El agua tutelada
Dicen los que saben que el Universo se había sosegado luego que agitara exasperado su furia ancestral. Elevaciones y planicies encallaron para siempre en donde las sorprendió la calma escatológica.
Una lluvia impetuosa cayó imperturbable por varios soles y muchas lunas sobre el rincón costero y sureño de estas latitudes. Corrió desmesurada por las faldas de las sierras y se alojó en las hondonadas del terreno, formando un dragón de agua, furioso y arrogante, que corría, saltaba, se estrellaba en un recodo, encontraba una garganta entre dos elevaciones y seguía su camino descontrolado. No sabía adónde se dirigía. Solo sabía que debía avanzar hasta alcanzar la calma. En el camino se deshilachó varias veces al encontrar lavas hirvientes, otras veces se esfumó. Se volvió hilos, espuma, gotas y todas las veces recogió su cola para volverse a formar.
El dragón de agua siguió su camino bajo los designios del más fuerte. Formó lagunas, mordió la orilla y esculpió barrancas, exhaló su aliento y las rocas estallaron en piedras, suspiró y resbalaron los cantos rodados. A medida que avanzaba, la furia declinó. Finalmente, el terreno abandonó su lucha premeditada, se volvió llano, plano y se inclinó reverente para darle paso. Lo vio pasar y le cedió su lecho, lo abrigó como a un hermano, se abrazaron y cayeron al mar.
Habían pasado tantas lunas seculares, que los montes cubrían las orillas del arroyo Tacuaremboty, al pie de la Sierra Carapé. La vida había tomado diversas formas, pero el más fuerte tenía decidido que la memoria se la daría solamente a los que andaban erguidos en dos patas, la cara al frente, dos largos apéndices a los costados con terminaciones prensiles, una voz que modulara sonidos, un cerebro que pensara y un corazón que no solo latiera, sino que fuera afín con los sentires.
Fueron los primeros habitantes de esta tierra y los que pusieron nombres a todo lo que los rodeaba. Entonces, nombraron el agua, los árboles, los animales y a sí mismos. Las voces de una lengua aborigen se llenaron de imágenes. Se nutrieron de cantos de aves y sonidos de la naturaleza. Se fortalecieron de soles deslumbrantes y aprendieron a cantar. Y le cantaban a la luna cuando irrumpía en la oscuridad de la noche atormentada. Cuando pintaba con un hilo de plata el contorno de las sierras y la esperaban
conmovidos. Y le cantaban al sol cuando acompañado de los trinos de los pájaros, luchaba por desprenderse de sus ataduras invisibles e irrumpía graciosamente como un visitante anunciado.
Con la lluvia era diferente. Un cántico para que viniera y otro para que se fuera. Acompañaban sus canciones con bailes primitivos, golpeando semillas, palos y ramas en el suelo. Elevando nubes de polvo, los ojos suplicantes miraban a los infinitos cielos azules.
Pero llegó el día en que la lluvia se empecinó en su demora. Tardó tanto en aparecer que se secaron los plantíos. Se secó el salto de agua y su pequeña cascada rumorosa. Se secó la laguna oscura y oscilante. Se secó el arroyo Tacuaremboty. Los habitantes al pie de la sierra Carapé, bailaron día y noche su danza mágica, alentando a la lluvia a aparecer. Los cielos se sucedían días y días, despojados de formaciones plomizas, aquellas que anunciaban que el agua caería como cascada. Ni siquiera viajaban por el cielo las que eran blancas como las barbas de los ancianos. Solo destellos y soles calientes. Los pastos amarillearon. Los árboles bajaron vencidos sus ramas.
Hasta que un día un niño se percató que un pájaro, al mover sus alas, sacudió unas minúsculas gotitas de agua. El gran desafío era ver un pájaro humedecido y seguirlo hasta su refugio. Sabía que debía ser muy paciente. Surcó montes y campos, a diestra y siniestra, al norte y al sur, caminó muchas horas a la vera del lecho agrietado y plagado de piedras del Tacuaremboty. De pronto otro pájaro pasó rasante por su cabeza, llegó hasta una rama de un árbol seco, sacudió sus alas y llenó el aire con su canto altivo y desafiante. Apenas lo vio, pero fue suficiente. El ave en su trinar batió sus alas nuevamente para quitar el agua que como rocío mojaba su plumaje y se internó nuevamente en el monte, tras la ardorosa vigilancia del muchacho. La encontró en una barranca, posada al borde de una abertura en la tierra, se inclinaba y volvía a erguirse para tomar agua. Desesperado corrió hasta el lugar. También llenó sus manos con el líquido elemento y las llevó a su boca. La sintió fresca, cristalina y sabía a agua de lluvia. Había encontrado el manantial del Tacuaremboty y se puso a danzar. Pero de agradecimiento. Balanceó su menudo cuerpo, elevó los ojos y las manos al cielo. Rozó el suelo con sus pies desnudos hasta dejar surcos en la tierra. Volvió a su choza desfallecido de caminar. Pero dentro de su corazón latía el regocijo. Había encontrado el agua salvadora.
