Nos conocimos en la entrega de los premios
de Guka y por coincidir nuestro nombre y apellido, me intrigó saber quién era
mi “homónima”. Nuestra conversación fue muy amena aunque corta, que luego
siguió vía redes. Es una persona muy agradable y sociable, quien
entre sus múltiples facetas, escribe.
Publicó
microcuentos en Argentina, España, EEUU, México, Perú, Chile, Colombia, Cuba,
Venezuela, Nicaragua y Puerto Rico.
Es Secretaria
Académica de la Red Latinoamericana de Prof. de la Orientación (RELAPRO).
-Dirige la
Cátedra de Responsabilidad Social Universitaria y la Diplomatura en Educación
en la Universidad Privada UdeMM.
-Obtuvo,
entre otras, las siguientes distinciones literarias y académicas:
1° Premio
(Haiku): III Certamen Yosa Buson (Letras como Espada, 2017)
1°Premio
(Relato breve): II Certamen Navidad Solidaria (Biblioteca de Castilla, 2015)
1° Premio
(Narrativa): Certamen Universo Sábato (UNICEN, 2015)
2° Premio
(Poesía): Homenaje a Bécquer (Gerüst, 2015);
2° Premio
(Narrativa): XVIII Concurso GEA (Sociedad Argentina de Escritores, 2015)
2° Premio
(Poesía): Literarte (Secretaría de Cultura de la Nación, 2014)
3° Premio (Cartas
de Amor): Romántica Bs.As. (Ministerio de Cultura, CABA, 2013)
3° Premio
(Cuento): IX Concurso Bonaventuriano (Univ. de San Buenaventura, 2013)
Premio
Internacional de Ensayo (Editorial Limaclara, 2012, 2015 y 2016)
Premio Verbum
de Literatura Infantil-Juvenil (Editorial Verbum, 2015)
Premio
Objetivos de Desarrollo del Milenio (Asoc. Letras Comprometidas, 2011)
Premio Acción
Social (UPF-Status Ecosoc ONU, 2011)
Premio
Vocación Académica (Fundación El Libro, 2009)
Ha sido
disertante en Congresos internacionales, entre ellos la Cumbre Mundial de Paz-
Literatura, educación y unión cultural; la XIX Jornada Internacional de
Educación y la XXI Jornada de Orientación vocacional- Feria Int. del Libro.
Dicta
talleres sobre promoción de resiliencia, compromiso social y diálogo
intergeneracional.
Preside el
Foro Juventudes por el Bien Común del Parlamento Cívico de la Humanidad. Ha
publicado artículos en las revistas: Atenea, Lado H, Neronum, Perspectivas
Metodológicas (UNLA),OJI y OrientAcción, así como el periódico “Sexta Sección”.
Está a cargo
de la sección literaria “Más allá del aula” en la revista CIPE-Profesionales de
la educación y es columnista en Educaweb y SiRSE.
También es
coautora del libro “Ocho relatos para un mundo mejor” (Icaria, 2011) yautora
del libro “Formar profesionales competentes, comprometidos y resilientes”.
Colabora con
la Asociación de Escritores Solidarios “Cinco Palabras” y con diferentes ONG e
instituciones (CILSA, UNLP, Pinta Argentina, etc.), donando sus relatos a favor
de buenas causas.
-Gabriela,
además de tantas ocupaciones, ¿tenés algún hobby?
Sí. Cantar.
-Como
Embajadora de la paz, ¿cuáles son tus obligaciones?
Este nombramiento que otorga la UPF
(Universal Peace Federation, uno de los organismos consultivos de la ONU)
supone sostener el compromiso de promover acciones a favor de la paz en los
ámbitos en los que cada uno se desempeña. En mi caso, algunas de las iniciativas
que llevo a cabo desde hace más de una década son los encuentros de diálogo
intergeneracional en la universidad (UdeMM) en los que participan adultos
mayores y adolescentes; talleres sobre “Comprensión intelectual y humana” donde
abordamos temas como la empatía, la resolución creativa de conflictos, el
trabajo en equipos interdisciplinarios, la inclusión, las dificultades en la
comunicación, la integración cultural, etc.
-¿Cuánto tiempo dedicás a la escritura?
Además de las primeras horas de la mañana
y las últimas de la noche, todos los momentos que puedo encontrar durante el
resto del día; mientras viajo en colectivo rumbo al trabajo, por ejemplo. Sobre
todo, escribo mientras leo.
Roa Bastos decía que un lector
“siempre lee dos libros a la vez: el que tiene en sus manos y el que reescribe
interiormente”. Cuando leo, exteriorizo esa reescritura. No puedo leer sin
tener una lapicera en la mano. El final de una frase en un cuento o el titular
de una noticia del diario pueden llevarme a imaginar el comienzo de una nueva
historia o de un poema. A veces los márgenes no resisten tantas anotaciones y
tengo que seguir en alguna hoja improvisada.
-¿Cuál es tu
preferencia al escribir: cuento, poesía, narrativa, haiku…?
