viernes, 21 de diciembre de 2018

Cuento: Las llaves




¡Otra Nochebuena insoportable! Otra decepción más este año. Estuvo complicado desde el invierno pasado. Más allá de algunas changas para la comida, no hubo.

Los chicos primero. Ellos necesitan para el colegio, para comer. La Meche y yo hacemos lo que podemos, pero ellos son primero. Y otra vez la Nochebuena sin regalos.

Me acerqué al arbolito anoche y los chicos ya dejaron las cartas para Papá Noel. El mayor quiere una bici y el menor un triciclo. ¡Le dije que triciclo va con “C”!

Imposible eso. No hay un peso. Mejore dejo de pensar y salgo a ver si consigo algo para la comida de esta noche.

El centro está desierto, es la 1 casi y nada. Poca gente camina a esta hora porque la mayoría dejó de trabajar al mediodía. Está casi todo cerrado, menos la parrilla de la esquina de Libertad que me regaló un poco de asado por limpiarle los vidrios.

Sigo caminando pero ya con algo para llevar a casa. Cruzo 9 de julio y voy para el lado de Recoleta. Camino... nada. De repente, una señora me grita desde un balcón.


-          “Señor, ud puede ayudarme? Se  me cayeron las llaves a la vereda y no puedo salir, no podría traérmelas? Abra la puerta del edificio y suba hasta el 1er piso, por favor. Tengo que irme de mis hijos y no puedo salir.”

Pensé… tenía que seguir caminando para llevar algo más a casa, pero me acordé de lo que me decían mis padres “Nunca te arrepientas de ayudar a otro”.

-          “Ya subo señora”, le dije.




Abrí la puerta del frente, y subí. Abrí su puerta y me recibió sonriente y aliviada. Agradecida porque los hijos vivían lejos y no podía llamarlos para que fueran a socorrerla.

-          “Gracias joven”, me dijo. ¿Ud tiene chicos?

-          “Si, señora, dos varones. ¿Por qué?”

-          “Uh justito. Mire, acá hay un triciclo y una bicicleta que mis nietos ya no usan más, y la verdad me ocupan mucho lugar. ¿No se ofende si se las doy? Favor por favor…

      No lo podía creer, parecía un cuento de hadas.

¿Cómo hacía para llevar eso hasta casa? Eso me preocupaba.

-          “Quédese tranquilo que llamo a un remis que tienen camionetas también. Las baja usted, eso sí, y que se las lleve hasta donde ud vive”.

-          “Si, señora, pero es lejos, y no puedo pagar ese viaje”

-          “No, por favor, el viaje lo pago yo, después del favor que me hizo!”

Volvió a mi cabeza la frase de mis viejos “Nunca te arrepientas de ayudar a otro”. Le agradecí a la señora con un abrazo, se me iluminó la cara y a ella también.

Bajé la bici y el triciclo. Parecían nuevos, recién comprados. Los pibes se iban a volver locos…

Llegaron juntos, la camioneta y el auto. La señora recibió una bolsa con algunas cosas para brindar, regalo de la remisería y me las dio también. Subimos todo y marchamos para casa.
La señora estaba feliz y yo ni se imaginan. El chofer de la camioneta era un hombre mayor, de cabello blanco y barba.

Doblamos en la Avenida. Los chicos estaban en la puerta jugando a la rayuela.

Estacionamos, bajé el paquete de comida y lo que me dio la señora.

-          Hola pa”, dijeron. “¿Quién es ese señor?”

Bajamos la bici y el triciclo.

-“¡Papá Noel, llegó Papá Noel!”, dijeron.

La Meche corrió a la vereda, limpiándose las manos en el delantal. Abrió los ojos tan grandes como nunca.

-          “Después te cuento”, le dije.

©Silvia Vázquez
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