No mucho después de ocurrida esta historia, el mar embravecido elevó su cresta. El dragón de agua realizaba su danza triunfal. Había logrado que los habitantes de la comarca del Carapé, pelearan por su propia subsistencia. En su pasaje desenfrenado por el valle de las sierras, en la época de sus orígenes, tuvo que desafiar a su gran enemigo, el dragón de fuego. Sabía que éste vendría algún día a mortificar con su bocanada ardiente a los tranquilos habitantes de la comarca. Entonces fue dejando en cada valle, en cada grieta formada en el suelo, una estela de su cola. El agua iba penetrando hasta las más ignotas profundidades, formando manantiales y ríos subterráneos. Los mismos estarían condenados a surcar las entrañas de la tierra sin ver jamás el sol.
Era el agua tutelada, ese gran recurso que el dragón de agua tenía reservado para los hermanos nacidos en estas tierras. Solo debían recurrir a ella en caso de gran necesidad. En todo caso, debían compartirla, con los animales, las plantas y preservarla para los buenos hijos que nacieran más tarde.
El secreto había sido develado. Desde ese día los aborígenes pusieron un guardián junto al ojo de agua. Era el habitante más importante de la comarca.
El gran dragón de agua meneó satisfecho nuevamente su cola en el ancho mar, las olas se elevaron, cayeron estrepitosamente y besaron la orilla.
©Marta Estigarribia
Este cuento fue distinguido por Editorial Botella al Mar, en el concurso de Cuentos por el Mes del Medio Ambiente Mundial, decretado por Unesco.
Marta Nila Estigarribia Romero, nació el 19 de setiembre de 1952 en Nuevo Berlín Departamento de Río Negro- República Oriental del Uruguay-
Es bachiller en Derecho. Tiene amplia experiencia en el campo Cooperativo, en el sector Financiero, ocupando cargos en la alta Gerencia Ejecutiva hasta su jubilación en el año 2003- A partir de allí incursiona en el teatro y la escritura, respondiendo al llamado de su inspiración desde sus jóvenes años. Integra por 15 años el Grupo de Teatro del Club Río Negro, desde el 2003 al 2018- Toma cursos en varios Talleres Literarios de Montevideo, el del Club Río Negro, el de Rodolfo Fatorusso, el de Rafael Courtoisie, con Gregorio Rivero Iturralde y Ana Magnabosco.
Desde su temprana incursión en la literatura, ha sido su objetivo, el visitar escuelas y liceos con lecturas de sus cuentos con la intención de despertar el gusto por la lectura estimulando a niños y jóvenes en la creación de textos narrativos. Ocupan un lugar relevante las Escuelas Rurales.
Ha recibido importantes premios a nivel local y nacional- En el 2012 recibe el Premio Cultural de la Intendencia de Río Negro por su aporte a la cultura- En el 2015 recibe el Premio a la Literatura Infantil en el Encuentro Internacional de Escritores en Punta del Este por su novela infantil “El lazo maestro”-
Tiene varios libros publicados, en el 2007 “Porteras Adentro”, en el 2009, “Boca de noche”, en el 2012, “El lazo maestro”, en el 2016, “El beso en la pared”, en el 2018, “Hay maleza en la pradera”- editado en Rumania, bilingüe rumano español- En el 2019, “El conjuro de las palabras”, en el 2021 “Los 8 sueños de Vicente”, novela Infantil premiada en el 8vo. Concurso Internacional de Ediciones Altazor de Perú.
Sus cuentos han sido publicados en España, Perú, Chile, Argentina y Rumania.
Desde el 2018 hasta el 2022 ocupó el cargo de Presidente de AUDE-Asociación Uruguaya de Escritores. Hoy es la Vicepresidente.
©Silvia Vàzquez
........................
Excelente escritora de narrativa. Enrique Umbre
ResponderEliminar