Microcuento, haiku, cuento y poesía, creo
que en ese orden, pero no estoy demasiado segura. Me gustan las microhistorias
porque, una vez colocado el punto final, tenemos que comenzar a pulir esa
primera versión para dejar sólo las palabras imprescindibles. Como dice
Caparrós “que cada palabra se gane su presencia a pulso”.
La verdad es que me encanta mezclar
los géneros. Suelo hacer que la estrofa de algún poema aparezca de improviso en
algún cuento y me doy el permiso para incluir haikus al final de mis columnas.
Hasta llegué a citar frases de canciones infantiles propias o ajenas -como
aquella que dice “quiero tiempo pero tiempo no apurado” (“La Marcha de Osías”
de María Elena Walsh)- en artículos de revistas académicas…
-¿Encontrás
una conexión entre tu profesión de psicopedagoga y escritora?
Sí. La lectura y la escritura son
recursos fundamentales en el trabajo con mis pacientes. Por ejemplo, en los
procesos de orientación vocacional les propongo que escriban una mini biografía
prospectiva contando sus próximos años. Es una manera de invitarlos a
visualizar dónde quisieran estar y luego analizar qué pasos ir dando para
lograrlo. También suelo utilizar microcuentos como recursos en las jornadas de
reflexión para docentes.
Y por otra parte, colaboro como
columnista en algunas revistas de educación. En el fondo, creo que siempre
encuentro una “excusa” para que cualquier tarea que deba hacer termine
“obligándome” a leer y a escribir mucho.
-¿Hay algún
lugar especial para escribir o donde surge lo hacés?
Si bien en los horarios que tengo
destinados para eso, elijo mi escritorio-biblioteca, suelo escribir en todas
partes. Los domingos soleados me gusta sentarme a leer y a escribir en el
balcón. También disfruto llevándome libros, libreta y lápiz a algún parque o a
la mesa de un café tranquilo. De todos modos, cuando escribo puedo concentrarme
en cualquier lado, no me molestan los ruidos. Es como si el mundo estuviera
allí en el papel, es mágico.
-¿Cómo
llegaste a escribir en las publicaciones solidarias?
Es un proyecto que tuve desde mi
adolescencia e incluso antes. Recuerdo que en los 80, cuando se grabó “USA for
África” (“We are the World”) y “Argentina es nuestro hogar”, escribí emocionada
en mi diario que mi sueño era participar en algo así, donde personas muy
diferentes entre sí se unieran para ayudar a otros haciendo lo que más les
gustaba hacer, que en mi caso era (es) escribir y cantar. Nunca dejé de pensar
en eso y -un poco por buscarlo, otro poco por casualidad-, fui encontrando
espacios para proponerlo o personas que ya estaban haciendo algo parecido. Por
ejemplo, empecé a participar de las convocatorias de autores que hace la UNLP
para que, una vez seleccionadas las obras, los alumnos confeccionen libros
artesanales que se donan a hospitales pediátricos u otras instituciones. Me
contacté con algunas ONG y me sumé a la Asociación de escritores solidarios
(España) donde participo en proyectos literarios solidarios, donando
microcuentos (escritos con palabras que a su vez son donadas por otros), a
favor de buenas causas. Algo así como una cadena de favores. Además gracias a
la Asociación pude darme el gusto de retomar mi juego favorito de la infancia…
-¿Cuál era
ese juego?
Pedirles a quienes tuviera cerca -en
general, a mi hermana, que en ese momento era muy chiquita, aunque también
involucraba a mis abuelos y amigas- que me dijeran palabras para inventar con
ellas, casi instantáneamente, una canción o un poema. A veces, para darle un
contexto, imaginaba que estábamos en un programa de radio, en el que disfrutaba
inventando no sólo los cuentos sino la cortina musical, las noticias, las
publicidades, los jingles…
Supongo que aquel “público
involuntario” se aburriría muchísimo frente a esas primeras creaciones
rudimentarias, pero a mí me fascinaba.
-¿Qué libro
de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en tus
lectores?
¡Muchos! Uno de los primeros que
recuerdo es de autor desconocido “El Lazarillo de Tormes”. También Mi planta de
naranja lima, de Vasconcelos; El túnel, de Sábato y La Tregua, de Benedetti
(leídos en la escuela), pero muchísimo más temprano, me conmovieron algunos
poemas de mi libro de lectura de 2° grado, que todavía conservo: “Aire Libre”,
de la maravillosa María Elena Walsh. Y aún antes, cuando recién había aprendido
a leer, tuve esa sensación de estar descubriendo algo mágico con “Cuentos para
Verónica” y “Cuentos para leer sin rimmel” de Poldy Bird, dos libros que le
“robaba” a mi mamá de su mesita de luz para leerlos a escondidas.
Otros libros que me marcaron fueron
“Cien años de soledad” y “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García
Márquez.
