Yo tendría unos 5 años y él ya pasaba, generalmente a la
hora de la siesta y gritaba fuerte: “ sillas, sillones, mecedoras, todo en
mimbreee…”. Me asomaba a la puerta y lo veía venir, en realidad no lo veía, lo escuchaba,
ya que estaba sentado dentro de su carro, escondido entre las sillas y las
cortinas de esterillas, las mecedoras y los jarrones de mimbre. Y apenas
asomaba sus manos para dirigir el caballo que le tiraba del carro.
Por años pasó, por años, él y ese cantito reconocido por
todos. Una vez mamá lo paró para preguntarle un precio y ahí conocimos su cara.
Era un hombre extremadamente delgado, pero sus manos eran fuertes, ajadas,
gastadas por el tiempo. No era muy mayor pero lo parecía. Seguramente los trabajos
los haría el mismo, ya que conocía perfectamente los detalles del armado y de
la fabricación.
Aún anda por ahí uno de sus productos, ya pasado de moda,
pero eterno.
Profesiones que ya no existen, o al menos no existen en mi
barrio. Quien todavía pasa los sábados a la hora de la siesta, es la señora Blanca,
que vende escobas. “Escoba,escobillón….”. Grita con un vozarrón inconfundible,
la mujer que viene caminando desde más allá de San Miguel hasta San Martín,
para vender y darle de comer a sus hijos, hoy a sus hijos y nietos, supongo.
Ella aún vende escobillones eternos, que jamás se rompen,
que jamás se estropean, así que los sigo comprando cada tanto, como para que no
se pierda la tradición y a la vez tener un producto que vale la pena. Ella
misma los hace. Ella misma los vende.
Ya no pasa el lechero (dejó de hacerlo cuando yo era chica),
ni el verdulero (a veces pasa una señora boliviana con un carrito), pero sí el
afilador, aunque hoy en día cuesta menos comprar un cuchillo que afilarlo
(carísimo el trabajo). Pasa cada tanto el huevero, que no entiende que nadie
sabe que dice, porque el parlante ya cumplió su ciclo pero él aún lo utiliza.
Respira hondo y habla “ señooooora, señoooooora, 30 huennsgfrr6swosjjjj
pesooooo, 30 huemememnsnsn por jskskf
pesooooo, aproveche señooooooooora”.
Una vez cada tanto pasa un camión a quien llamábamos “chatarrero” que compra de todo y a buen
precio, según él, pero termina
ofreciendo dos pesos por lo que quiere llevarse.
Los tiempos cambian, pero los recuerdos siguen…
La radio Spica siempre encendida y él cantando el tanguito
del momento. Eso sí, muy picarón, no se perdía de mirar a ninguna de las chicas
que pasaban por la vereda caminando y siempre tenía un piropo para ellas. Tal
vez hoy sería acusado de acosador. Era inimputable, inofensivo dirían las
señoras mayores. Aún así, a veces nos asustaban con él cuando no hacíamos lo
que nos pedían.
Lo vi hace unos 6 años, conversando con el vendedor de la casa
de sanitarios, a tres cuadras de casa. No sé qué edad tendrá, pero a esta
altura pasa los 80.
Lo sigo viendo viejo, arrugado, con unas copitas menos tal
vez, pero sin su carro. No me animé a preguntarle qué hacía. Prefiero seguir
con el recuerdo de su Spica y sus tangos y arrastrando el carro lleno de
cachivaches.
©Silvia Vázquez
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tiempos como esos ya no volveran. por desgracia,pero siempre los llevaremos en nuestros corazones,hoy por hoy vivo en un barrio en el que tambien pasa el huevero, el que vende las bolsas de papa, el que compra baterias viejas, lavarropas y todo tipo de cosas.Yo tambien me crie en un barrio alla por los 50 Y el lechero, panadero, el carnicero con su gran carro qu parecia una cerreta,en fin todo tiempo pasado fue mejor como se suele decir.
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