En este momento me acuerdo de decenas
de publicaciones que me convirtieron en lectora voraz pero creo que los que
nombré fueron, en diferentes etapas de mi vida, los principales “culpables” de
mi pasión por la lectura y la escritura. Aunque pensándolo bien, los primeros
“culpables” fueron mis padres, cuando me escribieron un librito que me humedece
los ojos cada vez que lo leo. Lo habían hecho encuadernar con tapas rojas y
letras doradas, demostrándome así, a mis 3 años, que un libro es un tesoro.
-¿Qué es lo
mejor y lo peor que le puede pasar a un escritor?
Lo mejor: Encontrarnos con alguien
que, sin conocernos, comente “Acabo de leer un cuento que me conmovió. No me
acuerdo quién era el autor, pero el título era…” y escuchemos esa frase que
salió de nuestra pluma.
Lo peor: Perder la capacidad de
reconocer y combinar las palabras por aparición de algún problema neurológico.
-¿Qué libro
llevarías a una isla desierta?
Siempre temí que algún día tuviera que
responder esa pregunta tan difícil. Creo que llevaría alguno de poesía, con
muchas, muchas páginas, porque me permitiría hacer infinitas combinaciones de
sus versos e inspirar nuevas reescrituras.
O mejor, llevaría un buen diccionario.
-¿De qué
personaje de ficción te gustaría ser amiga?
Creo que de Belisa Crepusculario (“Los
cuentos de Eva Luna”, de Isabel Allende). Cuando Belisa Crepusculario descubrió
que las palabras andaban “sueltas sin dueño” se dedicó a venderlas y era tan
buena en su oficio que “cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie
más la empleaba para ese fin en el universo y más allá”. Si ella fuera mi amiga,
podría llamarla para que me ayudara a encontrar la palabra justa que
convirtiera a un cuento o poema en inolvidable.
-¿Cuál es tu
momento preferido del día para escribir?
Sinceramente, todos.
En casa, mis hijos y mi esposo bromean
con el tema. Saben que si de pronto pido disculpas y “desaparezco por un rato”
(aunque siga allí), es porque se me ocurrió una idea y necesito escribirla ya.
Eso puede pasar, por ejemplo, mientras estamos mirando una película,
desayunando, a punto de ir a una fiesta o dos minutos antes de salir de
vacaciones, casi con las valijas en la puerta.
“¡No te vas a poner a escribir
ahora!”, me dicen, con razón, tratando de mostrarse enojados. Y terminamos
riéndonos, porque los cuatro sabemos que mientras lo niego con la cabeza, mis
manos van a toda velocidad tratando de atrapar esas palabras -en la página o en
la pantalla- antes de que se escapen.
-Libros y
autores preferidos
¡Hay tantos que aún me quedan por leer
y que tal vez se transformen en mis preferidos cuando lo haga! ¡Tantos autores
reconocidos pendientes y tantos poetas involuntarios que andan por el mundo
dejando frases perfectas sin darse cuenta! Seguro me estoy olvidando de unos
cuantos pero, aparte de los ya nombrados, me cautivan los microrrelatos de Ana
María Shuá, las reflexiones de Fernando Savater, los ensayos de María Moreno,
los cuentos de Marcelo Birmajer, los poemas de Octavio Paz. Libros como Ficciones
o Los Conjurados, de Borges; Rayuela, de Cortázar; La borra de café, de
Benedetti; Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías…
No me canso de releer El libro de los
abrazos, Patas Arriba o Vagamundo de Galeano. Tampoco podría cansarme jamás -de
leer, escuchar o cantar- algunas canciones de Eladia Blázquez, como Siempre se
vuelve a Buenos Aires, Honrar la vida o Con las alas del alma. Creo que el
milagro de la lectura tiene un poco todo eso: nos permite volar, conocer otros
mundos y volver, a nuestro lugar, agradecidos por la magia de lo vivido…
Compartimos algunos de sus trabajos:
¿Hogar
o casa?
La primera vez que
mi edad tuvo dos dígitos, le pregunté a papa por qué la gente usaba llaves para
cerrar las puertas de sus casas. No supo qué decirme…
Pero un tiempo
después, cuando sintió que ya sería capaz de leer entre líneas en su voz y en
sus ojos, me explicó que un hogar -más que pared o techo- era un abrazo. Y que no había llave que pudiera impedirle a
quien yo amara, su ingreso al territorio cotidiano, ese que nos protege de la
lluvia, nos acuna las penas o nos tiende sus manos.
Me lo enseñó la
lluvia
Los minutos ganados a la vida
abrazándonos a alguna vocación.
El trabajo o el estudio y la pasión
de elegir, amar, curarnos cada herida.
Los años que vivimos
protestando,
corriendo porque sí, detrás
de nada.
La emoción de la risa
inesperada,
el viaje, la lectura, el
dónde, el cuándo…
En el número exacto de esa
suma
está el secreto último del
tiempo.
(Se le resta después el
contratiempo
de tener que morir para
contarlo).
Silvia Gabriela Vázquez
Ambos publicados en la antología “Lluvia deseada”
(Letras como Espada, 2018)
©Silvia Vázquez
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